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Opinión: Problemas en el paraíso, por Diana Avitia

Tengo una memoria fotográfica, desde pequeña recuerdo momentos, imágenes, canciones, frases simbólicas, no solo de mi vida personal, de noticias y de lo que pasa a mi alrededor, entre ellas tengo claramente palpada a mis once años una imagen de un espectacular en la carretera a Zacatecas sobre unas nopaleras enormes. Esa imagen era de un político, muchos decían que era el candidato a gobernador, los colores de la postal eran los del partido tricolor, muy conocidos y con el clásico emblema priísta a un costado. Estuve de visita en ese estado con mi familia por algunas semanas, al conocer Plateros había un tumulto de personas, era un meeting político, en ese momento yo desconocía totalmente que era eso, una tía nos llevó, fui sin saberlo una joven acarreada. El personaje que hablaba era el sujeto del espectacular. Cuando regresaba por la ventana del camión vi otra propaganda de las mismas dimensiones, y me quedé fijamente viendo esa imagen, ¿otra vez el mismo tipo?, pero en esta ocasión el color del fondo era amarillo y tenía un sol a su costado, todo ese verano escuchaba a los adultos, algunos lo llamaban traidor, el tipo se llamaba Monreal, el ganador de la gubernatura.

Hoy me llena tener esos recuerdos, hilo perfectamente lo que en ese entonces no podía comprender. Ricardo Monreal hoy senador morenista es uno de los políticos más hábiles, salta de partido según sus intereses, del PRI al PRD, luego al PT saltar al Movimiento y terminar en Morena, mas los que se vayan acumulando, es políticamente correcto cuando así convenga y elegantemente arrogante cuando gana, un operador político como pocos, sabe resolver los conflictos en la mesa, pero también sabe abrir la puerta y ventilarlo al público cuando así lo planeo, en fin, la experiencia lo es todo. Hoy una pieza clave de la cuarta transformación, para prueba de ello, dos palabras; guardia nacional. Lo es tanto que incluso el presidente siendo candidato tuvo que limar asperezas con él para que recapacitara y regresara a la campaña después de abandonar el barco en un berrinche bien planeado.

Ayer por primera vez hubo una pelea en la cámara alta, la razón; la presidencia de la Mesa Directiva, en otras palabras; el poder, los espacios y las cuotas. Por un lado, Martí Batres y por el otro Mónica Fernández, esta última con la venia de Monreal. El Grupo Parlamentario de Morena en el Senado rechazó la reelección de Martí Batres al frente de la Mesa Directiva. Batres Guadarrama desconoció los resultados y señaló que; “Ricardo Monreal, es un factor de división, le hace mucho daño a nuestro movimiento”, y siguió toda la tarde despotricando en twitter; “es un político faccioso incapaz de encabezar un movimiento. El riesgo es que regresemos a las épocas del cacicazgo y el poder de un sólo individuo”, esto último es un poco incoherente cuando Batres buscaba su reelección y no le alcanzo aun cuando la líder nacional de Morena estaba de su lado, a nadie nos gusta perder.

Lo que paso al inicio de esta semana en la vida política de nuestro país son los primeros enfrentamientos del grupo en el poder, ya no pudieron contener mas las falsas sonrisas, esto es solo el comienzo. Falta poco para el cambio en la presidencia nacional en Morena y esto pinta para que haya enfrentamientos grandes, Monreal ya se impuso, gano su primera batalla, y va por mas, la oposición no juega y está totalmente desaparecida, las reglas marcan que lo correcto sería que la dirección ahora fuera para otro grupo parlamentario y que preferentemente fuera mujer, pero las reglas están para romperse, al menos eso nos hacen suponer. Después vendrán las elecciones a candidatos en la interna de ese partido, el grupo que gane la presidencia nacional del partido hegemónico lo tendrá todo; poder, posiciones, cuotas y dinero para contender en las elecciones del 2021 y si antes nadie quería ir en ese partido al que le hacían el feo, hoy tienen fila, no solo de los verdaderos afiliados desde un inicio, ahora pelearan espacios los corridos, los oportunistas, los que invitaron y porque no, los que llegaron y se lo merecen. 

Hoy se acaba la luna de miel en Morena, hoy entienden que la lucha dentro de un instituto político no es fácil, quienes ya traen experiencia pasada saben por dónde se llega, los que no, les espera hacer el berrinche de sus vidas. Mientras el presidente en la mañanera dijo que el pueblo está “feliz, feliz, feliz y muy contento”, donde ahorita están viviendo de todo menos una sensación de euforia es en Morena.

 

 

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¿México lindo y querido? Por Itali Heide

Itali Heide

Estoy orgullosa de muchas cosas que han salido de mi país. Me alegra decir «soy mexicana» en cualquier otro lado porque siempre hace sonreír a alguien e invoca una fiesta. Estoy orgullosa del pozole y de las enchiladas. Me siento feliz al ver las calles coloridas y las sonrisas amables dibujadas en los rostros de la gente en cada pueblo del país. Me siento orgullosa de muchas cosas, pero dentro de la suerte que siento por haber nacido en México, también estoy tremendamente triste por lo que el país ha crecido en su ser profundo.

Me da miedo ir caminando y encontrar un cuerpo con huellas de violencia tirado en medio de la calle. Me aterran los silbidos y comentarios inapropiados que nos persiguen a mí y a otras mujeres a donde sea que vamos. Me entristece la pobreza fomentada por cuestiones sistémicas que la política se niega a reconocer. Odio ver cómo el racismo y el clasismo viven cada día a través de nosotros. Odio ver cómo la corrupción, la violencia, el crimen y la envidia se apoderan del amor, la calidez, el impulso y el talento que vive en el corazón de la mayoría de los mexicanos.

Por mucho que ame a mi país, también soy capaz de encontrarle defectos. A veces, quiero empacar mis maletas y largarme de aquí, pero si eso es posible o no, ni siquiera es la cuestión. Tal vez no debería de considerar la posibilidad de irme, sino considerar formar parte de las olas de cambio que podrían crear una corriente de desarrollo a largo plazo en un océano de potencial sin explorar. Es un riesgo, por supuesto, como quizá advertirían muchas personas encontradas en bolsas de basura que no han vivido para contarlo. Pero alguien tiene que hacerlo.

¿Cómo es posible que un lugar con tantos paisajes naturales hermosos, culturas indígenas preservadas, una gastronomía maravillosa, ciudades en expansión, economías en crecimiento, comunidades prósperas y escenas artísticas en auge esté plagado de amenazas ecológicas, racismo, hipercapitalismo, pobreza cada vez mayor y clasismo sistémico? Parece un oxímoron social, pero la verdad es que México es un país profundamente problemático porque nosotros lo hemos hecho así.

Permitimos que los programas de televisión que muestran a las mujeres como objetos sexuales llenen nuestras mentes, descuidamos la educación para llenar los bolsillos de nuestros políticos con dinero extra, ignoramos a quienes creemos que están por debajo de nosotros para promover nuestras propias necesidades egoístas, dejamos que la tierra se disipe lentamente para satisfacer nuestros deseos inmediatos, adoramos el suelo que personajes cuestionables ponen ante nosotros y tomamos decisiones que alejan al país de ser lo que podría ser, todo en nombre del «progreso».

Somos egoístas y corruptos, por decirlo en términos sencillos. Podemos celebrar las muchas cosas que amamos de nuestro país, pero no olvidemos las miles de cosas en las que debemos trabajar para que México sea realmente amado. Al final del día, no tenemos a nadie más que a nosotros mismos, las personas con el poder de cambiar las cosas, para culpar de lo que ha sucedido a todos los que no tienen más remedio que seguir el camino por el que México camina.

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¿Qué tan mexicanos somos? Por Caleb Ordóñez T.

La gente se agolpaba, entre gritos de “¡Viva México!” y alargando sus brazos para pasar a la distancia más cercana de “la gran campana”, miles y miles de personas disfrutaban de la fiesta más mexicana del año. Un día tan especial que nos recuerda los valores patrios que han marcado nuestra mente desde la infancia. Entre esa amalgama, se agolpan los recuerdos que recorren nuestras fibras más internas de las entrañas.

Los lunes de cantar el Himno Nacional y saludar a la bandera; los momentos cuando en voz alta declamábamos el juramento a esa insignia nacional: “Bandera de México, legado de nuestros héroes, símbolo de la unidad de nuestros padres y de nuestros hermanos, te prometemos ser siempre fieles a los principios de libertad y de justicia que hacen de nuestra patria, una nación independiente, humana y generosa a la que entregamos nuestra existencia». Seguido del llamado: «¡Firmes, ya!», instrucción de alguien con autoridad que gritaba para culminar la tradición que viene desde el “saludo romano”.

Por Caleb Ordóñez T.

 

Cada año, el 15 de septiembre se convierte en un momento que nos enfrenta a nuestra mexicanidad.

José Alfredo Jiménez, el poeta del pueblo, lo relataba con un cántico lleno de orgullo: “Viva México completo, nuestro México repleto de belleza sin igual. De esta tierra que escogió para visitarla la virgen del Tepeyac”.

Ser mexicano es para la mayoría, un honor. A pesar de nuestras diferencias, es común que un mexicano se abrace con otro cuando la Selección Mexicana le atesta un gol a la poderosísima selección de Alemania en un Mundial de futbol, como sucedió en Moscú, en el 2018.

Pero el 15 de septiembre es una fecha sin igual. El pozole se prepara a lo lago y ancho del país, recordándonos nuestros colores, olores y sabores. El mariachi tendrá que resonar llegando a hacer un eco imposible de detener; nos recuerda las raíces, los sones y los cantos que nos han dado identidad alrededor del mundo. ¡Qué alegre es la noche que recordamos nuestra independencia!

¿Qué tan orgullosos estamos?

Pregunté en un grupo de Whatsapp, con queridos amigos. Esos grupos donde comúnmente se habla de todo lo que sucede día a día: “¿Ustedes se sienten igual, más o menos mexicanos que cuando eran niños?”. De pronto, reinó un silencio, que estoy seguro, hacía reflexionar a quienes leyeron la incómoda (o también poco interesante) pregunta.

Uno de los participantes del grupo contestó algo que llamó mi atención poderosamente: “Igual de mexicano, pero menos orgulloso de México”.

«¿Por qué estás menos orgulloso de México?», le pregunté, tratando de explicarme esa dualidad entre sentirse orgullosamente mexicano, pero decepcionado de su país. La respuesta que me daba Andrés fue potente: “Porque ya vimos que sea quien sea (gobierno), la corrupción está muy arraigada. Casi nadie respeta las reglas. Ya no hay civismo…”, siguió escribiendo una serie de sucesos que vivimos, incluso en el equipo de futbol al que pertenecemos.

Recuerdo haber platicado alguna vez de este tema con el mundialmente conocido escultor Enrique Carbajal, mejor conocido como “Sebastián” (a quien tengo el honor de llamar amigo). En esa ocasión, el gran artista nos mostraba su preocupación por que el sentido de la “mexicanidad” se iba diluyendo de manera significativa. La pequeña mesa que escuchábamos al maestro coincidimos en que las nuevas generaciones han sufrido la idea clara de la importancia de ser mexicanos, con toda la extensión de la palabra.

Sebastián, siempre ecuánime, nos explicó sobre la obra que “levantó” en Ciudad Juárez, Chihuahua, la cual fue llamada “La equis”. “Se trata de retomar el mestizaje, el crisol entre la cultura española y mexicana. Se trata de un color que ha marcado nuestra tierra, el rojo, de sangre y batallas cruentas. Se trata de recordar que una “X” es el símbolo de la diferenciación del lenguaje de los conquistadores que se aferraban con la “J” en medio de la palabra de nuestro país”.

Nunca olvidaré esa extensa y apasionada explicación de su obra. Sus ojos mostraban el furor que tenía al hablar de retomar nuestros principios y luchar por ellos. No habló de partidos políticos, gobiernos o divisiones sociales. Sino de volver a esa idea que de niños nos forjaron, a ese momento que definió nuestro civismo y la defensa de nuestros valores patrios.

Este día por la noche, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador dará su tercer “Grito de Independencia”. Lo hará frente a la plaza que le ha dado mayores triunfos y recuerdos de alegría: El Zócalo de la Ciudad de México. Paradójicamente, una vez más, tendrá que ser con un aforo muy limitado, muy lejano a los cientos de miles que durante años han coreado su nombre y lo han exaltado a fin de que llegara al puesto que hoy ostenta.

Llegamos a un 15 de septiembre con una pandemia que nos sigue amenazando y que a muchos nos ha dejado fuertes secuelas de salud, tristeza y duelo. Llegamos sobreviviendo a dificultades económicas, psicológicas y otros flagelos.

En una polarización infinita, una ardua pelea entre bandos que teniendo exigencias justas, llegan a la ofensa y el linchamiento entre unos y otros.

Pero México sigue estando de pie. Un país resiliente, que se ha levantado de las desgracias más complejas y dolorosas.

Ser mexicano va más allá de nuestras torpezas o errores, de nuestro ingenio y humor. Tiene que ver con principios básicos que aunque muchos olvidamos, podemos volver a ellos. Finalmente, el amor en conjunto hacia el país, será el que restaure a una nación que se crece en medio de la sangre, la violencia y el dolor.

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