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Federalismo o Centralismo? por VICTOR M. OROZCO

FEDERALISMO O CENTRALISMO?

 

Víctor Orozco

 

No parece que en México demos pie con bola en la instauración de un régimen óptimo dentro del cual se desarrollen y complementen las funciones de las autoridades centrales y las de estados y municipios. La llamada reforma educativa, la casi vigente que somete a una ley general los registros de la propiedad así como los catastros municipales y la anunciada según la cual desaparecerán las autoridades electorales de las entidades federativas para  integrarse en una sola nacional, son otros tantos avances del centralismo, dentro de este estira y afloja entre regiones y centro, cuyos hitos marcan la historia patria.

Esta pugna entre federalistas y centralistas ocupó buena parte del siglo XIX mexicano. Comenzó  apenas se instaló el sistema republicano que sustituyó a la efímera monarquía encabezada por Agustín de Iturbide. La caída del imperio, centralista por definición, fue provocada por un malestar general en las entonces llamadas provincias, algunas de las cuales realizaron una verdadera rebelión en contra del dominio de la capital. El acta constitutiva, redactada a las volandas por Miguel Ramos Arizpe en febrero de 1824, garantizó a los disidentes que la constitución próxima, establecería inequívocamente el régimen federal. Se detuvo de esta manera la diáspora que hubiera llevado a la formación de varios estados independientes. La solución sin embargo no llegó con la rapidez necesaria para detener la separación de las cinco provincias centroamericanas, unidas inicialmente al flamante imperio mexicano. Sí se evitó en cambio la escisión de Zacatecas, Guadalajara (no se llamaba todavía Jalisco) y Oaxaca, quienes ya habían anunciado formar rancho aparte si no se instauraba el sistema federal.

Cada vez que se implantó el centralismo, léase básicamente la designación de autoridades locales por los poderes radicados en la capital del país, sobrevinieron insurrecciones e inconformidades. En 1836 pusieron en vigor aquellas infortunadas Siete Leyes, como se llamó a la constitución general super centralista. Se produjo entonces la rebelión de Zacatecas, vencida a sangre y fuego, para  luego castigar a la entidad rebelde quitándole los fértiles distritos del sur, con los cuales se formó el departamento de Aguascalientes.   En Texas, los primeros movimientos de oposición que desembocarían en el separatismo, se hicieron bajo la bandera del federalismo, a la cual se unieron no pocos mexicanos residentes en aquel departamento. Años después, la revolución de Ayutla pudo derrocar a la última dictadura clerical-militar de Santa Anna, en buena medida porque se apoyó en la inconformidad generalizada contra la imposición de autoridades locales por el gobierno central. El proyecto oficial era liquidar el federalismo en definitiva, de manera tal que “no volviera a retoñar”, según lo aconsejaba el historiador y político Lucas Alamán en la carta dirigida al dictador para ofrecerle el apoyo del partido conservador.  Durante la guerra de reforma, entre 1857 y 1861, parte del triunfo liberal se debió de nueva cuenta a la participación de los estados, temerosos de verse otra vez apabullados o sometidos por el gobierno desde la ciudad de México. Y lo mismo sucedió en la subsecuente guerra contra la intervención francesa, pues el estatuto propuesto por Maximiliano, no sólo desparecía a las entidades federativas, sino que las fragmentaba para formar cincuenta departamentos para cada uno de los cuales nombraba un prefecto. La división territorial obedeció, según se dijo, a criterios científicos. Sin embargo, olvidó o hizo caso omiso de las historias y vínculos regionales. Ello explica el rechazo concitado y la integración en los ejércitos republicanos de las milicias representativas de los estados. «Libres de Chihuahua» o «Libres de Nuevo León», etcétera, se nombraban a los batallones republicanos.

Vinieron luego los años de la restauración de la república y del porfiriato. Durante los treinta del segundo, se mantuvo el federalismo, pero al igual que en muchos otros temas, fue solamente en la forma. El presidente convirtió en subalternos suyos en el mejor de los casos y en verdaderos peones de estribo en los peores, a gobernadores, diputados locales y presidentes municipales. Todos ellos pasaron de ser funcionarios electos legalmente a oficiales designados o nombrados en los hechos. No hubo entonces ninguna región del país en donde no se expresaran inconformidades, ya por la vía de las antiguas “representaciones” o peticiones a los congresos o por la vieja senda de las armas. Al último, la revolución de 1910 obedeció en un alto grado al repudio ganado por el centralismo. Diez años duró el ciclo de las guerras civiles, que consumieron muchas de las fuerzas regionales. Al final, se impuso de nuevo un sistema parecido al anterior: federalista de los dientes para afuera, centralista de facto. Tampoco hubo acuerdo con tal situación, según lo revelan oposiciones constantes venidas de las regiones indispuestas contra las autoridades sometidas al poder ejecutivo federal. Las derrotas electorales sufridas por el PRI, durante las últimas décadas reconocieron orígenes, de nuevo,  en la repulsión a este centralismo asfixiante.

Así, la conseja repetida durante mucho tiempo según la cual el sistema federal carece de antecedentes en México, siendo una simple copia del norteamericano, es sencillamente eso, una fábula, que ahora casi ningún historiador se atreve a sostener.

Si bien las demandas e ideario federalistas encuentran sus títulos en las raíces hincadas a lo largo de dos siglos de luchas contra el despotismo del centro, también es verdad que a su sombra han crecido las malas yerbas del caciquismo, las oligarquías locales y los abusos de poder. A veces no sabemos si era mejor el sistema cuyos usos ocasionalmente servían para meter al orden a los gobernadores aprovechados o el actual, que les ha permitido  convertirse en sultanes, verdaderos depredadores de los fiscos estatales. Algo similar puede decirse de los presidentes municipales. ¿Cómo olvidar que apenas tuvieron cierta autonomía los ayuntamientos la utilizaron para asignar insultantes sueldos de gerentes y empresarios a regidores y alcaldes?. ¿Y las extravagantes compras o rentas efectuadas por estos últimos (según el sapo) para transportarse en ostentosos vehículos de lujo y hasta en helicópteros?.

Aunque sea muy manida la frase, hemos de aprender de las lecciones venidas de la historia. En la capital de la república muchos dirigentes de esta malhadada plutocracia partidaria padecida por el país, suponen que restringiendo o de plano liquidando las autonomías locales, desde sus poderosos sitiales podrán organizar el Estado y hacer eficientes a sus instituciones. Las resultantes ya son conocidas: la hipertrofia y prepotencia de la burocracia federal, la inopia política en las entidades federativas, el país de una metrópoli concentradora de recursos económicos y culturales.  Previsiblemente, inconformidades y conflictos en la escala de la protesta hasta la rebelión.

El pacto federal no es eso.  Implica establecer unas pocas reglas claras y generales donde se prescriban facultades, se distribuyan los recursos disponibles con equidad, se obligue a la austeridad y se proscriban la impunidad y el despilfarro. Acompañadas estas normas por otras en las cuales se prevean sanciones a los funcionarios ineficientes, abusivos o ladrones.

 


VÍCTOR OROZCO

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Opinión

León. Por Raúl Saucedo

La estrategia de la supervivencia

El pontificado de León XIII se desplegó en un tablero político europeo en ebullición. La unificación italiana, que culminó con la pérdida de los Estados Pontificios, dejó una herida abierta.

Lejos de replegarse, León XIII orquestó una diplomacia sutil y multifacética. Buscó alianzas —incluso improbables— para defender los intereses de la Iglesia. Su acercamiento a la Alemania de Bismarck, por ejemplo, fue un movimiento pragmático para contrarrestar la influencia de la Tercera República Francesa, percibida como hostil.

Rerum Novarum no fue solo un documento social, sino una intervención política estratégica. Al ofrecer una alternativa al socialismo marxista y al liberalismo salvaje, León XIII buscó ganar influencia entre la creciente clase obrera, producto de la Revolución Industrial. La Iglesia se posicionó como mediadora, un actor crucial en la resolución de la “cuestión social”. Su llamado a la justicia y la equidad resonó más allá de los círculos católicos, influyendo en la legislación laboral de varios países.

León XIII comprendió el poder de la prensa y de la opinión pública. Fomentó la creación de periódicos y revistas católicas, con el objetivo de influir en el debate público. Su apertura a la investigación histórica, al permitir el acceso a los archivos vaticanos, también fue un movimiento político, orientado a proyectar una imagen de la Iglesia como defensora de la verdad y del conocimiento.

Ahora, trasladémonos al siglo XXI. Un nuevo papa —León XIV— se enfrentaría a un panorama político global fragmentado y polarizado. La crisis de la democracia liberal, el auge de los populismos y el resurgimiento de los nacionalismos plantean desafíos inéditos.

El Vaticano, como actor global en un mundo multipolar, debería —bajo el liderazgo de León XIV— navegar las relaciones con potencias emergentes como China e India, sin descuidar el diálogo con Estados Unidos y Europa. La diplomacia vaticana podría desempeñar un papel crucial en la mediación de conflictos regionales, como la situación en Ucrania o las tensiones en Medio Oriente.

La nueva “cuestión social”: la desigualdad económica, exacerbada por la globalización y la automatización, exige una respuesta política. Un León XIV podría abogar por un nuevo pacto social que garantice derechos laborales, acceso a la educación y a la salud, y una distribución más justa de la riqueza. Su voz podría influir en el debate sobre la renta básica universal, la tributación de las grandes corporaciones y la regulación de la economía digital.

La ética en la era digital: la desinformación, la manipulación algorítmica y la vigilancia masiva representan serias amenazas para la democracia y los derechos humanos. León XIV podría liderar un debate global sobre la ética de la inteligencia artificial, la protección de la privacidad y el uso responsable de las redes sociales. Podría abogar por una gobernanza democrática de la tecnología, que priorice el bien común sobre los intereses privados.

El futuro de la Unión Europea: con la disminución de la fe en Europa, el papel del Vaticano se vuelve más complejo en la política continental. León XIV podría ser un actor clave en la promoción de los valores fundacionales de la Unión, y contribuir a dar forma a un futuro donde la fe y la razón trabajen juntas.

Un León XIV, por lo tanto, necesitaría ser un estratega político astuto, un líder moral visionario y un comunicador eficaz. Su misión sería conducir a la Iglesia —y al mundo— a través de un período de profunda incertidumbre, defendiendo la dignidad humana, la justicia social y la paz global.

Para algunos, el nombramiento de un nuevo papa puede significar la renovación de su fe; para otros, un evento geopolítico que suma un nuevo actor a la mesa de este mundo surrealista.

@Raul_Saucedo

rsaucedo.07@uach.mx

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