Como cada año, este 6 de enero las familias mexicanas se reunirán para celebrar el Día de los Reyes Magos, festejo que los niños pequeños esperan con gran ilusión para recibir juguetes, convivir y partir la tradicional rosca.
Si bien, este pan hecho a base de levadura tiene sus orígenes en Europa, particularmente en España, en nuestro país cobró fuerza durante los primeros años del Virreinato, convirtiéndose en parte fundamental de la cultura y gastronomía mexicana.
Esta tradición fue tomada de la cultura romana por parte de la iglesia cristiana y recuerda la revelación de Jesús a los Reyes de Oriente, quienes ataviados con llamativas vestimentas ofrecieron al Niño Jesús regalos muy especiales por su nacimiento: oro, incienso y mirra, símbolos de riqueza, adoración y sacrificio.
Se dice que la Rosca de Reyes, por su forma circular, simboliza el amor de Dios, porque no tiene principio ni fin, además, es adornada con frutas secas y cristalizadas que simulan las joyas incrustadas en las coronas de los Reyes Magos, otros dicen que representan las distracciones del mundo, que nos impiden encontrar a Jesús.
Al interior de la rosca, se esconde una figurita del Niño Dios, que recuerda cuando María y José escondieron a Jesús de Herodes, quien al enterarse que había nacido el Rey de Reyes, ordenó matar a todos los niños pequeños para evitar ser destronado, así el cuchillo representa el peligro en el que se encontraba el niño Jesús.
En esta celebración, la rosca siempre se acompaña con un rico y espumoso chocolate fundiéndose una vez más lo indígena con lo español. La tradición dicta que a la hora de cortar la rosca, quien tenga la fortuna de encontrar al niño entre el pan, se convierte en su padrino, quien deberá vestirlo con ropas nuevas y llevarlo a bendecir a la iglesia el 2 de febrero, Día de la Candelaria, donde además el anfitrión deberá ofrecer a los invitados una fiesta donde los tamales y el atole son el platillo principal.
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