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El «yo o nadie» de López Obrador por Luis Ochoa Minjarez

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El “yo o nadie” de López Obrador
Luis Ochoa Minjares

Ayer sábado leí, medité y releí el certero comentario editorial de don Francisco F. Legarda, analista político del Diario de Chihuahua titulado “El fantasma del abstencionismo”. A veces una sola frase resulta impactante y resume el meollo del asunto. La frase es tan breve como preocupante: “En resumidas cuentas AMLO ya hizo su apuesta maximalista: yo o nadie”.
No pude menos que recordar aquella frase del licenciado Porfirio Muñoz Ledo que jamás he podido olvidar. En el clímax de la disputa entre él y Cuauhtémoc Cárdenas por la candidatura del PRD a la Presidencia de la República, lleno de ira y coraje le gritó: “pues si no soy yo, tampoco serás tú”. Y ninguno de los dos fue presidente, ni lo serán nunca.
Desde entonces mi admiración por el fogoso y brillante orador, por el talentoso intelectual y agudo internacionalista, cayó por los suelos y me dolí que tanto talento y brillantez sea opacada, nulificada y borrada por esa inevitable enfermedad que se llama protagonismo, con alguna mezcla de narcisismo y una porción de egolatría y mesianismo.
Resulta fácil perder el piso

Este vicio, enfermedad o defecto llamado egolatría, ha llevado a muchos de nuestros políticos valiosos al fondo del fracaso y en algunos casos, al ridículo y al desprestigio del partido y los principios ideológicos que dicen profesar, sin contar con la degradación de la política, entendida ésta como la actividad superior del ser humano.
Tampoco se puede olvidar aquel discurso de la profesora doña Elba Esther Gordillo donde anunció públicamente su rompimiento con el partido tricolor y sus dirigentes, partido que la hizo políticamente hablando. Menos se puede olvidar el berrinche de Muñoz Ledo y las consecuencias que sufrió su partido, el PRD, en aquella época lleno de vigor y fuerza entre el electorado.
Esa ocasión, la perorata de la profesora Gordillo destiló rencor político por todas partes. Delató la pérdida de los estribos y falta de respeto por sus compañeros de partido al utilizar epítetos y diatribas impropias de una maestra de escuela y de una dirigente del magisterio nacional. Con otras palabras expresó el “si no soy yo, tampoco serás tú”.
Tirar por la borda todo

Pocos seres humanos se pueden sustraer de la egolatría y el protagonismo con todo y la cauda de intereses personales y de grupo, incluso por encima de los intereses superiores de partido. El desahogo de los rencores políticos personales primero que la unidad. La venganza política antes que pensar en el triunfo personal y en una jornada crucial para el futuro del país.
Es lamentable que, como la profesora Gordillo, haya una interminable cauda de desertores y tránsfugas del partido tricolor. Es lamentable que tantos buenos elementos sean presa de esa, al parecer incurable, egolatría y protagonismo por encima de todo y de todos.
No menos doloroso resulta ver cómo incontables políticos tiran por la borda su carrera y su futuro político, dando saltos mortales de un trapecio a otro y cambiándose de cachucha y de chaqueta, políticamente hablando, sin el menor pudor. Cambiar de partido es una determinación en la que no se puede dar vuelta para atrás, a menos que prevalezca un rasgo de lucidez.

Traidor una vez,
traidor siempre
Por fortuna, el partido Revolucionario Institucional no se ha desgajado como lo anhelan y desean los intereses afectados por su resurgimiento y restauración. Su Consejo Político Nacional ha sabido encontrar los cauces legales, políticos y morales adecuados para salir adelante y fortalecido de los errores del pasado. El nuevo PRI de doña Beatriz Paredes es una realidad palpable.
En la actualidad hasta el más indiferente de los ciudadanos es consciente de que en estos tiempos ya ningún partido político puede acceder al poder si no respeta la legalidad interna y la legalidad externa. Y tampoco puede gobernar desde Los Pinos o el Palacio Nacional ningún presidente que no llegue con el voto mayoritario y en una jornada lectoral indiscutible, transparente, diáfana e inobjetable.
Por lo demás, es seguro que los tránsfugas y desertores del partido mayoritario de los mexicanos, estarán arrepentidos una y mil veces de haber defeccionado de sus filas. Todos, sin excepción han pagado caro su protagonismo enfermizo y casi mesiánico, como el de López Obrador elevado a la quinta potencia: “si no soy yo, no será nadie”.
Borregos y rumores

Los rumores, los borregos, las mentiras y las verdades a medias no circulan ni nacen por generación espontánea. Esparcir por el universo político electoral que si pierde López Obrador por segunda vez se levantará en armas. Darle vuelo a la conseja de que Calderón y el panismo no soltarán el poder “haiga sido como haiga sido”, tiene su origen en los candidatos y partidos que ya se sienten derrotados electoralmente.
La vieja y obsoleta táctica nazi que pregona “repite mil veces una mentira y la convertirás en verdad”, de nada les servirá a quienes utilizan todos los medios a su alcance, especialmente las redes sociales para distorsionar la realidad, confundir al electorado y sembrar la división entre la familia mexicana. No lo lograrán.
La custodia del proceso electoral y la conservación del orden y la paz después de los resultados finales, está en manos no solamente de nuestras instituciones electorales, sino en la decisión de la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas mexicanas que anhelan fervientemente “sacar al país de la barranca” en la que lo han arrojado la inepcia para gobernar y, sobre todo, la falta de patriotismo.
Feliz cierre de campaña

Ayer sábado se inició el cierre formal de las campañas electorales de los candidatos a diputados federales y senadores postulados por los diversos partidos políticos. Los actos realizados por la candidata del tricolor Adriana Terrazas del Distrito 01, resultó ser una de las más bulliciosas, lucidas y nutridas con la asistencia de los jerarcas mayores de ese partido.
Ni la brevedad del tiempo, reducido a solamente noventa días de actividad, ni lo despiadado del clima veraniego, restaron dinamismo y actividad a los aspirantes a legisladores en una y otra cámara. Sin embargo, lo más notable fue el clima de respeto mutuo entre los candidatos de los diversos partidos políticos, de tal suerte que no se registraron hechos violentos ni enfrentamientos estériles.
Puede afirmarse que el panorama en todo el Estado de Chihuahua fue semejante al del municipio de Juárez, paz y tranqulidad durante todo el proceso propagandísitico, hecho que seguramente redundará en beneficio del Estado Grande.

FINALMENTE, tres frases de la semana que nos envía la señora Bertha Aragón Canales militante del tricolor, cuyo texto dicen. “La derecha oscurantista jamás volverá a gobernar este país”. “La derecha está moralmente impedida para ejercer el poder”. “Chihuahua, Cuna de la Revolución no puede ser nido de reaccionarios”.

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Opinión

La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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