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COMENTARIOS DE PRENSA POR LUIS OCHOA MINJARES

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INGLES Y COMPUTACIÓN,

ARMAS IMPESCINDIBLES

Luis Ochoa Minjares

Cerca de mil estudiantes chihuahuenses de educación superior formarán parte de un intercambio estudiantil con universidades de Estados Unidos en el marco del Programa «Proyecto 100 mil», que implementarán de forma conjunta la Secretaría de Relaciones Exteriores del Gobierno Federal y la Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de Chihuahua.

De cristalizar tal proyecto, sería uno de los actos de gobierno de mayor trascendencia en este sexenio, si se considera que un intercambio estudiantil masivo y permanente con el país más próspero de la tierra contribuiría a fortalecer la educación superior y a apuntalar la comunicación bilingüe entre uno y otro país, considerando que el inglés y la computación son armas imprescindibles.

Hace más de medio siglo, allá por los años cincuenta, quien no sabía escribir en máquina y manejar un vehículo de motor, poco era lo que tenía que hacer en este mundo. Entonces una y otra cosa eran armas o instrumentos indispensables para enfrentar las exigencias del mundo en marcha.

Hoy, sesenta largos años después, quien en el presente y en el futuro inmediato no sepa hablar inglés y manejar una computadora, casi nada, por no decir que absolutamente nada tiene que hacer en ese planea excepto quedar rezagado. Ambos conocimiento serán por mucho tiempo armas e instrumentos elementales, mínimos para luchar y tener éxito en la vida.

Puede decirse que la educación, ya sea pública o privada que no incluye como materias centrales en sus panes de enseñanza primaria, media y superior la computación y los idiomas, principalmente el inglés, esa educación no cumple con su misión de preparar las nuevas generaciones que impulsen, dirijan y lleva al mundo por la senda del progreso.

Recuérdese que desde el año 2000, durante la campaña para elegir al mandatario del pais, el candidato del Partido Revolucionario Institucional propuso, como uno de sus compromisos centrales, dotar de una computadora a cada uno de los salones de clase del sistema educativo nacional, cosa que en esa época no se supo valorar. Hoy no se proporciona una computadora a cada salón, sino una a cada alumno.

Años después, el gobierno federal se vio obligado por la demanda y las circunstancias a llevar los sistemas digitales y computacionales al mundo educativo. Hoy por fortuna, el manejo de la enseñanza y la educación por los modernos sistemas computacionales es cada día una realidad,  sin dar, todavía,  cabal cumplimiento a toda la población estudiantil.

Por lo que toca a la enseñanza de una segunda lengua en el sistema educativo mexicano, el aprendizaje del inglés es una materia obligada desde la escuela primaria. Por fortuna ya se aplican novedosos y modernos sistemas de aprendizaje con las famosas e imprescindibles “tabletas” computacionales.

LA DEGRADACIÓN DE

INTERNET SIN FRENO

Es evidente que la perversidad humana y el relajamiento de las buenas costumbres se han adueñado de la Internet, esa maravillosa red de redes ciberespaciales. El más portentoso invento de la inteligencia humana, está siendo paulatinamente infestado por los vicios más degradantes que agobian en estos tiempos al género humano.

La pederastia, esa diabólica plaga humana que cunde como una verdadera epidemia, tiene asolada a la niñez del mundo, y encuentra en la comunicación ciberespacial uno de los vehículos más eficaces para su incremento y difusión.

La decadencia moral de muchos sacerdotes pederastas tiene indignada a la misma Arquidiócesis Primada de México que, a través de su periódico oficial “Desde la Fe”, acepta que muchos religiosos han quedado atrapados en las más negativas situaciones de decadencia moral de nuestros días, refiriéndose a la pedofilia en el seno de la iglesia.

La protección a la población infantil ha pasado a ser una de las preocupaciones mayores del sector público. Es a través de Internet donde los niños y los adolescentes empiezan a caer en las redes que hábilmente tienden los pederastas.

Y mientras no haya una limitante o un control, cualquier infante puede husmear en el ciberespacio a través de Internet, invento que debiera estar al servicio de la cultura, de la comunicación y de la elevación del ser humano.

LA BLASFEMIA POLÍTICA

MERODEA EN EL ESPACIO

Todo lo anterior sin contar con la desenfrenada y escandalosa incursión en el espacio de la blasfemia y la diatriba como instrumentos para descalificar, injuriar y a veces, calumniar a partidos políticos, funcionarios públicos, personajes de la vida pública y privada, al gobierno federal y a nuestro sistema político.

Al munícipe de Ciudad Juárez, Chihuahua, uno de los prospectos a la gubernatura del Estado, prácticamente lo han despojado ante la opinión pública de sus méritos y esfuerzos por desempeñarse en su puesto.

Mediáticamente lo han inhabilitado para lograr sus ambiciones políticas y lo motejan de inepto para resolver los problemas fronterizos de su municipio, donde no se ha realizado ninguna obra de gran envergadura.

Al abrir Internet, no hay portal, web, muro o espacio sideral, donde el gobernador de Chihuahua no sea vapuleado por todos los flancos. Lo motejan de “el siete ranchos” y lo acusan de ligereza al utilizar naves aéreas del gobierno para llevar a invitados a su mansión serrana incrustada en el corazón de la nación tarahumara, sin mencionar los enredos financieros que trae con la banca privada.

Con el presidente de la República la blasfemia no hace malos quesos. Repetir las sandeces que le dirigen, sería más que ensuciar este espacio. Lo que menos le perdonan al mandatario, es su osadía que será histórica, de transferir el poder público y los destinos de la nación, de una generación en trance de extinción, a una generación de renuevos.

Y, ya sabemos, la oposición al cambio trastorna la vida interna de cualquier pais, particularmente los intereses de los residuos de una burguesía parasitaria en trance de extinción. Este es el problema más peliagudo que está enfrentando el actual mandatario nacional.

ABUSAR DE “LA FOTO”,

YA NO DA RESULTADOS

Tanto en los medios artísticos como en los políticos “la foto” como recurso publicitario, de difusión y colocación de la imagen en la comunidad llevada a hasta la saturación, ya no da buenos resultados, sino al contrario, atosiga al respetable y termina por rechazarla. Como dice el refrán, “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”.

Particularmente en la actividad política y no se diga en la gubernamental. La imagen de un buen gobernante de cualquier nivel, que centra toda su actividad en comunicación social difundiendo fotos a diestra y siniestra, termina por debilitar su imagen pública  abriendo flancos vulnerables a la crítica y a veces hasta la descalificación.

Existen ejemplos dramáticos de gobernadores y presidentes municipales que terminaron chamuscados en su proyección política, por abusar de “la foto” difundida hasta por debajo de las piedras, con magros resultados.

Se sabe de muchos aspirantes a puestos públicos postulados por sus respectivos partidos, que le están dando importancia a una estructura de los aparatos de comunicación social.

La novedad consiste en fortalecer el aparato de la comunicación social con equipos de articulistas aptos para replicar, reorientar a la opinión pública e invalidar los juicios y los ataques de los adversarios. La falta de réplica firme y oportuna, ha mandado a la lona a muchos gobernantes, presidentes municipales y funcionarios públicos.

 

 

Opinión

La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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