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Opinión

¿Por qué apoyar #LEY3DE3? Por Pedro Kumamoto 

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Todos conocemos a un vecino que durante varios años mantuvo un mismo estilo de vida, misma casa, viajes, ropa, pero que un buen día, de la noche a la mañana, estas condiciones cambiaron. Todos tenemos al vecino que se mudó de nuestra colonia y fincó en los mejores lotes de un condominio lujoso, que cambió a sus hijos de la escuela al colegio con más pompa de la ciudad y del que ya sólo sabemos de su existencia por las revistas de sociales. La historia no acaba ahí, pasados unos días nos enteraremos de que lo que podría parecer un golpe bondadoso del azar a través de la lotería, una herencia o la buena planificación en los negocios del vecino, es en realidad un giro en su profesión: nos enteramos que el vecino ahora se dedica a la política.
¿Quién podría decir que este es un caso aislado? ¿Quién podría negar que en la política mexicana hay enriquecimiento ilícito? ¿Cuántos funcionarios públicos han caído a la cárcel por la corrupción? Las respuestas podrían entristecernos. Sin embargo, creo que hoy existen alternativas.
Detrás de la lucha anticorrupción hay años de trabajo de organizaciones, activistas, redes y académicos que esta semana se unieron para impulsar la iniciativa ciudadana #Ley3de3. Hemos hecho un frente en común para salir a las calles y juntar 120,000 firmas para llevar a la discusión en el Congreso de la Unión una iniciativa ciudadana que termine de una buena vez con la corrupción.
Es importante apoyar la #Ley3de3, o propuesta de Ley General de Responsabilidades Administrativas, porque nos da herramientas para castigar conductas o actos de corrupción como soborno, peculado, tráfico de influencias, abuso de funciones, enriquecimiento oculto, obstrucción de la justicia, colusión, nepotismo, utilización ilegal de información falsa y conspiración para cometer actos de corrupción. Esto significa volver delito muchas de las prácticas nocivas que hoy no son delitos en nuestro país. Otro punto innovador es que obliga a la creación de una “lista negra de corruptos”, o Registro Nacional de Servidores Públicos Sancionados (RNSPS), para evitar que estas personas ingresen de nuevo al trabajo público.
Finalmente, es importante reunir firmas para esta iniciativa porque vuelve ley una buena práctica que pocas candidaturas realizamos en las elecciones pasadas: el famoso #3de3. Es decir, presentar tres declaraciones antes de asumir el cargo: la declaración patrimonial, lo que tienes; la declaración fiscal, los impuestos que has pagado; y la declaración de intereses, en dónde trabaja tu familia, tus empresas, etc. Estos detalles nos permitirían darle seguimiento al patrimonio de los servidores públicos y seríamos capaces de señalar con claridad las discrepancias entre el dinero que deberían tener los servidores públicos por su sueldo y lo que tienen en realidad, para así inhibir el enriquecimiento ilícito.
Esta historia del vecino político criminal debe acabar. Por eso les invito a impulsar esta iniciativa a nivel nacional consiguiendo firmas. A nivel local les invito a incluirse en la discusión, pues los próximos meses retomaremos esta ley en el Congreso de Jalisco.

*Si quieres saber más y ayudar a esta iniciativa entra a: www.Ley3de3.mx

Opinión

La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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