Concluyó la visita del papa Francisco a nuestro país y dejó un sinúmero de sabores de boca entre los distintos sectores de la sociedad mexicana, aunque en general fueron jornadas provechosas y de profunda reflexión para gran parte de quienes habitamos en este país, seamos o no seamos católicos.
Y es que Francisco es, más que un jefe de estado o un jerarca religioso, un líder mundial, de los pesos pesados en cuanto a influencia y toma de decisiones, pues lo siguen más de mil millones de católicos, y buena parte de ellos por verdadera convicción, pues sus palabras pasan de los oídos a las cabezas y los corazones, algo que los líderes mexicanos nada más no logran.
Su visita creó cierta polarización, pues fue evidente que el presidente y los servidores públicos se pasaron el principio del estado laico por sus partes pudendas, y trataron de hacer de la visita lo que siempre quieren hacer con todo: un espectáculo y un mitin. Así, ninguno de los mirreyes del país se quedó sin su bendición, sin su foto, y a la hora de las regañadas hacían como que la Virgen les hablaba, e hicieron caso como un llamado a misa.
Fueron seis días muy intensos de visita a México, sobre todo si se toma en cuenta que el pontífice está por cumplir 80 años. Desde la recepción en el hangar presidencial se montó un show tipo televisa, encabezado por políticos mexiquenses cercanos a Peña y artistas cercanos a la primera dama, la fórmula de siempre.
Ya en Palacio Nacional, la recepción fue con los invitados de siempre, los mexicanos VIP, pero ahí mismo Francisco les estrelló la verdad en su cara, pues ante las cúpulas políticas, económicas y religiosas del país condenó clara y directamente la corrupción, el egoísmo, la insensibilidad y la exclusión de la mayoría de los mexicanos, exclusión que estuvo claramente representada en el evento mismo, al que sólo pudieron asistir los sectores amigos del presidente y su grupo. Los mexicanos de a pie, el México de a de veras, esperaba afuera.
Al clero también le tocó su regañiza. Los llamó a dejar de sentirse príncipes y retomar su papel de pastores, pues se supone que eligieron consagrar su vida a Cristo para servir y no para servirse, como hacen muchos cardenales y obispos que comparten más la mesa y la charla con los poderosos que con los humildes. En Chihuahua hay ejemplos muy claros, aunque también religiosos muy comprometidos y valientes.
El Ecatepec volvió a arremeter contra los empoderados del país, políticos, empresarios y capos, pues ya es difícil distinguir a unos de otros. También aquí llamó a voltear hacia a los desposeídos e incluirlos en el desarrollo del país, ese desarrollo que han acaparado unos cuantos y que mantiene al pueblo mexicano en una situación de grotesca desigualdad que a su vez trae miseria, dolor y violencia.
Pero quizá su acto más trascendente fue en Chiapas, donde dirigió su mensaje a las comunidades indígenas, ordenó que se oficiaran misas en sus lenguas y les pidió perdón por la esclavitud, la violencia, el despojo y la exclusión del cual han sido históricamente víctimas. Aquí, como en otros puntos del país, llamó la atención el ridículo lucimiento del gobernador Manuel Velasco, quien parecía encarnar cada una de las críticas que hizo el pontífice, y no escatimó esfuerzos para tomarse la foto, con la misma fórmula peñista, con esposa actriz y toda la cosa.
En Morelia la cosa se puso igual de patética desde el lado gubernamental. El gobierno de Silvano Aureoles desplegó un show más propio de unos juegos deportivos que de un evento religioso. Desde meses antes pagó publicidad desmedida para promocionar la visita del papa, a Michoacán y, como no queriendo la cosa, a él mismo, pues se lució incluyendo su nombre y su foto en todo cuadro habido y por haber, y hasta pagó un lanonón de pautas en redes sociales para destacar mucho. El papa, visiblemente asqueado de ver bullir todo lo que criticaba, dirigió su mensaje a los niños y jóvenes para advertirles sobre la puerta falsa de las actividades delictivas.
Por último visitó Juárez, ciudad que nos ocupa más por ser nuestra, y pese a los temores y presiones, podría decirse que todo salió a pedir de boca y se cumplieron las expectativas. Como era de esperarse, el gobernador de Chihuahua, César Duarte, anduvo del tingo al tango, pero sin acciones tan burdas y ridículas como las de sus homólogos michoacano y chiapaneco.
Ahí anduvieron también muy devotos los candidatos tanto a gubernaturas y alcaldías, aunque también con un perfil bajo que no dejara tan evidente su afán electorero. El que anduvo más acelerado fue Enrique Serrano, pero también guardó cierta compostura.
El papa recorrió el Cereso derramando palabras de aliento, de esperanza y de fe entre los internos, a quienes no vio como victimarios, sino como víctimas de un sistema que los excluye y que los ‘descarta’, como si fueran basura que debe refundirse para siempre. Después dio un mensaje muy simbólico en la frontera y bendijo a los migrantes que la cruzaban.
Sin embargo, uno de los momentos más interesantes fue cuando la reconocida activista Lucha Castro pudo saltarse todos los filtros y candados que le pusieron, y le entregó a Francisco una carta, logrando así lo que cientos de movimientos sociales intentaron sin éxito. La asesora de El Barzón y dirigente del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres entregó un documento en el que se describe la lucha de los campesinos por el cuidado del agua, la defensa de su territorio y la búsqueda de un reordenamiento de producción alimentaria. A bordo de un tractor Castro recorrió, junto a decenas de campesinos adheridos a El Barzón, más de 200 kilómetros desde el ejido de Buenaventura.
Francisco evitó a toda costa mencionar las tragedias emblemáticas del país, los abusos sexuales y a quienes las cometieron como Maciel, los feminicidios y sobre todo Ayotzinapa, a cuyos deudos se negó a recibir, pues el alto clero y las cúpulas de siempre se esforzaron por mostrarle ese México donde no pasa nada, el México para enmarcar, y el elitismo fue la marca de los eventos importantes.
No obstante, quienes esperaban que el papa Francisco llegara a cachetear a Peña Nieto y a su pandilla, o a resolver con un Padre Nuestro los problemas del país, rotundamente se equivocan. A fin de cuentas es un extranjero, líder de una religión que se desmorona y su visita no le interesó o incluso molestó a al menos la mitad de los mexicanos. Lo que vino a hacer, lo logró, dar su mensaje y llamar al rebaño que aún lo sigue a sumarse a una serie de principios y acciones muy positivas y valiosas.
Los problemas del país son claros. Su solución más o menos, pero pocos estamos comprometidos con nuestra comunidad y nuestro país. Si los mexicanos estamos tan cansados de la corrupción, ¿por qué a diario hay miles de ‘mordidas’ y transas? El papa no vino a resolverlos ni a decirnos cómo hacerlos. Él mismo insistió, con la humildad que lo caracteriza, que venía a aprender.