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Opinión

El verdadero voto útil es valiente y libre. Por Caleb Ordóñez T.

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Levantarle la mano a un candidato no sólo supone mucho, cuesta demasiado.

Caleb Ordóñez T.

Caleb Ordóñez T.

A unos días de la elección, sabemos que el voto es la fuerza más grande que tiene la gente, en el país nos conocen por bravos, valientes y echados para delante. Una raza noble, con un amor desmedido por su tierra. El Chihuahuense no es tonto, ya ha conocido etapas de la historia que lo ha marcado, su generosidad lo ha hecho caer en trampas de muchos políticos sin decencia y hemos librado batallas que nunca pedimos.

Me enorgullece en demasía, ser forjado en la tierra de los aires extremos, el calor fustigante y el frío que trasciende hasta los huesos. Esos y otros factores nos han hecho de ímpetu fuerte y hasta inquebrantable, esto lo representan el campesino y la madre soltera, trabajador de la maquila, que deben levantarse muy temprano a sacar adelante a sus familias y por ende las ciudades y al Estado mismo.

ciudad-juarez Gente tan buena no merece el panorama que se vive en la elección. Porque hemos sufrido bastante ya con la fallida guerra de Felipe Calderón, que perdió en Ciudad Juárez, dejando a más de 4,500 niños y adolecentes ejecutados, a 25,000 viudas y regaron la sangre de más de 75,000 personas en la frontera más grande y orgullo de todo Chihuahuense. Porque gracias a la tiranía y la terquedad de ese ex presidente estuvimos presos del terror y no dejábamos de sorprendernos por los decapitados, hombres colgados en puentes y cartulinas clavadas en los tórax dejando mensajes llenos de odio y venganza. Calderón nunca tuvo un mensaje de consuelo, nunca le habló a los chihuahuenses de frente, nos dejó a la suerte de los grupos criminales. Pero en el clima de las campañas si regresa, encubierto por su cobardía y poco más de 100 escoltas, levanta la mano de Javier Corral y le pide a todos votar por él y éste recibe con una gran sonrisa y agradecimientos y apoyo, porque suponen ser iguales.

duarte y juangabr Chihuahua parecía que no podía más, no debía ser más golpeado y traicionado, pero llegó César Duarte. El cinismo del gobernador represor llegó a niveles insospechables incluso hasta confesar a nivel nacional que si invirtió en un negocio turbio y a todas luces corrupto «pero no sabía lo que firmaba» a lo macho. Como si su palabra fuera valiosa, como si olvidáramos de pronto que somos el primer lugar nacional en corrupción, que los negocios al amparo del poder son una realidad común y que cada Chihuahuense debe poco más de 12,000 pesos por la deuda y el obvio fracaso del gobierno más enviciado de la historia, con fiestas majestuosas teniendo al César de anfitrión, sentado en su trono, inflamado de egocentrismo, orgullo y tiranía. Porque en los miles de pesos de botellas de vino que se bebió el Gobernador y sus amigos en restaurantes, también se tragaba el dolor de un Estado que ha incrementado la miseria de manera más que alarmante. A éste hombre con una investigación abierta por parte de la PGR , el candidato del PRI Enrique Serrano llama «El mejor gobernador de la historia», lo abraza, le dice que será difícil ser como él, porque suponen ser iguales.

La historia de este 5 de Junio tiene un sello característico, aunque no sé si las intenciones hacia Chihuahua de este par de candidatos sean positivas, sabemos que hoy cargan con la cruz de su apoyo por la corrupción de los gobiernos anteriores, una cosa entiendo (y sé que tú también) se deben a un sistema partidista que no los va a dejar moverse de manera libre. Son parte de la enfermedad más grande del país, del gobernante que llega al poder con cuotas por repartir, con los grilletes del servilismo a su color y a su partido. Son lo mismo. Y en lo personal me puede como chihuahuense, ver cómo los enemigos del pueblo tienen sus fichas y las quieren mover a su favor. Yo no quiero a Calderón de regreso en Chihuahua, porque si Duarte tiene una averiguación abierta en la PGR, Calderón la tiene en la corte de Haya ¿Por qué no se lanza Corral contra éste presunto asesino y promete encarcelarlo si tanto daño hizo a Juárez? ¿Por qué Serrano insiste en arrodillarse contra quien parece su «jefe», traidor de Chihuahua?
Levantarle la mano a alguien no significa solamente apoyarlo, va mucho más que eso, es entregar la voluntad y yo, como tú, quiero ver a mi tierra libre.

A mi querido amigo Víctor Quintana, a mis siempre admirados y apreciados Jaime García Chávez, Víctor Orozco y Sergio Valles, a todas las mujeres y hombres de buena voluntad que hoy piden el #VotoUtil, no se equivoquen, la historia nos llama a pedir el #VotoRazonado, el Voto Valiente, aquel que no se arrodilla ante los partidos y sus vicios, que se hace con la conciencia y se deposita por AMOR a Chihuahua.

A todos mis paisanos chihuahuenses, salgamos a votar SIN MIEDO.

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Twitter: CalebMX

Opinión

La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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