Por: Enrique Corte Barrera
La reciente elección en Chihuahua fue quizá la más compleja de su historia. En ella se enfrentaron partidos políticos fragmentados en facciones rivales, aliados por convicción, por conveniencia, opositores a su propio partido e independientes, a lo cual hay que sumarle factores como la comunicación más horizontal de las redes sociales, el crítico panorama nacional, la crisis económica y política mundial, la atomización del poder, la corrupción, la delincuencia e ineptitud desmedida, entre muchísimos más que no acabaríamos de enumerar.
A pesar de tanta pluralidad, la campaña en general de todos los puestos de elección se centró en el rechazo o la aprobación del todavía gobernador y su equipo, un debate que sacudió a los panistas ansiosos de recuperar el poder, los perredistas pisoteados por la dirigencia de su partido, los maestros del Panal afectados por las reformas y los líderes charros; también agitó a los priístas pertenecientes a grupos desplazados y humillados por el llamado “grupo Balleza”, en especial a aquellos afines al marquismo, al baecismo, al patricismo y al tetismo, y prácticamente a todos.
Fue así que Lucía Chavira, candidata del PRI a la alcaldía, mantuvo una notable oposición hacia el “primer priísta del estado” y se fue recio contra el ViveBús, las fotomultas y el propio Duarte. El tiro estaba cantado. Basta recordar las palabras de Marco Adán Quezada: “tuvo que venir gente de fuera para poner orden y abrir la participación que nos negó rotundamente la dirigencia local”.
Chavira intentó colgarse –tarde, vigilada y maniatada– al antiduartismo que era imposible de percibir en las encuestas y notas pagadas por el partido, pero fácil de sentir día a día a pie de campaña. Una muestra de esto es que la candidata, a pesar de su derrota tres a uno ante la panista Maru Campos, conquistó en la capital 17 mil votos más que Serrano, 16 mil más que todos los candidatos a diputado de su partido, y ocho mil más que el síndico. De ese tamaño.
Sobra decir todas las trabas que recibieron durante su campaña, en particular por la desconfianza de tener al enemigo en casa como en el caso de los hermanos Carlos y Héctor Villalobos, quienes encabezan el proyecto digital PRI.mx, al cual el grupo de Lucía acusaba de haberlos hecho presa de una campaña de porquería que hasta ahora no están dispuestos a perdonar. Tampoco se les olvida que los recursos financieros, materiales y humanos nunca llegaron.
Tampoco los ex gobernadores Fernando y Reyes Baeza olvidaron el torpedeo contra su gente y ellos mismos, y Patricio Martínez difícilmente dejará pasar así nada más los atropellos como el que le hicieron con la imposición de un enviado en la Canaco, su feudo.
Es poco probable que Víctor Valencia de los Santos se quede de brazos cruzados tras enterarse que desde el poder estatal se hace todo lo posible para dejarlo fuera del Congreso, o que la burocracia estatal pase de largo que su partido los trató no como militantes sino como viles mandaderos y acarreadores. En fin, la lista de priístas ofendidos es grande por los desplantes de quienes dejaron de respetar a los liderazgos para imponer a mirreyes, cómplices y juniors.
La última traición al partido y a Chihuahua es la delirante impugnación que lanzaron desde Palacio unos minutos antes de que finalizara el plazo legal para dar por terminado todo el proceso electoral. Poco importó que el propio Enrique Serrano haya reconocido (tarde, pero al fin) su derrota, y que el gobernador llamara al alcalde electo de Juárez para felicitarlo o que el propio presidente Enrique Peña Nieto telefoneara a Corral tras una jornada con participación histórica.
Tampoco parece importarles que los servicios públicos y las finanzas estatales estén en ruinas, que el descontento contra lo que queda del PRI comience a hervir o que la dirigencia pretenda tratar como borregos a los militantes, e imponerles en el Comité Directivo Estatal a los responsables de la peor derrota electoral en la historia del partido, todo con tal de cubrirle la espalda a los excesos y errores de unos cuántos.
Sin duda, el PRI es un partido sin cuyo aporte no podría entenderse al Chihuahua actual, con todo lo malo y lo bueno que esto implique. Esta es una oportunidad para que cada priísta pueda cuestionarse si quiere ser parte de esa corriente corrupta, perdedora y rancia que representan los que ya se van, o si tienen la capacidad de reinventarse y demostrar por qué fue el partido dominante durante los últimos 87 años.
Ese es el actual dilema del priísta.
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