Después de mucho insistir, el PRI por fin ratificó su derrota. No le bastó una paliza en las urnas, el claro rechazo de la ciudadanía en las redes sociales, ni ninguna de las evidentes señales del hartazgo que se ha fortalecido contra una forma de ser, pensar y gobernar a la que muchos achacan la decadente situación económica, social y política de nuestro país y nuestro estado.
Después de un proceso que provocó muchos desencuentros, tensiones y migrañas, los magistrados del Tribunal Estatal Electoral terminaron por desechar algunas casillas pero dejaron intacto el triunfo de Javier Corral, pues por mucho que le buscaran, no iban a poder cambiar la realidad: el PRI no gobernará Chihuahua en esta ocasión, hagan lo que hagan.
Según los informantes, los magistrados César Wong y Adrián Jácquez hicieron hasta lo imposible por pasarse por la entrepierna la decisión de la ciudadanía y estirar la Ley hasta los extremos más chiclosos, pero desistieron cuando comprendieron que ni el Comité Ejecutivo Nacional del PRI, ni la militancia tricolor local, ni los mandamases de la presidencia, ni el Tribunal Federal Electoral, ni nadie fuera del reducido y asfixiado círculo duartista, respaldaría una votación en contra de la decisión ciudadana, no por afán democrático, sino simplemente porque es un desgaste inútil, simplemente por eso.
Si las impugaciones realizadas por Guillermo Dowell y su camarilla de 650 abogados tuviera el más mínimo asidero legal, de ahí se hubieran enganchado, pero el recurso no sólo carecía de sustento, sino que fue todo mal hecho. Ni para impugnar sirvieron. Son las consecuencias de vivir en una cultura política en la que vale más la “amistad”, el parentesco o la cercanía que la capacidad, el trabajo y los resultados.
Si bien hay que reconocer que todas las acciones de impugnación del PRI de Dowell se han realizado conforme a derecho, pues pueden patalear todo lo que quieran, lo cierto es que en el plano político han sido un balazo en el pie pues en adelante los priistas no podrán hablar de democracia y respeto a la ciudadanía sin ponerse antes un mascarón de cinismo muy fácil de reconocer. También ahondaron la división interna en el tricolor, pues han sido cada vez más figuras priistas las que rechazaban dicha impugnación.
Así, ese PRI que se burlaba de Corral llamándolo “eterno perdedor”, “pluridiputado” y demás motes, ahora tienen que tragarse todas sus palabras, y aderezadas con chiltepín y habanero. Los peores perdedores en la historia política de Chihuahua han sido aquellos que impulsan impugnaciones sin pies ni cabeza, con el único afán de entorpecer la transición democrática.
Ahora corresponde a los priistas que quedan recuperar su partido, pues aunque suene difícil de creer muchos militantes fueron también víctimas del “primer priista del estado” y sus cómplices. Chihuahua perdió mucho durante el gobierno de César Duarte, durante sus seis años y los 30 más que dejó endeudados, pero también el PRI habrá de pagar los costos de su “disciplina” y de no haber alzado la voz con contundencia cuando debió de hacerlo. Aunque todavía se puede salvar un poco, el daño al partido ya está hecho.
Pero mientras unos hacen intentos ridículos por dinamitar al partido cuando ya no les sirve, otros hacen intentos igual de ridículos por disfrazarlo y reposicionarlo. Así, el dirigente estatal del PRI aseguró durante su reunión con senadores que no se consentirá la corrupción ni la impunidad, algo que se antoja tan contradictorio como decirle a los peces que se les prohibirán las branquias, pues lo cierto es que el sistema priista es un cúmulo histórico de transas, intereses y complicidades, incluso la que llevó a Enrique Ochoa a ser dirigente priista a pesar de haber negado públicamente su militancia en años recientes y de haberse bailado los estatutos, sin contar los desastrosos resultados de su paso por la Comisión Federal de Electricidad, que son mucha materia para investigar.
También aprovechó para hacer un llamado a las nuevas generaciones a tomar el partido y sacar a los dinosaurios del cretácico para que le entren unos más jurásicos como Christopher Barousse, quien ha demostrado hasta el cansancio su buena disposición para aprender las viejas mañas y aplicarlas al entorno moderno.
Otro anuncio fue el de comenzar una gira tipo las del Peje para recorrer los 32 estados del país en los próximos 100 días, para fingir que escucha las demandas ciudadanas y hallar nuevos sabores de atole para dar con el dedo. También hubo espacio para el humor involuntario al afirmar (así nomás, por sus tanteos) que el 99.9% de los priistas son honestos y el 0.1% sí son raterones.
De esta manera, contradice no sólo al presidente Enrique Peña, quien cree que la corrupción no es un problema institucional ni estructural sino “cultural”. ¿Qué idea tendrán del concepto de “corrupción” tendrán estos personajes para considerar que el 99.9 por ciento de los priistas son personajes ejemplares? A esto podríamos llamarlo “cinismo mágico”.
Así, el duartismo nos recuerda a los últimos días del Tercer Reich, en el que Hitler y sus secuaces ya sabían claramente que habían perdido la guerra, pero querían castigar lo más posible a los alemanes por su “debilidad y cobardía”, pues achacaban al pueblo, al ejército, a los traidores y hasta al clima por la tragedia que ellos mismos causaron. Que nadie se engañe, la principal razón de la debacle priista en Chihuahua se llama César Duarte, y la segunda, más general, Enrique Peña Nieto.
Esto queda más que claro al ver las reacciones por el nuevo gasolinazo, incluso peor que los del calderonato, el mayor en 18 años, 56 centavos por litro y de un jalón. El mero aumento ya es repudiable, pues va al contrario de la depreciación de los combustibles fósiles en todo el mundo, pero la indignación se cataliza con los comerciales que cacarearon hasta el cansancio en los que juraban que bajaría la gasolina, el gas y la electricidad, cuando en los hechos ha sido todo lo contrario.
Esto se debe a que el Gobierno ha encontrado la forma de exprimir más a los contribuyentes sin batallar demasiado, convirtiendo cada gasolinera en una oficina de recaudación a la que a la larga pagamos todos, sobre todo los más desfavorecidos, pues aunque no tengan ni auto para echarle 30 de la verde, el costo se reflejará en alimentos, bienes y servicios.
Los homicidios también repuntan en Chihuahua y en el país, mientras el gobernador concentra sus últimas fuerzas en desestabilizar a Chihuahua, en construirse un blindaje para cubrirse durante su huida y en vengarse de quienes considera que lo traicionaron, sin atender que él traicionó, en primera, al electorado que lo eligió.
Ahora se le paraliza la bursatilización gracias a las gestiones de Corral, quien sabe que podrá tener una propuesta buena o mala, gobernar bien, mal o más o menos, pero si algo se quedará en la mente de los chihuahuenses (y de los electores a nivel nacional) es cumplió o no su principal promesa de campaña: llevar a Duarte a rendir cuentas por sus excesos.
Pero mirando hacia el frente, como pidió el gobernador electo que ya parece que está en funciones por lo movido que anda, observemos los previsibles roces que está generando la integración del nuevo gobierno que si bien no se han soltado ni nombres, ya empezaron a sangrar llagas.
No comprenden muchos que este nuevo gobierno se integrará a partir de experiencia, trayectoria, capacidad y trabajo, no a partir de deudas políticas, partidos o amistades. Así, quienes compartieron algo contra Duarte en Facebook ya se sienten con derecho a gobernar y cobrar nóminas gordas, a pesar de que en su vida hayan presentado un proyecto, una idea, nada.
También están, por supuesto, quienes llevan años luchando contra la corrupción y la impunidad, con congruencia, capacidad y resultados, quienes también están levantando la mano y debieran ser tomados en cuenta, pero será Corral quien a final de cuentas quien asumirá los costos que necesariamente habrá, haga lo que haga, como será él quien rinda cuentas por los resultados o ausencia de estos, a fin de cuentas lo único que importa.