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Opinión

Mauricio Balderrama, ¿Próximo Head Coach de la UACH? Por: Gerardo Elizondo García

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Son muchas las especulaciones, pero sin duda todos coincidimos; Mauricio Balderrama es el favorito para ocupar el puesto de Head Coach de las Águilas de la UACH. En mi opinión creo que es la persona más capacitada y con las mejores características para este puesto. Pero, ¿Quién es Mauricio Balderrama?

Mauricio Balderrama Armendáriz nació en la ciudad de Chihuahua el 28 de marzo de 1976. Desde chico mostró su interés por el futbol americano, pues a temprana edad comenzó a practicar este deporte. En lo que respecta a su formación académica es Licenciado en Administración de Empresas (LAE), por la Facultad de Contaduría y Administración de la UACH. También realizó una Maestría en Administración de Recursos Humanos por la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Contaduría y Administración de la UACH, obteniendo un promedio final de 94.69.

A pesar de su excelente formación académica, nunca dejó lo que más le apasiona en su vida, el futbol americano. Ha sido jugador profesional así como también entrenador. A entrenado a más de mil jugadores a lo largo de su carrera. Como jugador, fue miembro del equipo de la Universidad de las Américas de la Ciudad de Puebla (UDLA) de la cual fue la imagen oficial durante el año pasado en el 75 aniversario de la fundación de la Universidad. Jugó también en la Salle de Chihuahua en donde fue campeón, también jugó con los Halcones del Colegio de Bachilleres número tres, con los Borregos del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) Campus Chihuahua, fue dos veces campeón con los Linces y tres veces campeón con el equipo de la UDLA de Puebla. Luego, lo llamaron a Europa para jugar en una liga italiana. A su regreso a México, volvió a Las Águilas de la UACH ya que quiso retirarse en su tierra, Chihuahua. Fue coach de Las Águilas durante 10 años, siendo parte del equipo campeón en 2004 de la ONEFA con lo que lograron el pase para jugar en la liga de “Los 10 Grandes de México”.

Personalmente tengo el gusto de conocer y ser amigo de Mauricio. Como persona es un gran ser humano que siempre está en busca de su crecimiento personal y profesional, pero también del de los demás, de esto se deriva su gran vocación. Después de platicar con algunos de sus compañeros jugadores y personas que entrenó, no sólo existió una constante, sino varias. Primero que nada su impresionante pasión dentro del campo. Su gran capacidad de motivar a las personas en general, no solamente a los jugadores, sino también a los amigos y esto último me consta. Su liderazgo, es un líder nato.

Mauricio Balderrama tiene un carácter muy peculiar; muy fuerte, pero al mismo tiempo con mucho tacto, es decir, sabe utilizar su carácter de una manera inteligente y no de una manera impulsiva. Ha sido llamado por sus compañeros “El Capitán Furia”.

Por esto, y por mucho más, concuerdo con que Mauricio Balderrama es, sin duda alguna, la mejor persona para ser el próximo Head Coach de Las Águilas de la UACH y estoy seguro que lo será. Es algo que lo llenará de orgullo ya que dirigir a Las Águilas es sin duda un gran honor.

La decisión la tomará pronto el nuevo Rector de la UACH, el M.E. Luis Alberto Fierro Ramírez, quién también considero que es una excelente persona con una trayectoria intachable. Esperemos la decisión del Rector y veamos si “El Capitán Furia” se vuelve “El Coach Furia”.

 

 

Opinión

La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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