El PRI Chihuahuense está en la peor crisis de su historia. Jamás en casi un siglo de existencia el tricolor había experimentado un estado tan lastimoso, menos después de victorias contundentes como la de César Duarte, quien prácticamente alcanzó carro completo gracias a la confianza que le dieron los chihuahuenses a él, a su partido y a los candidatos que él puso e impuso a sus anchas, y que ahora encabezan las listas de perseguidos por la justicia.
¿Con qué cara van a pedir el voto los candidatos del PRI? El principal reclamo de la ciudadanía es erradicar la corrupción ¿van a decir que ellos sí pueden? ¿Van a presumir logros en seguridad cuando lo único que hicieron fue maquillar cifras y hechos? ¿Van a prometer crecimiento económico, educación de calidad, obra pública, empleos bien pagados? ¿De plano se volarán la barda y ofrecerán honestidad, transparencia, rendición de cuentas y eficiencia en el gobierno?
Los sectores están abandonados. Las fuerzas vivas que dieron su potencia a este partido están anuladas por el partido mismo, que las utilizó como capital electoral explotándolas sin darles nada a cambio. Obreros, campesinos, amas de casa, jóvenes, mujeres, profesionistas, empresarios, ¿existe un sector de la población representado cabalmente por el PRI? Tal parece que no, sus cúpulas traicionaron a todos, incluso al partido mismo.
Lucha por el poder, tiro de gracia al partido. Es casi inexplicable que los mismos personajes que llevaron al PRI a su catástrofe, que perdieron toda posición importante en Chihuahua, y que todavía siguen protagonizando escándalos y daño al instituto, se aferren hoy a acapararlo, ya sea con la planilla “oficial” que reúne a lo más puro y duro del duartismo, o la “disidente” que también arrastra claramente los intereses de Duarte, en un intento por saltar al barco de Morena.
López Obrador no criticó a Duarte. Al contrario, se ha dedicado a señalar a los ex gobernadores priistas perseguidos por peculado y corrupción como “chivos expiatorios”. En la campaña para la gubernatura se fue recio contra Corral, a quien, sin pruebas ni argumentos, se dedicó a calificar como “lo mismo”. En la mentalidad del peje no importa que uno sea un raterazo y el otro no tenga acusación alguna de corrupción, lo que le importa es qué tan afines son o no a su proyecto.
Reventar al PRI, la encomienda. Así parece ser la intención de la “planilla blanca”, curiosamente integrada por tres ex dirigentes que en su momento ejercieron todos los abusos y autoritarismo del que ahora se quejan, cuando ven que el partido ya no puede cumplir sus ambiciones. Ya está la impugnación en el partido, donde probablemente se estancará. Luego iría a los tribunales, y esta parálisis no le caería nada bien a un partido que no ha podido ni lamerse las heridas, mucho menos pensar en recuperarse.
No hay liderazgos. Si atendemos a los protagonistas del sexenio pasado, todos están manchados, unos más o unos menos, de duartismo. Otros grupos están relegados u opacados, y sólo el que encabeza el exgobernador José Reyes Baeza conserva empuje y prestigio, pues es quizá el único ex mandatario que puede plantar cara frente a una multitud y arrancar aplausos. Que lo intenten Patricio o Duarte a ver cómo les va, y el reto va también para diputados, alcaldes, funcionarios.
Se confiaron demasiado. Duarte trajo consigo un estilo de robo tan masivo y descarado que aquel saqueo se generalizó en todas las dependencias y áreas de poder público. Agarraron lo que pudieron y ahora que para su mala suerte llegó un nuevo gobierno a pedirles cuentas, acusan persecución política… hágame usted el favor.
PRI respalda a Duarte, aunque lo niegue. Sólo así se entiende la reticencia a llevar a cabo un proceso abierto, reconciliador, que tome en cuenta a las bases, origen de su fuerza partidaria. El problema no fue tanto que Duarte y sus colaboradores robaran, sino la magnitud y descaro con que lo hicieron y, peor tantito, que no repartieron. La militancia no está dispuesta a cargar con transotas que beneficiaron sólo a un puñado.
A esto sumémosle la catástrofe nacional del PRI. El presidente Enrique Peña Nieto enfrenta niveles de desaprobación, ineptitud y corrupción que hacen difícil entender cómo el país sigue en marcha. Por todas partes surgen escándalos de corrupción, y Los Pinos lejos de buscar resolver estos problema se dedica a hacer como que no pasa nada, a reprochar a los ciudadanos su “mal humor”, e incluso a tratar de emplearlos contra sus adversarios hasta absurdos como el dirigente priista, Enrique Ochoa, exigiendo cuentas a AMLO por las transas de Javier Duarte…
PAN y Morena se quedan con el pastel. Al ver que lejos de salir del hoyo los priistas sólo cavan más, las únicas opciones viables para alcanzar los puestos de poder importantes son PAN y Morena. El primero no tiene tantos escándalos no porque sea mejor, sino sencillamente porque gobernaba mucho menos. A su favor tiene la gestión de Javier Corral, que aunque con muchas fallas y transillas que empiezan a aflorar, no se compara con los leviatanes tricolores ni de lejos.
Morena tiene sus días contados. Ya sea que gane o pierda López Obrador la elección de 2018, será probablemente la última en que Morena tenga un papel importante. Si pierde, se antoja difícil verlo competir de nuevo no sólo por su edad, sino por el hartazgo que causa en muchos mexicanos un candidato que se presenta a elecciones cuatro veces. Si gana, incluso sus seguidores más fanáticos tendrán que abrir los ojos a golpes de realidad. ¿Quién será el caudillo de Morena después de AMLO? Sólo faltaría que quiera perpetuarse y reelegirse indefinidamente.
PRI seguro pierde próximas elecciones. Presidencia, gubernatura, todo está ya lejos de su alcance. La herida y desprestigio de Duarte y Peña Nieto durarán, al menos, una década, y eso si nuevos grupos de priistas tomaran el control accedieran a castigar a sus compañeros y a transformar de tajo sus prácticas. Es más fácil contemplar zombis, dragones y marcianos que priistas exitosos en las elecciones venideras. Así estuvo el daño que causaron a su partido.
La elección en el Estado de México es una prueba. Si llegara a ganarla Delfina, de Morena, lo cual es cada día más probable, el PRI recibiría de una vez su estocada de muerte. Si Del Mazo impone su maquinaria y con fraude y medio gana, sólo prolongarían la agonía y de paso estancarían al Edomex en una preocupante lucha por el poder, mucha inestabilidad. El triunfo de Delfina, sin embargo, podría hacerle mucho daño a AMLO, al demostrar que no basta “ser buenos” para resolver los problemas de gobernar un estado o un país. Mucha carnita para los detractores.
Corral y Peniche se sacaron un diez en la detención de Antonio Tarín García, quien soñaba con ocupar la curul que dejó vacía Carlos Hermosillo con su fallecimiento. Lo agarraron descuidado, disfrutando de un evento deportivo muy quitado de la pena. Sin contratiempos lo llevaron a Toluca, apoyados por policías capitalinos y del Estado de México. En unas horas ya estaba procesado y guardadito en Chihuahua.
Dejaron sólo a Tarín. Tanto sus padrinos políticos como sus abogados le quedaron mal. Los primeros intentaron, pero al final ni las manos metieron para nombrarlo a fuerzas diputado y concederle así la impunidad del fuero. El espaldarazo mediático del secretario de Gobernación Osorio Chong a Javier Corral en la persecución a Duarte dejó claro que no pueden arriesgar la elección en el Estado de México por un cadáver político como Tarín. En el caso de los abogados, le hicieron creer que estaba blindado, y estaba, contra las órdenes de aprehensión pasadas, pero no contra las nuevas que sacó el nuevo amanecer, que está actuando con eficaz estrategia. Corral podría ser el primer gobernador en cumplir la promesa de encarcelar a su antecesor.
Sale Carlos Angulo. El trepado político panista, famoso por hacer de cada situación una oportunidad… y regarla, salió de la coordinación de Gobierno Abierto, un puesto que nadie sabía ni qué era, ni para qué servía, ni de quién dependía. Dijo que su intención es prepararse para buscar la alcaldía de Juárez, su eterna obsesión, aunque pinta más bien que el puesto que le dieron era frío como una congeladora.