A sus diez años, Daniel tuvo su primer contacto con el alcohol, fueron sus amigos los que lo invitaron a probar una cerveza.
“Unos chavos más grandes que yo me invitaron, ellos ya estaban tomando; me dijeron ‘tómate una o qué’ y sí me la tomé, me gustó el efecto; empecé a tomar y tomar, me puse bien borracho”, platica Daniel a Excélsior.
A sus doce años recuerda que fue en una posada en la que comenzó a tomar hasta perderse a sí mismo.
“A los 10 empecé a tomar. En una posada había de todo y me puse a robar cervezas y vino hasta quedar muy borracho y no saber de mí; al final me tire a vomitar”, cuenta.
Él asegura que la sensación que dejó en su cuerpo le gustó y continuó: para su segunda borrachera decidió probar cosas más fuertes.
“El alcohol me llevó a hacer cosas de las que me iba arrepentir, como juntarme con un chavo que vendía drogas”, cuenta.
A partir de ese momento, cada fin de semana tomaba cualquier bebida alcohólica que le pusieran enfrente. Al poco tiempo, Daniel dejó la escuela primaria y comenzó a trabajar.
“Me salí del estudio porque el director, que estaba sin hacer nada, me ponía reportes y mejor preferí salirme”, asegura Daniel.
Para evitar regaños en casa y que su mamá se diera cuenta que llegaba tomado, se encerraba en su cuarto.
Gracias a un amigo, Daniel llegó a Alcohólicos Anónimos en una comunidad ubicada al sur de Aguascalientes. Él acude martes y jueves a compartir sus experiencias con el alcohol y las drogas, al igual que los adultos.
Desde la tribuna en donde los demás comparten sus experiencias pareciera que Daniel es como los demás; a sus doce años relata cómo después de trabajar se iba a tomar con sus amigos.
Desde que conoció el grupo de Alcohólicos Anónimos su vida cambió, aunque no ha sido fácil dejar de beber y reconoce que ha tenido al menos cuatro recaídas.
“Recaí como cuatro veces, duré unos cuatro o tres meses sin beber y volví a recaer”.
Daniel es sólo uno de los menores de 15 años que comienzan a llegar a temprana edad a los grupos de Alcohólicos Anónimos.