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Opinión

Política sin líderes morales. Por Caleb Ordóñez T.

Caleb Ordóñez T.

Ante la polarización que vivimos rumbo a las elecciones más grandes de la historia en 2021, la oposición tiene una necesidad de mostrar su brazo fuerte, lamentablemente para su causa, la gran mayoría de las encuestas apuntan a que el partido Morena, a pesar de las infinitas controversias y equivocaciones, tiene más fuerza rumbo a la obtención de diputaciones, alcaldías y gubernaturas.

La falsa generación “impecable”

En diversas ocasiones, hemos escuchado la “necesidad de que surjan líderes políticos”, sin embargo, quienes creen que los liderazgos pueden emerger como generación espontánea tienen equivocado el rumbo que requiere un país tan lacerado políticamente, como lo es el nuestro.

En la creencia neoliberal es importante construir liderazgos con grandes títulos y puestos públicos. Este pensamiento ponderó en la política durante décadas, sin embargo, ha fracasado rotundamente.

Ante los distintos escándalos de corrupción que abundaron en los pasados sexenios, una coincidencia es que los personajes señalados y acusados fueron estudiantes de escuelas respetadas, o bien, fueron llamados “nueva generación de políticos”, como en su momento llamó Enrique Peña Nieto a los –en aquel 2012– jóvenes gobernadores Roberto Borge, César y Javier Duarte.

Claramente, la oposición, llámese PRI, PAN, PRD, Movimiento Ciudadano u otro organismo político contrario a la 4T están sufriendo una realidad que nunca imaginaron, sin embargo, están pagando caro lo que fueron generando por años al no construir cuadros que se convirtieran en verdaderos gestores sociales, sino en “productos políticos”que pudieran ser fácilmente “vendibles” en elecciones.

Mucho de lo que está sucediendo con el caso de Emilio Lozoya tiene que ver con este tipo de arquetipos de personajes que ante las cámaras son impecables y cuidan su imagen mientras están ante los reflectores, pero apenas “rascándoles” un poco sobre su actuar son igual o más corruptos que las generaciones que les precedieron.

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Opinión

León. Por Raúl Saucedo

La estrategia de la supervivencia

El pontificado de León XIII se desplegó en un tablero político europeo en ebullición. La unificación italiana, que culminó con la pérdida de los Estados Pontificios, dejó una herida abierta.

Lejos de replegarse, León XIII orquestó una diplomacia sutil y multifacética. Buscó alianzas —incluso improbables— para defender los intereses de la Iglesia. Su acercamiento a la Alemania de Bismarck, por ejemplo, fue un movimiento pragmático para contrarrestar la influencia de la Tercera República Francesa, percibida como hostil.

Rerum Novarum no fue solo un documento social, sino una intervención política estratégica. Al ofrecer una alternativa al socialismo marxista y al liberalismo salvaje, León XIII buscó ganar influencia entre la creciente clase obrera, producto de la Revolución Industrial. La Iglesia se posicionó como mediadora, un actor crucial en la resolución de la “cuestión social”. Su llamado a la justicia y la equidad resonó más allá de los círculos católicos, influyendo en la legislación laboral de varios países.

León XIII comprendió el poder de la prensa y de la opinión pública. Fomentó la creación de periódicos y revistas católicas, con el objetivo de influir en el debate público. Su apertura a la investigación histórica, al permitir el acceso a los archivos vaticanos, también fue un movimiento político, orientado a proyectar una imagen de la Iglesia como defensora de la verdad y del conocimiento.

Ahora, trasladémonos al siglo XXI. Un nuevo papa —León XIV— se enfrentaría a un panorama político global fragmentado y polarizado. La crisis de la democracia liberal, el auge de los populismos y el resurgimiento de los nacionalismos plantean desafíos inéditos.

El Vaticano, como actor global en un mundo multipolar, debería —bajo el liderazgo de León XIV— navegar las relaciones con potencias emergentes como China e India, sin descuidar el diálogo con Estados Unidos y Europa. La diplomacia vaticana podría desempeñar un papel crucial en la mediación de conflictos regionales, como la situación en Ucrania o las tensiones en Medio Oriente.

La nueva “cuestión social”: la desigualdad económica, exacerbada por la globalización y la automatización, exige una respuesta política. Un León XIV podría abogar por un nuevo pacto social que garantice derechos laborales, acceso a la educación y a la salud, y una distribución más justa de la riqueza. Su voz podría influir en el debate sobre la renta básica universal, la tributación de las grandes corporaciones y la regulación de la economía digital.

La ética en la era digital: la desinformación, la manipulación algorítmica y la vigilancia masiva representan serias amenazas para la democracia y los derechos humanos. León XIV podría liderar un debate global sobre la ética de la inteligencia artificial, la protección de la privacidad y el uso responsable de las redes sociales. Podría abogar por una gobernanza democrática de la tecnología, que priorice el bien común sobre los intereses privados.

El futuro de la Unión Europea: con la disminución de la fe en Europa, el papel del Vaticano se vuelve más complejo en la política continental. León XIV podría ser un actor clave en la promoción de los valores fundacionales de la Unión, y contribuir a dar forma a un futuro donde la fe y la razón trabajen juntas.

Un León XIV, por lo tanto, necesitaría ser un estratega político astuto, un líder moral visionario y un comunicador eficaz. Su misión sería conducir a la Iglesia —y al mundo— a través de un período de profunda incertidumbre, defendiendo la dignidad humana, la justicia social y la paz global.

Para algunos, el nombramiento de un nuevo papa puede significar la renovación de su fe; para otros, un evento geopolítico que suma un nuevo actor a la mesa de este mundo surrealista.

@Raul_Saucedo

rsaucedo.07@uach.mx

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