Alain Cocq empezará a morirse este sábado. Y lo retransmitirá en directo por Facebook. Porque quiere que todo el mundo vea y, sobre todo, comprenda, dice, la “agonía” de no poder morir de forma digna cuando se le niegan a un paciente incurable y que desea acabar con ese padecimiento los medios para hacerlo.
El francés de 57 años, aquejado de una enfermedad rara degenerativa, ha decidido abandonar su tratamiento y dejar también de comer y de hidratarse hasta que su cuerpo diga basta. No será fácil ni agradable. El propio Cocq calcula que puede tardar entre cuatro y cinco días en morir. Su decisión, tomada después de un último intento frustrado —apeló al presidente, Emmanuel Macron— por lograr que se le administre una sedación profunda garantizada en Francia solo para los enfermos terminales, ha reabierto una vez más en este país el debate sobre el derecho a una muerte digna.
“Como nos esperábamos, no habrá ningún gesto de compasión hacia Alain Cocq. En consecuencia, Alain dejará de alimentarse y de hidratarse, así como todo tratamiento, a partir del sábado 5 de septiembre de 2020 a las 00.00”, anunció este viernes, en nombre de Cocq, Nathalie Kurz, presidenta de la asociación de ayuda a discapacitados Handi mais pas que. Una decisión tomada después de que Cocq recibiera la negativa de Macron a interceder por él, en una carta firmada de puño y letra por el presidente, quien pese a dejarle claro que no puede ayudarle, le asegura su “apoyo personal” y su “profundo respeto”.
“Usted desea solicitar una ayuda activa para morir que, a día de hoy, no está permitida en nuestro país (…) Dado que no estoy por encima de las leyes, no puedo acceder a su petición”, explicó Macron. Cocq le había pedido en julio que intercediera a favor de su “derecho a una muerte digna con la asistencia activa del cuerpo médico”.
En Francia no es legal ni el suicidio asistido ni la eutanasia. Solo existe la ley Claeys-Léonetti sobre el fin de vida, que permite una sedación profunda de pacientes terminales, pero solo en aquellos que sufren “una enfermedad grave e incurable y cuyo pronóstico vital esté comprometido a corto plazo”. Cocq, un activista por el derecho a la muerte digna, padece desde hace 34 años una enfermedad rara, incurable, degenerativa y muy dolorosa por la que las paredes de sus arterias se pegan, provocándole isquemia (una disminución de la circulación de la sangre que provoca la insuficiencia de irrigación en tejidos u órganos). Pero no ha podido demostrar que vaya a morir en breve. Además, no quiere una sedación. Reclama lo que en entrevista con este diario llamó un “cuidado último” —como una fuerte dosis de barbitúricos— que acabe con los dolores “intolerables”. Aunque ello puede llevar a la muerte, el objetivo, insiste este “católico no practicante”, no es el suicidio asistido, sino acabar con el dolor.
Su esperanza es que su muerte retransmitida en directo provoque un “electroshock” en la sociedad que permita por fin que en Francia se autorice el suicidio asistido como en Bélgica, dijo a la Agencia France Presse Sophie Medjeberg, vicepresidenta de Handi mais pas que. “Hay que acabar con la política del avestruz. Ocho de cada diez franceses están a favor del suicidio asistido”.
“¡Qué clase de república laica es esta que te obliga a morir lo más tarde posible y con sufrimiento!”, denunció también este viernes Jean-Luc Romero, presidente de la Asociación para Morir Dignamente, que ha lanzado una campaña de apoyo a Cocq en las redes sociales bajo la etiqueta #JeSoutiensAlainCocq (yo apoyo a Alain Cocq).
Este caso se produce cuando apenas se cumple un año de la muerte de otro de los símbolos en Francia del debate sobre el derecho a morir dignamente, la de Vincent Lambert. El enfermero permaneció más de una década tetrapléjico y en estado vegetativo hasta que, tras una larga batalla judicial, su esposa y la mayor parte de sus familiares lograron que, el pasado verano, la justicia diera su visto bueno a que fuera sometido a una sedación profunda y se parara su alimentación hasta que falleciera, a pesar de la oposición de sus padres, que calificaron el acto médico de “eutanasia encubierta”. En el caso de Lambert, el problema era que no había hecho un testamento vital estipulando sus deseos.
François Lambert, sobrino de Vincent y uno de los familiares que más luchó para que pudiera acabar con su vida, lamentó, en conversación con El País que, desde entonces, el debate no se haya movido ni un ápice. “Lo terrible es que hay una visión feudal de la medicina y del cuerpo humano. En el caso de Alain, como en los precedentes y en los que seguirá habiendo, siempre es lo mismo: se dice que no es posible cambiar la ley, cuando la gente dice que no es posible seguir así. Ir algo más lejos que la ley Leonetti no es tan difícil, solo hace falta valor. ¿Hará este caso que las cosas cambien? No lo sé”.
Fuente: El País