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Opinión

¿Por qué regresó Ricardo Anaya? De Caleb Ordóñez T.

Caleb Ordóñez T.

“Te saludo desde mi casa, aquí en Querétaro”, dice Ricardo Anaya, con un discurso bien entrenado y articulado que muestra en su más reciente video. Se trata del candidato panista que fracasó en su intento de vencer a Andrés Manuel López Obrador.

Ahí está el menudo y polémico personaje, que algunos llamaron “el chico maravilla”, analizando la situación que vive el país a más de dos años de aquella fatídica elección –para él y sus seguidores–. Se muestra mesurado, con información que, él sabe, enciende el ánimo de los detractores de AMLO.

Es Ricardo, o como el presidente lo bautizó “Ricky, riquín canallín”, quien reaparece en el momento más importante para la oposición que no ha demostrado ser una potencia contra la 4T. Todo lo contrario; hay un boquete, una debilidad de los enemigos de Morena ante el desafío enorme de la gigante elección del próximo 6 de junio del 2021.

Con voz inconfundible dice: «Frente a este desastre la pregunta que aparece en todas las conversaciones sobre los problemas de México es qué vamos a hacer. Yo creo que la respuesta está en el 21 y en el 24». Quiere participar, está en pie de guerra.

Anaya se presenta justo cuando el movimiento de FRENAAA inspira más carcajadas que una voluntad colectiva para derrocar al actual gobierno. Sabe que es un momento preciso para darle rostro a un sentimiento que comparten cientos de miles de opositores, pero que sigue pálido y desnutrido.

¿Qué más sabe Ricardo Anaya? ¿Qué más lo motivó a reaparecer? Al parecer, el más temido de los funcionarios, por parte de los políticos del pasado, Santiago Nietotrató de explicar desde su cuartel el inesperado resurgimiento: existe una investigación formal por el caso de Odebrecht. Este martes 22 de septiembre, Nieto aseguró que fue Emilio Lozoya quien denunció la presunta participación de Anaya junto a otras 70 personas por el tema de desvíos y sobornos por parte de la empresa multimillonaria y ultracorrupta Odebrecht.

¿Acaso Ricardo Anaya busca el fuero para no caer en prisión?

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Opinión

El G20: ¿Progreso real o más promesas vacías? Por Sigrid Moctezuma

Hablar del G20 es hablar de una oportunidad única: una reunión que pone sobre la mesa problemas que afectan directamente nuestras vidas, como la pobreza y el cambio climático. Pero, ¿Estamos realmente avanzando o seguimos atrapados en las buenas intenciones?

En pleno 2024, más de 700 millones de personas en el mundo viven con menos de 2 dólares al día, y el cambio climático sigue empujando a millones al borde de la desesperación. Según la FAO, en 2023 hubo un aumento alarmante de 122 millones de personas que enfrentan inseguridad alimentaria debido a conflictos y fenómenos climáticos extremos. Estas cifras no son abstractas; son vidas humanas, historias de lucha diaria que rara vez llegan a los titulares.

Erradicar la pobreza no es simplemente “dar más dinero”. Se trata de atacar la raíz del problema: desigualdades históricas y estructuras económicas que privilegian a unos pocos. Por ejemplo, los países del G20 representan el 85% del PIB mundial, pero también son responsables del 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Es una contradicción enorme: quienes tienen más recursos para ayudar son también quienes más contribuyen al problema.

También es fácil hablar de «transición energética» y «economía verde», pero ¿Qué significa esto para alguien que perdió su casa por un huracán? En México, por ejemplo, los desastres naturales generaron pérdidas económicas por más de 45 mil millones de pesos en 2023. Y mientras tanto, los países más contaminantes siguen retrasando acciones contundentes, como reducir su dependencia de los combustibles fósiles. ¿Por qué? Porque aún les resulta más barato contaminar que invertir en soluciones sostenibles?.

¿Qué se debería hacer?

Las soluciones están claras, pero falta voluntad política. El G20 propone algunas ideas interesantes: redistribuir recursos, apoyar economías locales y fomentar la innovación tecnológica para reducir desigualdades. Pero todo esto suena a más promesas, a menos que veamos medidas concretas. ¿Dónde están los fondos para las comunidades más vulnerables? ¿Por qué no se prioriza la educación y la formación laboral en zonas desfavorecidas?

Como sociedad, necesitamos exigir que las grandes cumbres dejen de ser solo escenarios de fotos grupales. Los líderes globales deben recordar que detrás de cada estadística hay una persona que sufre, pero también que sueña con un futuro mejor. Si no empezamos a construir ese futuro ahora, ¿cuándo lo haremos?

El G20 no es la solución mágica, pero puede ser un catalizador. Si los compromisos se traducen en acciones reales, estaremos un paso más cerca de un mundo más justo. Si no, solo estaremos alimentando un ciclo de discursos vacíos que poco tienen que ver con las necesidades reales de la gente.

¿Qué opinas tú? ¿Crees que estas cumbres realmente cambian algo o son puro espectáculo?

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