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Opinión

México juega con la muerte. Por Itali Heide

Itali Heide

En México, hay dos cosas que mandan por encima de todo: el poder del dinero y de la muerte. Se juega constantemente con la vida de los ciudadanos, mostrando los oscuros entresijos de un país gobernado por quien tiene conserva mayor cantidad de poder, un poder que es corrupto hasta los huesos. Esta misma semana, las redes sociales estallaron con el trágico e injusto accidente de metro, que ha cobrado la vida de dos docenas de personas y ha herido a muchas más. Lo más impactante de este accidente, es reconocer lo totalmente prevenible que fue.

Las grietas en el puente y en muchos otros similares al que se derrumbó determinan cuál es la realidad: México no tiene ningún compromiso consigo mismo para convertirse en un mejor lugar para vivir. La clase trabajadora se ve obligada a tomar un transporte público peligroso, arriesgando su vida sólo para llegar al trabajo. Los mismos servicios que deben servir a los ciudadanos, los mató.

¿Qué tan diferente es una lamentable muerte provocada por un accidente, y uno que es matado por la violencia provocada por el narcotráfico? Totalmente diferentes, pero me permito argumentar que las dos son un producto directo de un gobierno corrupto y perdido, donde las leyes son un chiste local y las muertes acumulan en el escritorio del que manda. Hemos vivido y vivimos bajo gobiernos que utilizan la táctica de tratar la muerte como un juguete, como un hecho inevitable de vivir en una nación en desarrollo.

Como seres humanos, se nos debería permitir una vida más allá de eso. Se nos debería permitir caminar libremente por las calles, sin miedo a estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Debería haber menos madres llorando por sus hijos perdidos, menos tumbas sin nombre, menos encubrimientos por parte del gobierno, menos injusticias. Lo ideal sería que no hubiera injusticia, pero parece mucho pedir a un país que ha hecho de la injusticia un pilar de su existencia.

En México, la muerte es moneda de cambio. Ya sea relacionada con el tráfico, incitada por el gobierno o simplemente a personas inocentes que regresan a casa en el metro, la muerte dice lo que años de protestas simplemente no dicen. Ahora es demasiado tarde, pero no lo era cuando la gente se quejaba de los daños estructurales tras el último gran terremoto. Ahora es demasiado tarde, pero no lo era cuando había algo que mejorar. 

Nuestra voz es la única arma que tenemos ante un país que es gobernado con miedo de frente, escondiendo detrás su corrupción y lavándose las manos de la sangre que les pertenece. Para eso, nuestra voz puede ser muchas cosas: lo más importante que nos ofrece es el voto. Usémoslo. Nuestra voz también puede hablar con la verdad, puede derrumbar paredes y cambiar ideologías. La muerte es lo único que nos quita la voz, y al convertir la muerte en un arma político y social para controlar a las masas, atacan nuestra manera más íntima de pedir cambio en el país.

Opinión

León. Por Raúl Saucedo

La estrategia de la supervivencia

El pontificado de León XIII se desplegó en un tablero político europeo en ebullición. La unificación italiana, que culminó con la pérdida de los Estados Pontificios, dejó una herida abierta.

Lejos de replegarse, León XIII orquestó una diplomacia sutil y multifacética. Buscó alianzas —incluso improbables— para defender los intereses de la Iglesia. Su acercamiento a la Alemania de Bismarck, por ejemplo, fue un movimiento pragmático para contrarrestar la influencia de la Tercera República Francesa, percibida como hostil.

Rerum Novarum no fue solo un documento social, sino una intervención política estratégica. Al ofrecer una alternativa al socialismo marxista y al liberalismo salvaje, León XIII buscó ganar influencia entre la creciente clase obrera, producto de la Revolución Industrial. La Iglesia se posicionó como mediadora, un actor crucial en la resolución de la “cuestión social”. Su llamado a la justicia y la equidad resonó más allá de los círculos católicos, influyendo en la legislación laboral de varios países.

León XIII comprendió el poder de la prensa y de la opinión pública. Fomentó la creación de periódicos y revistas católicas, con el objetivo de influir en el debate público. Su apertura a la investigación histórica, al permitir el acceso a los archivos vaticanos, también fue un movimiento político, orientado a proyectar una imagen de la Iglesia como defensora de la verdad y del conocimiento.

Ahora, trasladémonos al siglo XXI. Un nuevo papa —León XIV— se enfrentaría a un panorama político global fragmentado y polarizado. La crisis de la democracia liberal, el auge de los populismos y el resurgimiento de los nacionalismos plantean desafíos inéditos.

El Vaticano, como actor global en un mundo multipolar, debería —bajo el liderazgo de León XIV— navegar las relaciones con potencias emergentes como China e India, sin descuidar el diálogo con Estados Unidos y Europa. La diplomacia vaticana podría desempeñar un papel crucial en la mediación de conflictos regionales, como la situación en Ucrania o las tensiones en Medio Oriente.

La nueva “cuestión social”: la desigualdad económica, exacerbada por la globalización y la automatización, exige una respuesta política. Un León XIV podría abogar por un nuevo pacto social que garantice derechos laborales, acceso a la educación y a la salud, y una distribución más justa de la riqueza. Su voz podría influir en el debate sobre la renta básica universal, la tributación de las grandes corporaciones y la regulación de la economía digital.

La ética en la era digital: la desinformación, la manipulación algorítmica y la vigilancia masiva representan serias amenazas para la democracia y los derechos humanos. León XIV podría liderar un debate global sobre la ética de la inteligencia artificial, la protección de la privacidad y el uso responsable de las redes sociales. Podría abogar por una gobernanza democrática de la tecnología, que priorice el bien común sobre los intereses privados.

El futuro de la Unión Europea: con la disminución de la fe en Europa, el papel del Vaticano se vuelve más complejo en la política continental. León XIV podría ser un actor clave en la promoción de los valores fundacionales de la Unión, y contribuir a dar forma a un futuro donde la fe y la razón trabajen juntas.

Un León XIV, por lo tanto, necesitaría ser un estratega político astuto, un líder moral visionario y un comunicador eficaz. Su misión sería conducir a la Iglesia —y al mundo— a través de un período de profunda incertidumbre, defendiendo la dignidad humana, la justicia social y la paz global.

Para algunos, el nombramiento de un nuevo papa puede significar la renovación de su fe; para otros, un evento geopolítico que suma un nuevo actor a la mesa de este mundo surrealista.

@Raul_Saucedo

rsaucedo.07@uach.mx

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