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Opinión

Saliendo del antiguo clóset. Por Itali Heide

Junio es el Mes del Orgullo, una época del año que suele estar llena de publicidad con colores del arcoíris

Itali Heide

, marchas para celebrar la libertad y gente que sale del clóset. Normalmente, desencadena la alegría de los miembros de la comunidad LGBTQ+ y sus aliados, pero también puede hacer aflorar el odio de personas que no comprenden el espectro de identidad bajo el que se ha vivido durante miles de años.

Así es, miles de años. Muchos opositores al movimiento LGBTQ+ protegen su realidad actual diciendo cosas como «en mis tiempos no había tanta gente gay», u «hoy en día todo el mundo quiere ser gay». Este es uno de los mayores errores de concepto, porque (mentalízate para captar la siguiente información): la humanidad siempre ha mantenido un espectro de identidad en términos de atracción y género. Esto no es nada nuevo, sin importar lo que el gobierno, la iglesia, o la sociedad intente vender. Le echarán la culpa a las enfermedades mentales, a los abusos de la infancia o al internet, pero la verdad es mucho más sencilla que las excusas que muchos prefieren creer: la diversidad de identidad sexual y de género siempre ha existido, y siempre existirá.

La historia colectiva de la comunidad LGBTQ+ se remonta a las antiguas civilizaciones, abarcando las memorias de los pueblos y las culturas donde vivían gays, lesbianas, bisexuales, intersex y transgéneros en todo el mundo. Los recuentos que hoy existen de estas sociedades y personas sobrevivieron muchos siglos de persecución, vergüenza, supresión y secreto, y sus realidades permanecieron enterradas durante décadas.

La historia es mucho más vasta y grande de lo que tenemos a nuestro alcance, y es importante señalar que incluso en la historia antigua, había lugares donde la homosexualidad estaba prohibida, y otros donde se celebraba. En ese sentido, no somos tan diferentes hoy en día como hace miles de años. El miedo a lo desconocido puede hacer una de dos cosas: abrirnos los ojos a nuevas realidades, o cerrarnos a lo que no entendemos. Este ha sido el caso de toda la humanidad, y no hay razón para que la comunidad LGBTQ sea la excepción. Existen casos de identidad de género y sexualidad documentados en casi todas las civilizaciones antiguas, desde el nacimiento de personas intersex como la presencia de personas del ‘tercer género’, que hoy en día serían considerados no binarios.

La historia lo demuestra, la comunidad LGBTQ+ siempre ha existido. En Antigua Grecia, era común tener una pareja del mismo sexo antes o durante el matrimonio heterosexual. En Sudáfrica, las mujeres mantenían relaciones lésbicas de larga duración, nombradas motsoalle. Se han encontrado dibujos de encuentros homosexuales que datan del periodo ramésida en Egipto. Entre los pueblos indígenas de América, varias naciones respetaban los roles de quienes se identificaban como homosexuales, bisexuales o no binarios. Hace siglos en China, la homosexualidad era popular durante las dinastías Song, Ming y Qing. Por ahí dicen que casi todos los emperadores de la dinastía Han tenían más de un amante homosexual. En los antiguos textos hindúes, las descripciones de santos y semidioses trascienden las normas de género y manifestan múltiples combinaciones de sexo y género. Al sur del mismo país, los Hijra son una casta de tercer género, un grupo transgénero que vive un rol femenino. Incluso la historia de México nos da contexto: los zapotecas reconocen a los y las muxes como un tercer género desde que tienen historia. Son respetados y celebrados como parte integral de la cultura, ejerciendo un símbolo de feminidad y fertilidad.

El término ‘homofobia’ no le queda bien al desconocimiento de la realidad social. Quienes no han logrado entender que es una parte natural de la humanidad, no tienen miedo, tienen odio y terquedad en el corazón. Ya sea por razones políticas, religiosas o simplemente por querer tener razón, desgraciadamente hay muchas personas que aún se niegan a reconocer que la existencia humana no es binaria, no es blanca o negra y no encaja en las cajas que hemos creado para identificar estrechamente cómo debemos actuar, vestir, vivir y amar.

Opinión

El G20: ¿Progreso real o más promesas vacías? Por Sigrid Moctezuma

Hablar del G20 es hablar de una oportunidad única: una reunión que pone sobre la mesa problemas que afectan directamente nuestras vidas, como la pobreza y el cambio climático. Pero, ¿Estamos realmente avanzando o seguimos atrapados en las buenas intenciones?

En pleno 2024, más de 700 millones de personas en el mundo viven con menos de 2 dólares al día, y el cambio climático sigue empujando a millones al borde de la desesperación. Según la FAO, en 2023 hubo un aumento alarmante de 122 millones de personas que enfrentan inseguridad alimentaria debido a conflictos y fenómenos climáticos extremos. Estas cifras no son abstractas; son vidas humanas, historias de lucha diaria que rara vez llegan a los titulares.

Erradicar la pobreza no es simplemente “dar más dinero”. Se trata de atacar la raíz del problema: desigualdades históricas y estructuras económicas que privilegian a unos pocos. Por ejemplo, los países del G20 representan el 85% del PIB mundial, pero también son responsables del 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Es una contradicción enorme: quienes tienen más recursos para ayudar son también quienes más contribuyen al problema.

También es fácil hablar de «transición energética» y «economía verde», pero ¿Qué significa esto para alguien que perdió su casa por un huracán? En México, por ejemplo, los desastres naturales generaron pérdidas económicas por más de 45 mil millones de pesos en 2023. Y mientras tanto, los países más contaminantes siguen retrasando acciones contundentes, como reducir su dependencia de los combustibles fósiles. ¿Por qué? Porque aún les resulta más barato contaminar que invertir en soluciones sostenibles?.

¿Qué se debería hacer?

Las soluciones están claras, pero falta voluntad política. El G20 propone algunas ideas interesantes: redistribuir recursos, apoyar economías locales y fomentar la innovación tecnológica para reducir desigualdades. Pero todo esto suena a más promesas, a menos que veamos medidas concretas. ¿Dónde están los fondos para las comunidades más vulnerables? ¿Por qué no se prioriza la educación y la formación laboral en zonas desfavorecidas?

Como sociedad, necesitamos exigir que las grandes cumbres dejen de ser solo escenarios de fotos grupales. Los líderes globales deben recordar que detrás de cada estadística hay una persona que sufre, pero también que sueña con un futuro mejor. Si no empezamos a construir ese futuro ahora, ¿cuándo lo haremos?

El G20 no es la solución mágica, pero puede ser un catalizador. Si los compromisos se traducen en acciones reales, estaremos un paso más cerca de un mundo más justo. Si no, solo estaremos alimentando un ciclo de discursos vacíos que poco tienen que ver con las necesidades reales de la gente.

¿Qué opinas tú? ¿Crees que estas cumbres realmente cambian algo o son puro espectáculo?

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