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Opinión

Entendiendo existencias ajenas. Por Itali Heide

Itali Heide

¿Es demasiado tarde para que los humanos se lleven bien? A medida que la individualidad se convierte en la norma, después de siglos de reflejar comportamientos y formas de vivir para encajar, la pregunta queda en el aire. Sin embargo, hay preguntas que piden aún más respuesta: ¿por qué somos todos tan diferentes? ¿Y cuál es la forma correcta de ser? La respuesta está en la verdad de la experiencia humana: puedes ser quien quieras ser. La opinión de los demás sobre cómo vivir la vida termina en la frontera que es el cuerpo cuerpo, la forma física que alberga sueños y esperanzas para convertirlos en realidad.

En los últimos 100 años, la vida ha cambiado a un ritmo tan exponencial que supera todos los conocimientos conocidos anteriormente por el hombre. Es prácticamente ilimitada, así que ¿por qué debería estar limitada nuestra vida? A medida que los tiempos cambian, también debe hacerlo nuestra idea de lo que es la vida perfecta. Las cajas en las que nos han metido son anticuadas y poco realistas, sobre todo frente a las generaciones a las que se les permite vivir con autenticidad gracias al conocimiento ilimitado que la era de la información ha regalado a la tierra.

Una de las muchas cosas que han limitado la vida de los miles de millones de habitantes de la Tierra es tan antigua como la propia conciencia humana: la religión. Cuando los seres humanos empezaron a crear sociedades con normas, valores y expectativas, las preguntas candentes empezaron a asaltarnos: ¿de dónde venimos? ¿qué nos puso aquí? y ¿cómo lo afrontamos? La religión ofrecía una salida al constante pavor existencial, una respuesta a quiénes éramos antes de ser y quiénes seremos después de irnos.

La religión participó en el nacimiento del arte, la ciencia, la humanidad y la filosofía. Sin embargo, también fue y es un arma de doble filo: puso duros límites que, a día de hoy, dictan si las personas son capaces o no de vivir una vida plena sin miedo. La simple verdad del asunto es que la religión está hecha por el hombre, si eso significa o no que los dioses existen, no puedo decirlo. Lo que sí sé es que las reglas que se ponen para descifrar si alguien es «bueno» o «malo» fueron escritas por manos humanas, y a menudo se basan únicamente en la religión, cuando hemos superado un punto en la sociedad en el que debería ser la base de toda la vida. Hoy en día, no podemos pensar que es la única manera de vivir, porque simplemente no lo es. Hay unas 4.300 religiones en el mundo, y sin embargo aseguramos que la nuestra es la única correcta. ¿Quién puede decir que eso es cierto? Nadie puede, pero la influencia que tiene la religión en la forma de percibir lo que no entendemos puede ser peligrosa.

Ya sea el cristianismo, el budismo, el islam, el hinduismo, el judaísmo o cualquier otro en el espectro de la fe, no podemos obligar al mundo a vivir según nuestras creencias individuales. Lo que podemos hacer es vivir nuestras vidas de la manera que creemos que es correcta y respetar a los que no lo hacen. No siempre hay que entender la vida del prójimo, pero sí reconocer que no es peor ni mejor que la tuya. Regresamos a la pregunta inicial: ¿es demasiado tarde para que los humanos se lleven bien? No, pero para cambiar este rumbo es necesario abrir la mente para entender existencias ajenas, aunque vivan fuera de los límites de nuestras creencias.

Opinión

Fotografías. Por Raúl Saucedo

Las Políticas por hacer

El quehacer político moderno, a menudo toma en cuenta a los sectores de la sociedad que ostentan poder o influencia visible dentro de la comunidad:  Los adultos votan, las empresas influyen y los medios de comunicación amplifican sus voces. Sin embargo, en el complicado juego de poder, la niñez, un grupo vital pero silencioso, suelen quedarse en el margen.

La Niñez representa el futuro; es el cimiento sobre el que se construirán las próximas generaciones. Su bienestar, educación y salud son indicadores clave no solo de su calidad de vida individual, sino también del progreso y la salud de una sociedad en su conjunto. A pesar de esto, los gobiernos frecuentemente pasan por alto  la creación de políticas públicas enfocadas en este sector, principalmente porque esta parte de la sociedad no votan ni tienen voz directa en los procesos políticos.

Este “descuido” puede atribuirse a varios factores. Primero, la falta de representación política directa. La niñez depende completamente de los adultos para que sus intereses sean representados en el gobierno. Sin embargo, las agendas políticas suelen estar más influenciadas por las preocupaciones inmediatas de los votantes adultos —empleo, economía, seguridad— relegando a un segundo plano temas como la educación de calidad o la protección contra el abuso y la negligencia.

Además, la falta de datos específicos sobre los problemas que afectan a la niñez impide formular políticas bien informadas. A menudo, las estadísticas y estudios disponibles no desglosan la información por edad de manera que refleje las realidades específicas de este grupo. Esto conduce a un entendimiento incompleto de sus verdaderas necesidades y desafíos.

Es más, los problemas que afectan a la niñez suelen ser transversales y requieren una política integrada. Por ejemplo, la pobreza infantil no solo afecta la nutrición; impacta también en el acceso a la educación, la salud y las oportunidades de desarrollo social y emocional. Sin un enfoque especifico que contemple la complejidad de estos asuntos, las políticas resultantes pueden ser ineficaces o incluso contraproducentes.

La Convención sobre los Derechos del Niño, adoptada en 1989 por las Naciones Unidas (ONU), establece en teoría un marco internacional para la protección de los derechos de la niñez, incluyendo el derecho a la educación, la salud y la protección contra la explotación infantil. Sin embargo, la aplicación de estos derechos en políticas concretas sigue siendo un desafío global.

Por lo tanto, es fundamental que los gobiernos reconozcan la importancia de la niñez en el desarrollo social y económico de un país. Invertir en este sector no es solo una cuestión de cumplir con obligaciones morales o internacionales, sino una estrategia prudente para fomentar sociedades más educadas, saludables y equitativas. Los niños y niñas de hoy son los adultos del mañana; sus problemas y necesidades deben ser una prioridad, no una reflexión tardía.

Para abordar esta cuestión sistémica, es necesario promover una mayor participación de los expertos en infancia en los procesos de toma de decisiones y asegurar que las políticas públicas sean evaluadas también en función de su impacto en la población infantil. Las voces de los infantes, aunque no se expresen en las urnas, deben resonar en los corredores del poder a través de quienes aboguen por su bienestar y futuro.

Ignorar las necesidades de este sector en la formulación de políticas públicas no solo es un fracaso en proteger a los más vulnerables, sino también una miopía estratégica que compromete el desarrollo sostenible y la justicia social a largo plazo. Es hora de que los gobiernos ajusten sus lentes y enfoquen claramente en el bienestar y los derechos de los niños, garantizando así un futuro mejor para todos.

Este planteamiento personal y profesional surge en reflexión del pasado 30 de abril, donde la mayoría de mis amigos publicaron historias sobre festivales infantiles en compañía de sus hijos, mientras yo daba un clavado al baúl de los recuerdos encontrando fotografías olvidadas de una etapa fundamental de mi vida, todo esto con aquella canción de fondo del Maestro Sabina donde protestamos contra el misterio del mes de abril.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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