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Opinión

El detrimento del simbolismo. Por Itali Heide

No solemos pensar en lo mucho que vivimos a través de los símbolos que nos rodean. Reconocemos nuestro signo del zodiaco, usamos palomas blancas en las bodas, nos deleitamos en la libertad del vuelo de las mariposas monarca, demostramos nuestro amor con rosas rojas y enviamos emojis para reflejar nuestras emociones.

Los símbolos sirven de guía para mostrarnos cómo y en qué concentrar nuestras emociones y, lo más importante, pueden cambiar nuestro comportamiento. Un octágono rojo nos indica que debemos parar el carro. Una cruz transmite creencias religiosas. Una señal de peligro nos impide ingerir veneno. Queramos o no, hemos creado una red de entendimiento que supera la lingüística y se sumerge en la profundidad visual de nuestra humanidad.

La historia de los símbolos se puede enmarcar como un largo camino hacia la simplificación. Los símbolos más reconocidos son claros y concisos, excluyendo lo que no es esencial. Pareciera que los seres humanos siempre han buscado simplificar su existencia, pero en la era de consumo se ha vuelto un detrimento a la sociedad. Me declaro culpable de responder mensajes con stickers o GIFs en lugar de encontrar las palabras para contestar con atención e interés. En lugar de platicar mis preocupaciones generales de la vida y crisis existenciales con amigos, comparto memes aludiendo a la pérdida de salud mental. Me encuentro relacionadándome más con los TikToks que con las personas. Un exceso de simbolismo me han simplificado la vida, pero a cambio de mi conexión con la vida real.

Parece que hay tantas cosas a nuestro alrededor, que tomamos el camino fácil cuando se trata de relacionarnos con los demás. Si añadimos una pandemia mundial a la ansiedad ya existente que viene como un combo con la existencia como humano, la comunicación se vuelve aún más agotadora. ¿Hay algo que podemos hacer para cambiar el rumbo que tomamos? Está claro que cambiar la forma en que nos hemos acostumbrado a vivir es más difícil de lo que parece. Sin embargo, las cosas que son difíciles suelen merecer la pena.

Debemos superar nuestra necesidad de gratificación instantánea, respuestas rápidas y clics sin sentido. Si tenemos que vivir en la era de Internet, asegurémonos de utilizarla correctamente. Cada día es una nueva oportunidad para establecer conexiones, iniciar conversaciones, abrir mentes y estimular nuestros pensamientos. Nos hemos convertido en los robots que tememos que nos gobiernen algún día, y la única manera de evitar la zombificación de nosotros mismos es despertar del sueño del simbolismo vacuo.

Opinión

León. Por Raúl Saucedo

La estrategia de la supervivencia

El pontificado de León XIII se desplegó en un tablero político europeo en ebullición. La unificación italiana, que culminó con la pérdida de los Estados Pontificios, dejó una herida abierta.

Lejos de replegarse, León XIII orquestó una diplomacia sutil y multifacética. Buscó alianzas —incluso improbables— para defender los intereses de la Iglesia. Su acercamiento a la Alemania de Bismarck, por ejemplo, fue un movimiento pragmático para contrarrestar la influencia de la Tercera República Francesa, percibida como hostil.

Rerum Novarum no fue solo un documento social, sino una intervención política estratégica. Al ofrecer una alternativa al socialismo marxista y al liberalismo salvaje, León XIII buscó ganar influencia entre la creciente clase obrera, producto de la Revolución Industrial. La Iglesia se posicionó como mediadora, un actor crucial en la resolución de la “cuestión social”. Su llamado a la justicia y la equidad resonó más allá de los círculos católicos, influyendo en la legislación laboral de varios países.

León XIII comprendió el poder de la prensa y de la opinión pública. Fomentó la creación de periódicos y revistas católicas, con el objetivo de influir en el debate público. Su apertura a la investigación histórica, al permitir el acceso a los archivos vaticanos, también fue un movimiento político, orientado a proyectar una imagen de la Iglesia como defensora de la verdad y del conocimiento.

Ahora, trasladémonos al siglo XXI. Un nuevo papa —León XIV— se enfrentaría a un panorama político global fragmentado y polarizado. La crisis de la democracia liberal, el auge de los populismos y el resurgimiento de los nacionalismos plantean desafíos inéditos.

El Vaticano, como actor global en un mundo multipolar, debería —bajo el liderazgo de León XIV— navegar las relaciones con potencias emergentes como China e India, sin descuidar el diálogo con Estados Unidos y Europa. La diplomacia vaticana podría desempeñar un papel crucial en la mediación de conflictos regionales, como la situación en Ucrania o las tensiones en Medio Oriente.

La nueva “cuestión social”: la desigualdad económica, exacerbada por la globalización y la automatización, exige una respuesta política. Un León XIV podría abogar por un nuevo pacto social que garantice derechos laborales, acceso a la educación y a la salud, y una distribución más justa de la riqueza. Su voz podría influir en el debate sobre la renta básica universal, la tributación de las grandes corporaciones y la regulación de la economía digital.

La ética en la era digital: la desinformación, la manipulación algorítmica y la vigilancia masiva representan serias amenazas para la democracia y los derechos humanos. León XIV podría liderar un debate global sobre la ética de la inteligencia artificial, la protección de la privacidad y el uso responsable de las redes sociales. Podría abogar por una gobernanza democrática de la tecnología, que priorice el bien común sobre los intereses privados.

El futuro de la Unión Europea: con la disminución de la fe en Europa, el papel del Vaticano se vuelve más complejo en la política continental. León XIV podría ser un actor clave en la promoción de los valores fundacionales de la Unión, y contribuir a dar forma a un futuro donde la fe y la razón trabajen juntas.

Un León XIV, por lo tanto, necesitaría ser un estratega político astuto, un líder moral visionario y un comunicador eficaz. Su misión sería conducir a la Iglesia —y al mundo— a través de un período de profunda incertidumbre, defendiendo la dignidad humana, la justicia social y la paz global.

Para algunos, el nombramiento de un nuevo papa puede significar la renovación de su fe; para otros, un evento geopolítico que suma un nuevo actor a la mesa de este mundo surrealista.

@Raul_Saucedo

rsaucedo.07@uach.mx

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