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Opinión

No, no es Claudia. Por Caleb Ordoñez T.

Politizar a todo un país del tamaño de México es muy costoso. Requiere un fuerte gasto económico, de organización humana y promover la polarización que tanto desencanto ha ocasionado en la población.
Todos los partidos políticos tienen la única consigna de ganar elecciones. Algunos, los más pequeños, de sobrevivir para poder seguir recibiendo prerrogativas y continuar siendo un negocio rentable.

Llegamos a una etapa electoral en el país, sumamente anticipada y aún más agitada.

Las candidaturas presidenciales están como monedas en el aire y en una extraña situación, el partido oficialista Morena no tiene asegurado un futuro cómodo.

El meollo de la situación podría estar en la presión que ocasionó Marcelo Ebrard para que la elección interna de su partido se transparentara.

De no haber sido por las renuncias a los cargos públicos y la creación de un modelo con candados internos, el silencio dentro de Morena reinaría, ayudando a la “favorita” del presidente, Claudia Sheinbaum.

El tiempo ha dado la razón a aquellos que apostaban por un deterioro en la unidad morenista. En esa peculiar dificultad que ha tenido la exJefa de Gobierno de nadar entre tiburones.

La decepción

Claudia dejó el cargo luego de un evento faraónico con miles de acarreados que ni siquiera aguantaron el calor de aquel día y apenas comenzando el discurso de la precandidata fueron abandonando por montones la sede del Monumento a la Revolución.

A partir de ese momento las alarmas comenzaron a activarse, pues levantar algarabía y pasiones de la gente en la precampaña no sería nada sencillo. Y tenían razón.

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Opinión

El G20: ¿Progreso real o más promesas vacías? Por Sigrid Moctezuma

Hablar del G20 es hablar de una oportunidad única: una reunión que pone sobre la mesa problemas que afectan directamente nuestras vidas, como la pobreza y el cambio climático. Pero, ¿Estamos realmente avanzando o seguimos atrapados en las buenas intenciones?

En pleno 2024, más de 700 millones de personas en el mundo viven con menos de 2 dólares al día, y el cambio climático sigue empujando a millones al borde de la desesperación. Según la FAO, en 2023 hubo un aumento alarmante de 122 millones de personas que enfrentan inseguridad alimentaria debido a conflictos y fenómenos climáticos extremos. Estas cifras no son abstractas; son vidas humanas, historias de lucha diaria que rara vez llegan a los titulares.

Erradicar la pobreza no es simplemente “dar más dinero”. Se trata de atacar la raíz del problema: desigualdades históricas y estructuras económicas que privilegian a unos pocos. Por ejemplo, los países del G20 representan el 85% del PIB mundial, pero también son responsables del 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Es una contradicción enorme: quienes tienen más recursos para ayudar son también quienes más contribuyen al problema.

También es fácil hablar de «transición energética» y «economía verde», pero ¿Qué significa esto para alguien que perdió su casa por un huracán? En México, por ejemplo, los desastres naturales generaron pérdidas económicas por más de 45 mil millones de pesos en 2023. Y mientras tanto, los países más contaminantes siguen retrasando acciones contundentes, como reducir su dependencia de los combustibles fósiles. ¿Por qué? Porque aún les resulta más barato contaminar que invertir en soluciones sostenibles?.

¿Qué se debería hacer?

Las soluciones están claras, pero falta voluntad política. El G20 propone algunas ideas interesantes: redistribuir recursos, apoyar economías locales y fomentar la innovación tecnológica para reducir desigualdades. Pero todo esto suena a más promesas, a menos que veamos medidas concretas. ¿Dónde están los fondos para las comunidades más vulnerables? ¿Por qué no se prioriza la educación y la formación laboral en zonas desfavorecidas?

Como sociedad, necesitamos exigir que las grandes cumbres dejen de ser solo escenarios de fotos grupales. Los líderes globales deben recordar que detrás de cada estadística hay una persona que sufre, pero también que sueña con un futuro mejor. Si no empezamos a construir ese futuro ahora, ¿cuándo lo haremos?

El G20 no es la solución mágica, pero puede ser un catalizador. Si los compromisos se traducen en acciones reales, estaremos un paso más cerca de un mundo más justo. Si no, solo estaremos alimentando un ciclo de discursos vacíos que poco tienen que ver con las necesidades reales de la gente.

¿Qué opinas tú? ¿Crees que estas cumbres realmente cambian algo o son puro espectáculo?

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