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Opinión

¿El show debe continuar? Por Caleb Ordóñez T.

El show debe continuar. Caleb Ordoñez

Fingiríamos ser ciegos y sordos, si negáramos el éxito rotundo que tiene el programa “La casa de los famosos”, que produce Televisa.

El experimento de esta nueva versión del “Big brother VIP”, ocasiona todo tipo de expresiones. Desde aquellos que lo desprecian; así como los que están pegados a la pantalla, defendiendo a uno de los contendientes.

Así también, como aquellos que silenciosamente y en secreto, están al tanto de lo que sucede en el afamado programa, que está rompiendo récords de audiencia.

Más allá de la frivolidad que representa el juego donde el ganador se llevará cuatro millones de pesos,m. El ejercicio social muestra una serie de estrategias muy parecidas a la política del “mundo real”.

Ese show de telerrealidad, es propiedad de un holandés llamado John de Mol, quien desde 1999, a través de su empresa lo ha distribuido internacionalmente, siendo un éxito en todos y cada uno de los países (más de 60) donde han tropicalizado el concepto.

La clave de su éxito, tiene que ver con la transparencia de la exposición humana, con toda su capacidad de buscar sobrevivir socialmente, en los términos más complicados que puede tener toda persona: el encierro y la presión de ser observado por decenas de cámaras y escuchado por micrófonos, las 24 horas.

Bajo esta modalidad, los habitantes deben de mostrar su mejor personalidad, sin embargo mientras pasa el tiempo, se desgasta a tal grado de exhibirse en sus peores actitudes.

De ahí, surgen las falsedades, intrigas, engaños y otras miserias humanas de las que todos podemos ser partícipes.

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Opinión

León. Por Raúl Saucedo

La estrategia de la supervivencia

El pontificado de León XIII se desplegó en un tablero político europeo en ebullición. La unificación italiana, que culminó con la pérdida de los Estados Pontificios, dejó una herida abierta.

Lejos de replegarse, León XIII orquestó una diplomacia sutil y multifacética. Buscó alianzas —incluso improbables— para defender los intereses de la Iglesia. Su acercamiento a la Alemania de Bismarck, por ejemplo, fue un movimiento pragmático para contrarrestar la influencia de la Tercera República Francesa, percibida como hostil.

Rerum Novarum no fue solo un documento social, sino una intervención política estratégica. Al ofrecer una alternativa al socialismo marxista y al liberalismo salvaje, León XIII buscó ganar influencia entre la creciente clase obrera, producto de la Revolución Industrial. La Iglesia se posicionó como mediadora, un actor crucial en la resolución de la “cuestión social”. Su llamado a la justicia y la equidad resonó más allá de los círculos católicos, influyendo en la legislación laboral de varios países.

León XIII comprendió el poder de la prensa y de la opinión pública. Fomentó la creación de periódicos y revistas católicas, con el objetivo de influir en el debate público. Su apertura a la investigación histórica, al permitir el acceso a los archivos vaticanos, también fue un movimiento político, orientado a proyectar una imagen de la Iglesia como defensora de la verdad y del conocimiento.

Ahora, trasladémonos al siglo XXI. Un nuevo papa —León XIV— se enfrentaría a un panorama político global fragmentado y polarizado. La crisis de la democracia liberal, el auge de los populismos y el resurgimiento de los nacionalismos plantean desafíos inéditos.

El Vaticano, como actor global en un mundo multipolar, debería —bajo el liderazgo de León XIV— navegar las relaciones con potencias emergentes como China e India, sin descuidar el diálogo con Estados Unidos y Europa. La diplomacia vaticana podría desempeñar un papel crucial en la mediación de conflictos regionales, como la situación en Ucrania o las tensiones en Medio Oriente.

La nueva “cuestión social”: la desigualdad económica, exacerbada por la globalización y la automatización, exige una respuesta política. Un León XIV podría abogar por un nuevo pacto social que garantice derechos laborales, acceso a la educación y a la salud, y una distribución más justa de la riqueza. Su voz podría influir en el debate sobre la renta básica universal, la tributación de las grandes corporaciones y la regulación de la economía digital.

La ética en la era digital: la desinformación, la manipulación algorítmica y la vigilancia masiva representan serias amenazas para la democracia y los derechos humanos. León XIV podría liderar un debate global sobre la ética de la inteligencia artificial, la protección de la privacidad y el uso responsable de las redes sociales. Podría abogar por una gobernanza democrática de la tecnología, que priorice el bien común sobre los intereses privados.

El futuro de la Unión Europea: con la disminución de la fe en Europa, el papel del Vaticano se vuelve más complejo en la política continental. León XIV podría ser un actor clave en la promoción de los valores fundacionales de la Unión, y contribuir a dar forma a un futuro donde la fe y la razón trabajen juntas.

Un León XIV, por lo tanto, necesitaría ser un estratega político astuto, un líder moral visionario y un comunicador eficaz. Su misión sería conducir a la Iglesia —y al mundo— a través de un período de profunda incertidumbre, defendiendo la dignidad humana, la justicia social y la paz global.

Para algunos, el nombramiento de un nuevo papa puede significar la renovación de su fe; para otros, un evento geopolítico que suma un nuevo actor a la mesa de este mundo surrealista.

@Raul_Saucedo

rsaucedo.07@uach.mx

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