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Opinión

Hombres de arrastre. Por Javier Contreras

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“¿Por qué está el ser humano en la tierra?
Para contemplar el cielo”
PITAGORAS

Hay un dibujo muy representativo para representar gráficamente el progreso de la evolución del ser humano. Es una escena donde se ven caminando desde un chango y conforme va evolucionando se va irguiendo. Desde el simio que camina jorobado, casi colgando las manos, viendo hacia abajo hasta la figura del ser que se va incorporando, tomando altura, con la espalda más erguida y la vista al frente hasta caminar como hace siglos lo hacemos los humanos. Pareciera que caprichosamente la mencionada teoría de Darwin llegó a su caducidad y la “evolución” se estancó. Tenemos miles de años iguales.

Sin embargo, lo que no contempló Charles Darwin fue la involución -o marcha hacia atrás- que estamos viviendo en unas cuantas décadas. Después de haber caminado erguidos durante siglos, con la frente en alto y la vista en el horizonte viendo el cielo, nos estamos encogiendo, bajando la vista, sin ver lo que tenemos delante y arriba de nosotros.

Rehuimos ver con la mirada firme hacia dónde nos encaminamos. Siquiera a los caballos de arrastre les ponen tapaojos para no desviar sus ojos a los lados y solo ven hacia adelante. Sin embargo, los humanos hemos ido perdiendo la visión periférica por falta de uso y por nuestra voluntad.

La nuca -o cerviz- la inclinamos y propiamente sin ser reverencia a un personaje o ser divino.  A los animales se les ponía un yugo sobre la nuca para mantenerlos con la mirada por donde caminan, pero también como muestra de sometimiento. En el ser humano agachar o doblar la cerviz se aplica para mortificar el orgullo o vanidad y altivez.

Después de varios siglos -según la evolución- de mantenernos jorobados, y por lo tanto, doblando la cerviz, ahora hemos adoptado de manera voluntaria un yugo que nos mantiene la cabeza inclinada, durante horas al día ante el teléfono celular. Ese es el panorama en todos los países y en todos los lugares. En los restaurantes las personas comiendo, pero con la nuca inclinada hacia el aparato telefónico viendo mensajes, fotos, Tik Tok, pasando obsesivamente con los dedos -herramienta digital- videos, fotos y leyendas en Instagram. La ventaja es que no hay horario, lo que ha desquiciado nuestra vida y actividades, nuestras relaciones sociales y la comunicación con nosotros mismos.

Desde que inventaron el celular -teléfono inteligente- el mercado se ha convulsionado y avorazado y en ese pequeño dispositivo se puede localizar todo y casi lo inimaginable: juegos, fotos, entretenimientos, compras, modas, lecturas, viajes, inversiones, consultas científicas y falsas noticias, citas médicas y contratación de sicarios, registros para una conferencia y pederastas al acecho de menores de edad. Por cierto, sigue un uso irresponsable e inocente de estos teléfonos: suben fotos de los hijos pequeños, familiares, parejas y se presume de lugares de vacaciones, comidas y restaurantes sin tener la conciencia que estamos dando datos, ubicación, gustos, recursos y seres queridos para depredadores de las redes.

Luego vienen las malas noticias: llamadas para extorsionar, amenazar con afectarnos en nuestras propiedades o intereses, supuestos secuestros de familiares y nos asombra de las voces anónimas que nos dan “datos precisos”, nombres y lugares para ser creíble su extorsión.

La terrible es que nosotros mismos proporcionamos esos datos en el festín narcisista y de culto a la vanidad, subiendo selfies, fotos y lugares que frecuentamos.  Les hacemos el trabajo a los delincuentes para que nos ubiquen, nos conozcan, les presentamos a nuestra familia y amigos, les damos pistas a donde acudimos. Pero en todo ese tiempo, seguimos con la cabeza gacha, la cerviz inclinada como una reverencia ante el celular. Entregamos la soga para que nos ahorquen.

Lejos de enderezarnos, ver hacia el cielo, mirar el horizonte, nos enconchamos cada vez más solos, frente a un teléfono celular.

Si llegaran seres de otros planetas, nos podrían definir como seres bípedos que caminan con un objeto entre las manos, sin ver por donde avanzan. O seres extraños que tienen dos ojos en la cara pero que los mantienen en largos períodos frente a una pequeña pantalla de la que no pierden detalle y que manipulan de manera habilidosa con los dedos de la mano.

También pudiera ser: seres conectados a un pequeño aparato electrónico que miran durante horas y horas, sin levantar la vista.  No podrían precisar si estamos embelesados, concentrados o alelados frente a un pequeño aparato.  Eso somos ahora.

“Vivimos en un entorno de infotecnología predominantemente digital y los retoños humanos que nacen y se desarrollan son considerados como nativos digitales, en un entorno cada día más artificial” dice Sáez Vacas y toma de referencia a Timothy Taylor en su obra El mono artificial: Cómo la tecnología ha cambiado el curso de la evolución humana donde predice que a largo plazo los humanos tenderán a ser biológicamente menos inteligentes.

Pero también advierte que “la tecnología está recableando nuestros cerebros, lo que produce varias consecuencias, entre ellas la capacidad de concentrarnos” según la neuróloga y científica del cerebro Nora Volkow. Asimismo, el escritor Nicholas Carr, quien ha publicado varios libros sobre los riesgos de manipulación y control a través de internet, sostiene que los cerebros humanos están siendo significativamente remodelados por nuestro uso de internet y de otros medios electrónicos.

Desafortunadamente en muchos ambientes aún se resisten a considerar que el uso inmoderado de tecnologías digitales ha desatado una nueva adicción donde se invierten horas, sustituyen actividades y se adquiere la compulsión y obsesión por consumir, manipular, usar o depender de sustancias, videojuegos, redes sociales o herramientas tecnológicas.

No se tiene en cuenta que toda adicción es una enfermedad del alma y del cerebro.

El homo digitalis -hombre digital- surge del conjunto de actividades que ha desarrollado una inteligencia digital. Los dedos se han convertido en actores que mueven ratones, teclados, conexiones, arrastra imágenes, trabajan sobre pantallas táctiles y ejecutan acciones con un simple click.

  Pero también una de las consecuencias de ese desarrollo tecnológico desde el homo simio, según la teoría evolucionista, es que nos estamos quedando jorobados, con la mirada gacha, sin subir la vista al cielo y estamos jorobando nuestra capacidad de conocer. Volvemos a caminar doblando la cerviz, sin levantar la vista porque ésta la tenemos ocupada en nuestros teléfonos inteligentes. Pareciera que nuestra “inteligencia” la hemos cedido a un aparato inteligente.

Del homo erectus, al homo habilis y homo sapiens, hemos arribado al homo click. Hay una reducción de acciones cada vez más pronunciada. La simplificación cada vez es más radical en espacio y tiempo. En un pequeño dispositivo cada día cabe más y en menos tiempo tenemos respuestas.

La nueva habilidad manipuladora de nuestras manos es mover con intensidad y rapidez los dedos, haciendo click y deslizarlos por las pantalla de manera ávida para ver más fotos, más imágenes, más memes, más, más, más… y de manera inmediata.

Sin duda, ahora somos hombres de arrastre, pero de arrastre y desliz de dedos que se han convertido en el deporte mundial que se practica a todas horas con el celular.

Opinión

Fotografías. Por Raúl Saucedo

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Las Políticas por hacer

El quehacer político moderno, a menudo toma en cuenta a los sectores de la sociedad que ostentan poder o influencia visible dentro de la comunidad:  Los adultos votan, las empresas influyen y los medios de comunicación amplifican sus voces. Sin embargo, en el complicado juego de poder, la niñez, un grupo vital pero silencioso, suelen quedarse en el margen.

La Niñez representa el futuro; es el cimiento sobre el que se construirán las próximas generaciones. Su bienestar, educación y salud son indicadores clave no solo de su calidad de vida individual, sino también del progreso y la salud de una sociedad en su conjunto. A pesar de esto, los gobiernos frecuentemente pasan por alto  la creación de políticas públicas enfocadas en este sector, principalmente porque esta parte de la sociedad no votan ni tienen voz directa en los procesos políticos.

Este “descuido” puede atribuirse a varios factores. Primero, la falta de representación política directa. La niñez depende completamente de los adultos para que sus intereses sean representados en el gobierno. Sin embargo, las agendas políticas suelen estar más influenciadas por las preocupaciones inmediatas de los votantes adultos —empleo, economía, seguridad— relegando a un segundo plano temas como la educación de calidad o la protección contra el abuso y la negligencia.

Además, la falta de datos específicos sobre los problemas que afectan a la niñez impide formular políticas bien informadas. A menudo, las estadísticas y estudios disponibles no desglosan la información por edad de manera que refleje las realidades específicas de este grupo. Esto conduce a un entendimiento incompleto de sus verdaderas necesidades y desafíos.

Es más, los problemas que afectan a la niñez suelen ser transversales y requieren una política integrada. Por ejemplo, la pobreza infantil no solo afecta la nutrición; impacta también en el acceso a la educación, la salud y las oportunidades de desarrollo social y emocional. Sin un enfoque especifico que contemple la complejidad de estos asuntos, las políticas resultantes pueden ser ineficaces o incluso contraproducentes.

La Convención sobre los Derechos del Niño, adoptada en 1989 por las Naciones Unidas (ONU), establece en teoría un marco internacional para la protección de los derechos de la niñez, incluyendo el derecho a la educación, la salud y la protección contra la explotación infantil. Sin embargo, la aplicación de estos derechos en políticas concretas sigue siendo un desafío global.

Por lo tanto, es fundamental que los gobiernos reconozcan la importancia de la niñez en el desarrollo social y económico de un país. Invertir en este sector no es solo una cuestión de cumplir con obligaciones morales o internacionales, sino una estrategia prudente para fomentar sociedades más educadas, saludables y equitativas. Los niños y niñas de hoy son los adultos del mañana; sus problemas y necesidades deben ser una prioridad, no una reflexión tardía.

Para abordar esta cuestión sistémica, es necesario promover una mayor participación de los expertos en infancia en los procesos de toma de decisiones y asegurar que las políticas públicas sean evaluadas también en función de su impacto en la población infantil. Las voces de los infantes, aunque no se expresen en las urnas, deben resonar en los corredores del poder a través de quienes aboguen por su bienestar y futuro.

Ignorar las necesidades de este sector en la formulación de políticas públicas no solo es un fracaso en proteger a los más vulnerables, sino también una miopía estratégica que compromete el desarrollo sostenible y la justicia social a largo plazo. Es hora de que los gobiernos ajusten sus lentes y enfoquen claramente en el bienestar y los derechos de los niños, garantizando así un futuro mejor para todos.

Este planteamiento personal y profesional surge en reflexión del pasado 30 de abril, donde la mayoría de mis amigos publicaron historias sobre festivales infantiles en compañía de sus hijos, mientras yo daba un clavado al baúl de los recuerdos encontrando fotografías olvidadas de una etapa fundamental de mi vida, todo esto con aquella canción de fondo del Maestro Sabina donde protestamos contra el misterio del mes de abril.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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