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Opinión

La gran noche. Por Raúl Saucedo

Brindemos

Existe una fecha en el calendario que año con año se marca con antelación anual, pareciera que la humanidad al menos en occidente existe para celebrar esta fecha, la navidad…

En mi caso no celebro la navidad y no porque a través de los años se me haya apodado el grinch (película que vi recientemente), sino porque yo celebro la noche buena.

¿Pero que es la noche buena?, para mi… es esa noche en la que vuelves a casa con añoranza del abrazo de tu madre, donde su frente año con año queda más justa a los labios que manifestaron su primer palabra en su nombre, del cariño ríspido de la barba de tu hermano, de las ausencias en la mesa

La noche buena, es esa noche donde el paladar se llena de sabores olvidados durante todo un año, la noche donde los infantes brindan y beben quizá por primera vez la vid y ahí empieza la condenación de algunos.

La noche buena es una fecha cargante para muchas familias, es la noche donde las ausencias son menos llevaderas, donde las conversaciones empiezan con la anécdota de una cena similar, en otro año, con otras presencias.

La noche buena es la gruta de los lobos que vagan por le mundo y vuelven de cuando a cuando para oler a cocinas, flores en la mesa, vino tinto y perfumes de señoras.

La noche buena es la ocasión especial para que nuestros labios al calor del brindis digan lo que han callado durante un año, donde las palabras son manifiesto del ser, donde esas palabras son el preámbulo agridulce a la gran cena, donde solo la sazón de la madre borra ese sabor a fierro de la lengua.

La noche buena no puede concebirse sin la añorada mañana de navidad donde los pequeños e ingenuos esperan regalos bajo esferas y luces, regalos que manifiestan el afecto de unos y la ausencia de otros.

No me malinterprete querido lector, no pretendo sabotear su espíritu decembrino a unos dias de la gran noche, tengo un amor tan profundo por esta noche que en esencia es la fecha que mas espero para poder ver a los ojos a los míos y demostrarme una vez mas que ha valido la pena, la noche donde no pido nada como presente, porque lo tengoabsolutamente todo.

La noche buena es la catarsis de la noche vieja, pero esa es otra noche…

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

Opinión

Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

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