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Opinión

México Brilla en París 2024: El Triunfo Paralímpico que Rompe el Silencio de la Indiferencia. Por Sigrid Moctezuma

Los Juegos Paralímpicos de París 2024 representaron un hito histórico para la delegación mexicana, tanto por sus logros deportivos como por las áreas que aún necesitan mejorarse en la gestión institucional. México concluyó su participación con un total de 17 medallas (tres de oro, seis de plata y ocho de bronce), destacando disciplinas como la natación y el atletismo. No obstante, estos resultados significan una ligera disminución en comparación con las 22 medallas obtenidas en Tokio 2020, lo que ha generado cuestionamientos sobre el estado del deporte paralímpico en el país.

A pesar de la menor cantidad de preseas, los atletas paralímpicos mexicanos demostraron un compromiso y esfuerzo sin igual. Entre los más destacados se encuentra Arnulfo Castorena, quien logró su cuarta medalla de oro en los 50 metros pecho SB2, y Gloria Zarza, ganadora del primer oro de México en lanzamiento de bala, categoría F54. Juan Pablo Cervantes se consagró no solo con una medalla de oro en los 100 metros T54, sino que también impuso un nuevo récord regional. Estos logros no sólo subrayan el talento y la dedicación de los atletas, sino que demuestran lo que es posible con un apoyo adecuado.

El desempeño de los atletas paralímpicos en los últimos años contrasta notablemente con el de muchos deportistas sin diversidad funcional, quienes, a menudo, no logran capitalizar sus recursos y oportunidades debido a una falta de disciplina o compromiso. Los atletas paralímpicos, por el contrario, son ejemplos claros de lo que se puede alcanzar con trabajo duro y resiliencia, lo que hace aún más evidente la falta de apoyo que reciben. La inversión limitada en infraestructuras deportivas, la ausencia de entrenamientos especializados y una deficiente gestión de recursos son barreras persistentes.

Un aspecto que merece especial atención es la diferencia en el respaldo recibido entre los deportes convencionales y el deporte paralímpico. Disciplinas como el fútbol, con abundantes recursos económicos y mediáticos, no siempre cumplen con las expectativas. A pesar de contar con el mejor financiamiento y cobertura, muchas veces los resultados no reflejan esa inversión, evidenciando una desconexión entre el apoyo recibido y el desempeño real.

Por otro lado, el Comité Paralímpico Mexicano (COPAME), a pesar de sus limitaciones económicas, ha obtenido logros sobresalientes. Aun con escasos recursos financieros, menor visibilidad en los medios y escaso respaldo gubernamental, los atletas paralímpicos no solo enfrentan barreras físicas, sino también la falta de infraestructura adecuada y apoyo institucional. Sin embargo, lograron obtener 17 medallas en París 2024, lo que resalta la eficacia de COPAME a pesar de las adversidades.

Este contraste pone de manifiesto que el compromiso y una organización eficiente pueden generar grandes resultados, incluso cuando los recursos son limitados. Mientras muchos deportes convencionales, con más respaldo, no logran éxitos proporcionales, el movimiento paralímpico ha demostrado que maximizar lo poco que tienen puede traducirse en reconocimiento internacional. Lamentablemente, los atletas paralímpicos aún no reciben el apoyo y la atención que realmente merecen en su propio país.

Uno de los principales obstáculos que enfrenta el deporte paralímpico en México es la gestión ineficaz de los funcionarios encargados de representar a los atletas. A pesar de algunos éxitos, la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (CONADE) ha sido criticada por su incapacidad de potenciar al máximo el talento del equipo paralímpico. Los 76 diplomas paralímpicos obtenidos por los atletas, que reconocen a quienes alcanzan los primeros ocho lugares, subrayan el enorme potencial que existe, aunque la disminución en el medallero en comparación con ediciones anteriores sugiere que se requiere una mejora institucional urgente.

El desempeño de los atletas paralímpicos en París 2024 representa un ejemplo extraordinario de perseverancia y superación. Sus victorias no son solo triunfos individuales, sino una lección colectiva que invita a reflexionar profundamente sobre el verdadero significado del esfuerzo y la pasión.

Opinión

Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

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