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Opinión

Como es que el fracaso te puede llevar al éxito por Gabriel Fierro

En 1868 un ambicioso y emprendedor joven registro una patente para un artefacto que llamaba el “Guardavotos electrográfico” el cual tenía como propósito contar votos para la casa de representantes del congreso y senado de Estados Unidos.
Los miembros de la casa de representantes de Estados Unidos se negaron a comprar dicho artefacto y lo veían como algo inútil o innecesario. Este pequeño fracaso fue lo que llevo al joven y persistente emprendedor Thomas Alva Edison a generar cambios minimos a su invención y convertirlo en una especie de impresora de telégrafos, la cual pudo patentar y vender por una gran cantidad de dinero. Este invento cambio por completo la era de comunicación vía telégrafo.
Una historia similar en México cuenta de dos jóvenes emprendedores los cuales pretendían crear un equipo de beisbol con fines de lucro, uno de los jóvenes abandono el proyecto dejando a su socio con la deuda del equipo ya adquirido. Al ver su situación dicho emprendedor decidió vender el equipo con la finalidad de recuperar una parte de su inversión, a lo cual se dio cuenta y detecto la oportunidad de negocio que había en la venta de dichos equipos deportivos convirtiéndose en uno de los distribuidores más grandes de beisbol en todo el país.
Como bien describe la palabra SERENDIPIA un accidente feliz o hallazgo afortunado al buscar otro resultado. Estos casos de éxito nos muestran que aunque a veces nuestra idea inicial o proyecto a emprender sea un fracaso podemos aprender mucho del mismo a tal grado de convertirlo en un éxito.
Para lograr semejante hazaña podemos recomendar lo siguiente.

  •  Analizar Insumos:

Tenemos que analizar la materia prima o material con el cual ya contamos. Que materia prima tenemos? En que la podemos convertir? Como se puede aprovechar? Para que otros procesos se puede utilizar?
Maquinaria: Que otros productos podemos procesar? Que otros usos nos puede dar? Precio de reventa?

  •  Analizar Estrategias de Mercadotecnia.

¿Estás dirigiendo tu producto al mercado indicado? A que otro mercado le puedes vender?

  •  Innovación:

gabriel fierro opinion

¿Que modificaciones puedes hacer a tu producto? ¿Que otros usos le puedes dar al mismo? ¿Quién puede usar tu producto? ¿Qué necesidades satisfaces con tu producto y que necesidad existentes podrías satisfacer?
El punto es analizar bien nuestro proyecto, ver con que material contamos, la raíz de nuestro fracaso y ver posibles soluciones, alternativas o modificaciones para convertir el mismo en un caso de éxito, esto siempre mediante la palabra que impulsa y describe a cualquier emprendedor PERSEVERANCIA.

 

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Opinión

Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

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