Hoy lamentamos una acción terrorista más en las entrañas de la sociedad norteamericana, habituada a una sensación de peligro constante. Doloroso es el hecho; y la vulnerabilidad del ser humano ante la violencia del ser humano, sí que es para horrorizar.
El crimen realizado el pasado 15 de abril en las calles de Boston, durante la celebración del concurrido y tradicional maratón de la ciudad, es la muestra incontrovertible de la degradación moral en la que ha caído una porción de la sociedad. Se trata de un agresión a la humanidad en general, no sólo a los asistentes a ese maratón y ni siquiera a la sociedad estadounidense de manera exclusiva. Por esto, es que todos debemos sentir la indignación ante la afrenta, cuya magnitud no es poca y la atención sobre ella no debe ser sólo de los directamente afectados.
Se dice que el terror vuelve a Estados Unidos; yo digo que el terror jamás ha abandonado a los estadounidenses, lo que pasa es que hechos penosos como el citado vienen a recordar esa fragilidad contra la cual parece imposible hacer algo.
Y difícilmente el miedo será desterrado, para desventura de los millones de inocentes que sufren callada y cotidianamente la amenaza y la inseguridad, la cuales penden sobre una sociedad que no deja de alimentar compromisos e intereses que no siempre se defienden y se buscan con honor.
Impudicia, cobardía, deshonra; esto y más implica la conducta terrorista, y sin embargo la integridad moral, la gallardía y el honor no parecen tomarse en cuenta para elaborar una estrategia en contra del terrorismo.
¿Quién usa el terrorismo? La persona sin escrúpulos, el sujeto sin respeto a la vida, el individuo sin lealtad al bienestar de todos, quien perdió la ruta de la dignidad. ¿Acaso no obedece el acto terrorista a un extravío ignominioso de la persona? ¿No son la mezquindad y la abyección rasgos necesarios del actor terrorista?
Luego, el terrorismo está por encima de las normas jurídicas, más allá del tema de seguridad pública como un reglamento de organización social. El terrorismo se asume en un nivel ético. ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de ética en una sociedad que tanto requiere de esta reflexión? La benevolencia y la malevolencia son atributos éticos de muchas iniciativas y estrategias sociales y políticas.
El agente terrorista está justificado por los fines que persigue, es pragmático, utilitarista y -en su realización plena- inhumano; su acto está justificado por intereses y compromisos que para nada contemplan el honor y el respeto a la vida. Hora es de cuestionar el enfoque pragmático-utiliritarista que da tanta mortificación social.
La perversidad o malevolencia como factor de reprobación social no es obstáculo para la realización del crimen; hay lago que importa más que eso. ¿Cómo se inculcó esa importancia que permite al terrorista ir contra la tranquilidad y la vida de los demás? Es un tema sobre valores, es una discusión axiológica, no legal ni militar.
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