Algunos mexicanos reciben Educación Estética hasta niveles escolares superiores, y eso en carreras de corte humanístico. Muchos mexicanos jamás reciben Educación Estética, pese a que en las escuelas les imparten una materia conocida generalmente como Educación Artística. La mayoría de los habitantes de este país relacionan la palabra “estética” con un corte de cabello.
La educación artística que un servidor recibió en la escuela primaria no consistió sino en armar castillos con latas de refresco y fabricar lámparas de mesa con botellas de plástico. En alguna ocasión los niños del salón nos vimos involucrados en la fabricación de papalotes y percheros de pared. No dudo que aún se vea a este tipo de actividades como la incuestionable forma de educar en el terreno artístico, y a quienes las ordenan y coordinan como misioneros de la formación estética de los niños.
¿Qué hace falta para que en la educación formal de los mexicanos se presente con fuerza contundente la formación estética de los estudiantes? ¿Por qué no hay, en política educativa nacional, un interés serio y perseverante en los aprendizajes relacionados con la creatividad artística y las experiencias estéticas con todo lo que ellas implican: voluntad creadora, mensaje de las obras artísticas, juicios sobre la belleza de las mismas, etcétera?
La educación artística en las escuelas de México no va más allá de la recreación enmarcada por el ocio como principal (si no único) factor que acerca al arte. ¿Acaso no solemos calificar a los artistas como haraganes? Y el arte, se viva del lado de los creadores o de los espectadores, es acción y producción de una voluntad comprometida con una creación profundamente significativa, con una misión que pocas veces se comprende en las aulas por la simple y llana razón de que los mismos educadores no entienden su sentido fundamental.
Sabemos de países donde los pequeños de educación elemental no sólo aprenden gramática y música, sino que son formados para apreciar la literatura creada con la sintaxis de su lengua y disfrutar las inmortales sonatas y sinfonías cuyos acordes elevan el espíritu. Allá, los infantes no sólo bailan para agotarse y ejercitar su cuerpo, sino que aprenden el valor de los artísticos movimientos con que el cuerpo expresa su vitalidad. Hay lugares en el mundo donde los niños no son “distraídos” arrimándoles pinceles y pinturas esperando que el colegio timbre la hora de salida, sino que se les enseña a sacar de su intimidad subjetiva los trazos y colores con que son capaces de representar el mundo y lo que éste les significa.
La Estética, debe ser una asignatura escolar que supere la actividad de hacer algo en, por y gracias a la ociosidad; tiene que formar sujetos capaces de encontrar su potencial creativo en el orden artístico y descubrir en las obras artísticas de otros su valor en cuanto eso: interpretaciones desde otro interior. Esto –la dinámica estética de crear y de contemplar- no depende de momentos de ocio. Detrás del arte hay energía que expresa inquietudes, actitudes y hasta ideas; hay un compromiso con una visión del mundo y de la vida, de los otros y de uno mismo. Aquí la ociosidad está ausente, absolutamente.
La belleza es un valor que debe complementar la formación de los seres humanos; para ello, la educación artística debe ser una educación estética, que prepare (habilite, capacite, despierte) a cada estudiante para enfrentar su mundo con la visión de que las cosas útiles, saludables, respetables, incrementan aún más su valor y nuestra calidad de vida si, además de ser todo eso, son bellas y disfrutamos de esa cualidad que les hace supremas.
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