Desde diciembre de 2010, he vivido con amenazas de muerte porque he documentado y revelado la corrupción que existe en los niveles más altos del gobierno mexicano. Mi familia ha sido atacada; tengo que ser protegida por guardaespaldas y algunas de mis fuentes han sido asesinadas o están en la cárcel.
Sin embargo, mi caso es sólo uno de muchos. Un gran número de periodistas y activistas en materia de derechos humanos, al igual que aquellos que denuncian la corrupción en México, reciben amenazas similares o han sido asesinados. Y el peligro más grande no se encuentra en los cárteles de drogas en sí, sino en el gobierno y funcionarios que trabajan para ellos y temen ser expuestos.
Mi nuevo libro «Los señores del narco» es el resultado de cinco extenuantes años de investigación. Durante este tiempo, poco a poco me vi inmersa en un misterioso mundo lleno de trampas, mentiras, traiciones y contradicciones.
La información que presento está respaldada por numerosos documentos legales, y el testimonio de muchos que presenciaron los eventos de primera mano. Conocí personas involucradas en los cárteles de drogas mexicanos; hablé con oficiales de la policía y del ejército, con funcionarios del gobierno de Estados Unidos, asesinos a sueldo y sacerdotes, quienes conocen el comercio de drogas de pies a cabeza. Derivado de esto encontré complicidad en el corazón del gobierno mexicano, en los negocios, la policía y los cárteles de drogas.
La peor cara de la corrupción en México, y la más violenta, es el tráfico de drogas; una industria que se cree ha dejada un saldo de más de 60.000 personas muertas y más de 26.000 desaparecidas en los últimos seis años. Y las cosas están empeorando. Entre enero y julio de este año, se calcula que 10.000 personas en México han muerto a manos de los cárteles de drogas.
El negocio de producir, traficar y vender drogas ilícitas se ha convertido cada vez más atractivo para las personas alrededor del mundo; se trata de un mercado lucrativo, considerando que el consumo está aumentando a nivel mundial. De todo el mundo, México ahora es el segundo mayor cultivador de la planta del opio y según el Libro de datos de la CIA, en 2007, México fue el mayor proveedor extranjero de marihuana y metanfetamina al mercado en Estados Unidos.
La historia de cómo Joaquín «El Chapo» Guzmán Loera -un hombre considerado por muchos como el traficante de drogas más poderoso del mundo- se convirtió en un gran barón de las drogas, en el rey de la traición y el soborno, y en el jefe de los más altos comandantes de la Policía Federal, está íntimamente ligada a un proceso de decadencia en México, en el que dos factores son constantes: la corrupción y una desenfrenada ambición por el dinero y el poder.
Leo con avidez las miles de páginas de evidencia en el caso de el «escape» de El Chapo de prisión. Por medio de docenas de declaraciones hechas por cocineros, personal de la lavandería, presos, oficiales de detención y comandantes de la policía de la cárcel, recibí confirmación de que en 2001 El Chapo no escapó de Puente Grande en esa famosa carretilla de lavandería: en lugar de eso, oficiales de alto rango lo sacaron, disfrazado de policía.
Campesinos parcialmente analfabetas como El Príncipe, Don Neto, El Azul, El Mayo y El Chapo no habrían llegado lejos sin la colusión de empresarios, políticos, policías y todos aquellos que ejercen poder diario desde una falsa aureola de legalidad.
Vemos sus rostros todo el tiempo, no en las fotografías de los más buscados, expuestas por la oficina del fiscal general, sino en historias de primera plana, en secciones de negocios y en columnas de sociedad en los principales periódicos. Todos ellos son los verdaderos padrinos de los señores del narco, los verdaderos señores del mundo de las drogas.
En la actualidad, las antiguas reglas de las relaciones dominantes entre los barones de las drogas y los centros de poder económico y político han colapsado. Los traficantes de drogas imponen su propia ley. Los empresarios que lavan su dinero son sus socios, mientras algunos oficiales locales y federales son vistos como empleados a quienes les deben pagar por anticipado, por ejemplo al financiar sus campañas políticas.
La cultura de terror animada por las bandas criminales por medio de su grotesca violencia produce un temor paralizante en todos los niveles de la sociedad.
Terminar este libro requirió de una constante batalla en contra de dicho temor. Han tratado de convencernos de que los barones de las drogas y sus compinches son inamovibles e intocables, pero este libro ofrece una modesta demostración de exactamente lo contrario.
Sea como ciudadanos o como periodistas, nunca debemos permitir que el estado y las autoridades abandonen su deber de brindar seguridad, y simplemente entreguen al país a una red ilegal conformada por traficantes de drogas, empresarios y políticos.
Desde su publicación en México, se ha vendido más de 200.000 copias de «Los señores del narco»; ésta es una cifra asombrosa en un país con altos niveles de pobreza y niveles increíblemente bajos de analfabetismo, en comparación con el mercado estadounidense y europeo de compra de libros.
Me parece que la ola de opinión pública está ocasionando cambios en México; las personas ya no aceptan la perspectiva de que el gobierno mexicano está en guerra con los cárteles de drogas.
Los niveles de violencia, asesinato, tráfico, pornografía infantil y secuestro en México al momento son simplemente catastróficos.
En línea con el aumento en el consumo de drogas alrededor del mundo, el negocio de la cocaína se ha vuelto más poderoso de lo que cualquier persona pudiera haberse imaginado jamás. El dinero generado de esta forma le ha permitido a los criminales de los cárteles de las drogas comprar lo que se les antoje, ya sea personas, gobiernos, policía, tierra o impunidad.
Esta corrupción se esparce alrededor del mundo; Europa se ha convertido en uno de los importadores más grandes de las drogas traficadas de México.
Es importante que las personas en Londres, París o Nueva York entiendan que cuando compran un gramo de cocaína, tienen sangre en sus manos.
El mundo debe trabajar con México para combatir esta forma de guerra del siglo XXI; la lucha en contra del tráfico de drogas y el crimen organizado tiene que ser global.
*En respuesta a la solicitud de comentarios hecha por CNN respecto a esta noticia, la Embajada de México en el Reino Unido dijo que el gobierno mexicano estaba plenamente comprometido con mantener el estado de derecho.
«El Presidente Enrique Peña Nieto prioriza un México en paz como la principal meta nacional», indicó la embajada.
«La Estrategia Nacional de Seguridad ha sido elevada al nivel de Política de Estado, y se sostiene por un enfoque de seguridad multidimensional que pone el bienestar de los ciudadanos y lo principal de sus preocupaciones, al enfatizar la prevención y la reducción del crimen».
«Este nuevo enfoque no sólo está destinado a hacer valer la ley, y de ser necesario, que el estado haga uso de la fuerza para garantizar la seguridad, sino también a contrarrestar las vulnerabilidades creadas por el consumo y la violencia por medio de la implementación de programas sociales».
Fuente CNN.
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