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Opinión

A LA VEJEZ… VIRUELAS Por Luis Villegas

Solo a Dios y a mí nos consta cuánto tiempo me llevó escribir estas líneas. “¿No has escrito nada?” me preguntaban semanas atrás; y yo respondía: “No”. Pero no podía expresar el porqué. Si sirve, para explicar mis titubeos, les adelanto el título que le propuse a Adriana en primer lugar y que ipso factodescartó: “Lo admito: Soy un pendejo”. Ya, estoy seguro que no soy el primero en pensarlo -y definitivamente no soy el primero en decirlo- pero asumámoslo, decirlo así, de golpe, con toda seriedad y de manera pública tiene su mérito. Pero no crea usted, querida lectora, gentil lector, que demandé semanas para reunir el valor necesario a fin de realizar dicha declaración, no señor. Es algo más complicado.

 

Pongámoslo así; se dice que Luis Echeverría en alguna ocasión comentó: “El que los 18 años no es socialista es un pendejo; pero es más pendejo el que lo sigue siendo a los 30”; pues a mis 46 años estoy muy lejos de declararme comunista pero, definitivamente, para México, de momento, la solución está en la izquierda. Si usted leyó mi último editorial, hace la friolera de tres semanas, recordará que dediqué los últimos tres artículos a hacer un brevísimo balance de la situación que priva en el país: La sólida macroeconomía que deja Felipe Calderón, lo exageradamente caro de multitud de bienes y servicios a cargo del Estado para millones de mexicanos y la necesidad de que el próximo Presidente de la República, Enrique Peña Nieta, acorte la distancia entre ricos y pobres.

 

Todo empezó luego de regresar de Juárez el mes pasado; sin nada qué hacer en el trayecto, decidí comprar un libro. Para mí es impensable pensar en un trayecto que dure varias horas sin nada qué leer… me vuelvo loco (el niño es juguetón y haciéndole cosquillas…). Y ahí estaba: “De Héroes y Mitos”, de Enrique Krauze.1

 

El libro, una obra menor que parece inquietar a las malas consciencias -vistas algunas de las críticas que desató-, contiene diversos textos, de índole y extensión variadas, vinculados a la historia de México; contra lo que su título pudiera insinuar, no es un repaso critico a las biografías de nuestros héroes, tan de moda hoy en día a partir de los esperpentos que han escrito, entre otros, Francisco Martín Moreno. El libro de Krauze no es un recurso facilón que nos brinde la posibilidad de abismarnos en las truculentas intimidades de los caudillos que nos dieron patria -aunque no las soslaya de ser preciso-; es una reflexión más ambiciosa, y mucho menos morbosa, que gira en torno a una sola noción: La vinculación entre la heroicidad y el mito en la historia nacional y la necesidad de desterrar esa unión perversa para hacer de los héroes hombres de carne y hueso y partir de ese punto (porque ese sería el auténtico comienzo), para empezar a construir una historia que prescinda de los clichés, de los antagonismos gratuitos, de las exageraciones ridículas, de la deformación sistemática, de los odios y afectos centenarios que de modo inmisericorde todavía condenan a Cortés o a Iturbide y desfiguran al cura Hidalgo de modo tal que, si resucitara de la tumba, sería imposible que se reconociera  en el retrato colectivo que de él hemos hecho. Se me antoja que el repaso de la historia sea un campo de estudio que arranque aplausos entusiastas o arrase de lágrimas los ojos, pero no, una arena en donde se ventilen ideologías alimentadas por utopías imposibles y por ello falsas. Debemos de transitar a un México en el cual, hablar de Juárez, sea auténticamente hablar de Juárez y no ocasión para la diatriba recíproca porque a unos nos gusta o a otros nos incomoda la figura del indio de Guelatao, cuya biografía, por cierto, se forja, a la par, a golpes de luz y de oscuridad, de grandeza y miseria humana por igual, y luego trasladar nuestras diferencias históricas, ¡horror!, al terreno de la política.

 

El libro, habla de Carlyle; de la sucesión presidencial de 1910; de las secuelas del 68; de la Teoría de las Generaciones, de Ortega, aplicada al Siglo XX mexicano; entre otros temas; en esas estaba, jubiloso por estar leyendo sus páginas, cuando me topé con el siguiente párrafo:

 

“De dónde puede provenir el cambio que el país requiere?

 

Lo he dicho en muchos foros y artículos: debería venir de la izquierda. Al igual que en España, Brasil o hasta hace poco Chile, creo que una izquierda reformada -subrayo el adjetivo- sería la mejor opción histórica para reformar de raíz el rumbo de México”.2

 

Cuando fui y se lo dije, Adriana por poco y deja de dirigirme la palabra (si hubiera estado en su mano, me excomulga). No la culpo. Casi 20 años de padecer mi militancia, de escucharme hablar de los mismos asuntos, en idéntico tono y con idénticos argumentos, y vengo y le digo, muy ufano, que, en mi opinión, el cambio que el país requiere podría provenir de la izquierda y que esta sería la mejor opción histórica para reformar de raíz el rumbo de México. Si pudiera, me imagino que yo también dejaría de hablarme.

 

No tengo disculpas; me imagino que es solo el hastío de escuchar las mismas frases gastadas de los políticos de turno, del PAN o del PRI, del Verde o del PANAL, vamos, por supuesto que también del PRD, y sus fórmulas manidas para encandungar incautos sin que nada cambie verdaderamente en el país y los que más tienen, aquí y allende nuestras fronteras, sigan acumulando más riqueza en perjuicio de los que menos tienen. Será que me cansé y ya no quiero razonar con quienes tienen respuestas para todo y a partir de elaboradas teorías pueden comprender y desarrollar los fenómenos macroeconómicos que explican porque unos pocos tienen todo -y de todo- y los más, no tienen qué llevarse a la boca y en cambio deben conformarse con ver a sus hijos morirse de hambre. Y conste que no defiendo, ni por asomo, a quienes por flojera o estupidez están sumidos en la pobreza; pero, por favor, no los confundamos con aquellos otros, muchos otros, que ni siquiera tienen la posibilidad de plantearse el origen de sus males: De su miseria, de su hambre o enfermedad endémicas y aunque lo hicieran, aunque lo intentaran, sería inútil porque no podrían hacer nada para remediarlo.

 

No, el PRI y el PAN ya tuvieron tiempo para demostrar su fracaso (mucho más el primero que el segundo, que conste); y resulta terrible constatar que algunos de los males denunciados hace más de un siglo por Francisco I. Madero, continúen rampantes, en pleno vigencia: “El respeto aparente por la Constitución que en la práctica se violaba y la adopción aparente de fórmula republicanas que en la práctica se desvirtuaban, eran condiciones que con el paso del tiempo se habían insinuado en la vida nacional hasta volverse una segunda naturaleza, hasta modificar la primera naturaleza y volverla un desdeñoso e irresponsable teatro”3.

 

Y no, no, no, no es cuestión de que ahora me vaya a dar por hablar de la Revolución -escrita así, con mayúscula- o estudiar a Karl Marx (que Dios me libre); es solo que es preciso no acomodarse a ese estado de cosas que transige con la corrupción al más alto nivel, con la traición a los principio que la Constitución encarna o que se deja convencer por “razones” que al sentido común repugnan.

 

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.comluvimo66_@hotmail.com

 

1 KRAUZE, Enrique. “De Héroes y Mitos”. Tusquets Editores. México 2010.

Ibid. Pág. 204.

Ibid. Pág. 171.

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Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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