El primer aniversario de los disturbios de Charlottesville coloca a Estados Unidos ante el incómodo espejo del racismo. El panorama es pesimista. Hace un año, el presidente Donald Trump desató una tormenta política al no condenar claramente a la extrema derecha cuando culpó a “ambos lados” de los choques entre supremacistas blancos y contramanifestantes en Virginia, que acabaron con una mujer muerta por un neonazi. Deliberadamente equidistante, el republicano llegó a decir que había “gente muy buena” entre los racistas, incluidos miembros del Ku Klux Klan, que protestaban en esa ciudad contra la retirada de la estatua de un general de la Confederación durante la Guerra Civil. En los doce meses transcurridos desde entonces, Trump no ha hecho ningún esfuerzo por curar la herida racial sino que la ha avivado ante el silencio, en general, cómplice de su partido.
Un 57% de estadounidenses cree que las relaciones raciales han empeorado con Trump en la Casa Blanca y solo un 15% que han mejorado, según una encuesta de Reuters/Ipsos elaborada para el primer aniversario de los choques violentos de Charlottesville. Durante la presidencia de Barack Obama, el primer mandatario negro de EE UU, un 38% creía que las relaciones habían progresado y un 37% que habían ido a peor. El sondeo también revela que, comparado con septiembre de 2017, ha subido ligeramente el apoyo a grupos neonazis y a la defensa del legado europeo blanco en EE UU.
En la víspera del aniversario de la muerte de Heather Heyer, una mujer de 32 años que protestaba contra la concentración de extrema derecha en Charlottesville cuando fue atropellada intencionadamente por un supremacista blanco, el mandatario publicó el sábado un mensaje en Twitter. Lamentó que los disturbios resultaran en una “muerte sin sentido y en división”. “Debemos unirnos como nación. Condeno todos los tipos de racismo y actos de violencia. Paz para todos los estadounidenses”, escribió.
El mensaje era una invitación a la calma ante la concentración este domingo en Washington de supremacistas blancos por el aniversario de Charlottesville y las distintas contramanifestaciones previstas. El organizador, Jason Kessler, es el mismo de la marcha de hace un año en la ciudad de Virginia, donde esta vez le ha sido negado permiso. En Washington se ha autorizado la concentración sobre la base del respeto constitucional a la libertad de expresión. Tendrá lugar en un parque frente a la Casa Blanca y se esperan hasta 400 personas.
Las autoridades creen que puede haber el triple de contramanifestantes y han tomado numerosas medidas para evitar choques entre ellos. El objetivo es no repetir las escenas esperpénticas del 12 de agosto de 2017 en Charlottesville cuando decenas de supremacistas blancos, algunos con capuchas del Ku Klux Klan y equipados con rifles, gritaron consignas antisemitas y racistas, y se enfrentaron a grupos antifascistas ante la pasividad policial. En la víspera de esos choques, los supremacistas ya se habían paseado con antorchas de fuego por un campus universitario de la ciudad al grito de “Los judíos no nos reemplazarán”.
Pese a su mensaje el sábado, Trump es la antítesis de la reconciliación y la empatía. Vive de la división y agitación constante, también en torno a la raza. Solo 24 horas antes de ese tuit, publicó otro en el que reanudaba sus ataques a los jugadores negros de fútbol americano que no se levantan ante el himno nacional como protesta contra la violencia policial y la disparidad racial. El presidente aseguró que muchos no saben por qué se quejan, cuando han dejado muy claros sus motivos, y recordó que son millonarios.
Trump inició sus ataques a los jugadores en septiembre de 2017, un mes después de los disturbios de Charlottesville. En un mitin en Alabama, un Estado emblemático de la segregación legal de los negros hasta los años sesenta, llamó “hijo de puta” al jugador afroamericano que empezó las protestas y pidió que se le despidiera. Desde entonces, ha mantenido su ofensiva y ha reconocido a su entorno, según medios estadounidenses, que le ayuda electoralmente porque agrada a su base de votantes blancos más radical.
Ataques a negros
Camuflado en ocasiones por un lenguaje políticamente incorrecto, patriotismo y el desdén a sus críticos, Trump acumula un largo historial de ataques implícitos a los negros. Hace una semana llamó el “hombre más estúpido en televisión” a Don Lemon, presentador afroamericano de CNN. Recientemente también ha cuestionado el coeficiente intelectual de otros negros famosos, como la estrella del baloncesto Lebron James o la congresista demócrata Maxine Waters. Considerar poco inteligentes a los afroamericanos era una estrategia habitual de los racistas blancos durante los años de segregación. En enero, Trump llamó “países de mierda” a varias naciones africanas. Y antes de entrar en política, ya jugó la carta racial cuando cuestionó si Obama había nacido en EE UU, como así fue, o en África como sostenían teorías conspirativas.
Los republicanos confían en movilizar en las legislativas de noviembre a los electores que dieron la victoria a Trump en 2016 tras su campaña antiinmigración, proteccionista y populista. El multimillonario neoyorquino anunció su candidatura electoral llamando «violadores» a los mexicanos y, cuando recibió el apoyo de supremacistas blancos, titubeó y tardó en condenarlo.
Como presidente, Trump no ha impulsado ninguna iniciativa concreta para la comunidad negra y ha enterrado los esfuerzos de Obama para rebajar la tensión por la muerte de afroamericanos desarmados a manos de la policía. En un libro que sale a la venta en los próximos días, Omarosa Manigault Newman, que era la principal asesora negra de Trump en la Casa Blanca hasta su despido el pasado diciembre, llama “racista” al republicano y especula sobre la existencia de grabaciones de Trump, antes de ser mandatario, en las que usa repetidamente la palabra peyorativa nigger (negrata). La Casa Blanca ha calificado de falsas las acusaciones de Newman y el presidente la llamó el sábado “escoria”.
En su informe anual sobre grupos de odio en EE UU, el Southern Poverty Law Center, la institución de referencia en ese asunto, subraya que Charlottesville ha causado “pérdidas tácticas” a la extrema derecha pero advierte de que las “llamas xenófobas” de Trump y los cambios demográficos, con el descenso de la población blanca, siguen alentando un “contragolpe del nacionalismo blanco en los próximos años”.
Fuente: El País