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Acapulco, totalmente devastado. Así se vive la realidad en el puerto

Itali Heide/Corresponsal. Medical Impact visitó la colonia Alborada Cardenista a ofrecer apoyo médico a los afectados por Huracán Otis. La destrucción se ve en todas partes: no hay ni un edificio sin daños, desde vidrios rotos hasta destrucción total.

Las calles están llenas de basura, techos que se fueron volando, pertenencias perdidas y árbol tras árbol caído. Las personas cuentan historias de terror: escondidos en los rincones de sus casas, viendo el techo volarse y agarrarse de lo que sea para no ser llevadas por el viento. Las cifra oficial de víctimas es baja, sin embargo es imposible decir cuántas personas han muerto. Lo que sí, muchísimos más de los que se han dado a conocer.

Los riesgos a la salud suben día a día. La basura, el agua y los deshechos de las calles ponen la población en riesgo de enfermedad, las cuales fueron tratadas por el equipo médico pero sin duda, la cifra de quienes sufren lost post-efectos del huracán seguirá subiendo mientras Acapulco siga así.
Medical Impact realizó una brigada en la colonia Alborada Cardenista donde atendió a 107 personas de la comunidad, desde una bebé de un mes de edad hasta decenas de personas de la tercera edad. Se realizaron consultas generales, tratamientos y se entregó medicamentos para combatir la diabetes, hipertensión, heridas, enfermedades gastrointestinales, malestares generales y otros problemas médicos.

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Acapulco lucha por sobrevivir. Por Itali Heide

Imágenes: Manuel Villavicencio

Antes incluso de verlo, Acapulco se huele. El olor de la basura acumulada durante semanas en las calles, la humedad de toneladas de lodo, árboles y hojas cubriendo portones, e incluso el olor a muerte persiste en el aire. Sobre el SEMEFO, buitres vuelan en una coreografía coordinada que señala que la muerte es mucho más frecuente que las cifras oficiales.

Itali Heide

Itali Heide

Al adentrarse en las devastadas calles de Acapulco, uno podría pensar que ha sido transportado a una zona de guerra. Ni una sola casa o edificio ha quedado indemne, con cristales esparcidos por todos los patios y líneas de agua de dos metros de altura en hogares que sirven de recordatorio del horror por el que pasaron los guerrerenses.

Aunque la pérdida material es devastadoramente triste, la angustia llega cuando se escuchan las historias de los sobrevivientes. Doña Francisca ha vivido en el poblado de Yetla toda su vida. De pie en la puerta de su casa, mirando hacia atrás, hacia el lugar que una vez conoció como un hogar seguro, recuerda la noche que la vio pedir por su vida. «No pude hacer nada», dice con las mejillas llenas de lágrimas, «el viento era tan fuerte que me agarré a la cama rezando que no me llevara el viento».

¿Quién iba a pensar que de un día para otro toda una región podía desaparecer del mapa? Es como si alguien hubiera hubiera arrastrado su dedo pulgar por el paisaje, sin dejar ni una sola palmera recta, mientras la mayoría yacía en el suelo como el destino le había deparado. La gente sufrió enormemente, y algunos pasaron 20 horas en sus casas con el agua hasta el pecho, sosteniendo a sus hijos y suplicando por una salida.