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Aranza Ramos buscaba a su esposo desaparecido en Sonora, pero fue asesinada

Una joven madre que buscaba a su marido en el Valle de Guaymas fue abatida la medianoche de este jueves por un comando que arribó por la fuerza a su domicilio.

Gladys Aranza Ramos Gurrola, integrante de los colectivos Guerreras Buscadoras y Madres Buscadoras de Sonora, había iniciado las labores de rastreo de su esposo el 6 de diciembre anterior en la región de Guaymas y Empalme.

Allí, junto a su hija Lyah, había concentrado su búsqueda hasta encontrar a su esposo Brayan Omar Celaya Alvarado, pero fue asesinada.

La noticia del ataque mortal se difundió enseguida en los portales oficiales de los colectivos de búsqueda y en las redes sociales, pero la Fiscalía General de Justicia en el Estado tardó 12 horas en emitir un comunicado.

«Se hará justicia para Aranza: FGJE. Es de cobardes privar de la vida a una mujer sólo por buscar a su esposo desaparecido», inicia el informe oficial.

Luego establece: «En medio de su dolor, la joven madre, de 28 años de edad, siempre fue valiente, activa, entusiasta y solidaria, trabajaba sin descanso en gestiones y acciones de búsqueda con la firme esperanza de que ella, u otras personas o familias pudieran volver a coincidir con sus seres queridos».

Hasta ahora se ha logrado definir que el feminicidio de Gladys Aranza Ramos se suscitó a las 23:30 horas del jueves 15 de julio en el Ejido Ortiz, perteneciente a Guaymas, cuando fue agredida con proyectiles de arma de fuego por personas que arribaron a su domicilio.

A través de la «Trilogía Investigadora», la fiscalía abrió varias líneas de investigación y la más fuerte de estas es la relacionada con el activismo que realizaba la joven madre en búsqueda de su pareja sentimental.

“Madres Buscadoras de Sonora nos unimos a la pena que embarga a la familia de Aranza Ramos, una gran persona que su único pecado fue amar con toda su alma a su esposo al cual buscaba incansablemente desde que desapareció», escribió en redes el grupo.

La base de datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública precisa que en Sonora se han cometido 222 feminicidios en el periodo del 28 de noviembre de 2013 a mayo de 2021.

Más de dos centenas de muertes violentas contra mujeres por su condición de género, desde que se aprobaron las adiciones al artículo 263 Bis I, Bis II y Bis III, que entraron en vigor mediante del Decreto 64.

El recuento arroja que durante 2014 se registraron 17 feminicidios. En 2015, el número de víctimas fue 24. Ya en 2016, la cifra de feminicidios ascendió a 30. Un año después, en 2017, fueron 32 las víctimas. El 2018 se contabilizaron 31.

En 2019, el año más violento contra las mujeres desde que se tiene registro, el número de estas ejecuciones fue de 37.

Para el 2020 se estableció en 31 la cantidad mortal y en este 2021, hasta el mes de mayo, la cuenta va en 20.

Son 222, y en promedio, se han cometido 34.5 feminicidios por año, 2.8 por mes, lo que significaría una ejecución femenina cada 10 días.

Apenas el pasado domingo 16, la fiscal sonorense, Claudia Indira Contreras Córdova, justo después de resolver otro feminicidio (el de la quinceañera Leicy Celina) presumía que en cárcel había 151 feminicidas.

“El agresor de Leicy Celina es el feminicida número 151 en el que la fiscalía de Sonora logra sentencia condenatoria desde que se tipificó el delito en nuestra entidad», expresó.

Si se toman por ciertas las declaraciones de la fiscal, se puede advertir que hay otros 71 feminicidas libres por las calles de la entidad y es posible deducir que la fiscalía sonorense presenta una efectividad del 68% en detención de estos asesinos.

Fuente: Proceso

Opinión

Emilia Pérez: Una Mirada Cuestionada sobre México Por: Sigrid Moctezuma

En un mundo donde el cine es tanto un arte como una poderosa herramienta de representación cultural, las películas que abordan la identidad de un país llevan consigo una gran responsabilidad. Tal es el caso de Emilia Pérez, una cinta que, aunque prometía ser un relato innovador, ha generado un torrente de críticas por su visión estereotipada y su superficialidad al retratar la cultura nacional.

Descrita por sus creadores como un “narco-musical”, Emilia Pérez sorprendió al ganar cuatro Globos de Oro, lo que dejó en evidencia una desconexión entre las audiencias internacionales y la percepción mexicana. Mientras en el extranjero se celebra como un experimento cinematográfico audaz, aquí ha sido criticada por perpetuar clichés culturales que parecen sacados de una postal turística, ignorando las complejidades del México actual. Aunque su mezcla de comedia, drama y música despertó curiosidad inicial, para muchos terminó siendo un recordatorio de cómo los estereotipos siguen dominando la narrativa global.

Uno de los puntos de mayor desagrado ha sido la manera en que la película aborda temas sensibles como la identidad de género y la narcocultura. Si bien es positivo que estas cuestiones tengan espacio en la narrativa cinematográfica, en Emilia Pérez se sienten tratadas con una ligereza que no honra su trascendencia. Los personajes, en lugar de reflejar matices reales, se convierten en caricaturas que difícilmente conectan con el público.

Las críticas no solo vienen de los espectadores, sino también de sectores especializados en cine y cultura. Se ha señalado que la película parece diseñada para un público extranjero que consume el «México pintoresco», mientras ignora las voces y experiencias auténticas que definen al país. Lo que representa una oportunidad desperdiciada para proyectar un discurso que sea fiel a nuestra riqueza cultural y social.

Este fenómeno no es nuevo en el cine. Muchas producciones internacionales han intentado capturar supuestamente nuestra esencia, pero terminan cayendo en la trampa: el mariachi omnipresente, las cantinas llenas de tequila y la violencia gratuita. Emilia Pérez, desafortunadamente, parece sumar su nombre a esta lista.

No obstante, este tipo de reacciones también abre un espacio importante para la reflexión. La discusión que surge de estas películas pone sobre la mesa la necesidad de que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, desde múltiples perspectivas. Es imperativo que el relato cinematográfico internacional comience a escuchar más atentamente las voces locales y trabajen en colaboración para evitar simplificaciones que diluyan nuestra esencia.

En un mundo donde las plataformas digitales hacen que el cine viaje más rápido que nunca, la responsabilidad de representar adecuadamente a un país se vuelve aún más crucial. La recepción de Emilia Pérez debería servir como un recordatorio de que no somos un concepto único y fácil de definir, sino una amalgama compleja de historias, tradiciones y modernidades.

Quizá, en el futuro, podamos ver más producciones que tomen este desafío en serio, dejando de lado las visiones simplistas. Porque México, con todas sus luces y sombras, merece ser contado con verdad y profundidad.

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