Conecta con nosotros

Opinión

Batallas invisibles. Por Itali Heide

Itali Heide

Con los esfuerzos para la vacunación en contra del Covid-19 comenzando en México y las predicciones sobre cuándo la población las recibirá, parece haber una luz al final del largo y angustioso túnel de la pandemia. Sin embargo, las cifras cuentan que todavía queda mucho camino por recorrer antes de alcanzar la meta inmunológica. Mientras los riesgos físicos se gestionan mejor con las vacunas, el impacto indeleble de la pandemia en la psique colectiva no puede ser ignorado, mostrando una pandemia paralela al coronavirus que afecta a millones de mexicanos.

En el 2019, uno de cada cuatro mexicanos entre las edades de 18 – 65 años admitió haber sufrido alguna enfermedad o trastorno mental. Pongámoslo en perspectiva: si uno de cada cuatro mexicanos donaran un peso, podríamos comprar suficientes gansitos para darle uno a cada uno de los ciudadanos de Tijuana y Monterrey. Los gansitos son inofensivos en cantidad de millones, pero, ¿los trastornos mentales? No tanto. El hecho de que millones de mexicanos viven día a día con alguna enfermedad mental es desgarrador.

Incluso antes de la pandemia, la vida era estresante para todos. Ahora, los nuevos retos han contribuido a un pico en casos y síntomas de salud mental, sorprendiendo a quienes nunca habían sufrido en su salud mental hasta la pandemia, empeorando los síntomas en pacientes ya diagnosticados y haciendo recaer a otros que habían superado sus problemas de salud mental.

Si una de cada cuatro personas que vamos conociendo potencialmente tiene dificultades de salud mental, quizá sea hora de que seamos un poco más amables, empáticos y pacientes. El cliché es cierto: cada quien vive una realidad tan extensa e individual, que es imposible juzgar a alguien superficialmente. Entre las guerras más desgarradoras e impactantes, destacan las batallas que rigen la mente y alimentan el alma de ansiedad, depresión, adicción y otros problemas de salud mental.

Se ha dicho una y otra vez, y se repetirá hasta el final de los tiempos: la salud mental es tan importante como la física. En la actualidad, la salud mental se ha convertido en uno de los temas con los que muchos se sienten identificados. Como pioneros en un mundo que ha crecido demasiado rápido en muy poco tiempo, nos enfrentamos a las cargas emocionales que el dolor generacional nos ha transmitido. Lejos de una debilidad de nuestra generación, es la oportunidad de reconciliar lo que el mundo espera de quienes no caben en el sistema actual.

Nunca está de más hablar con un doctor, un terapeuta, o hasta un amigo. Además de los tiempos extraños que han traído a la luz asuntos de salud mental, hay otras variables en el ambiente que han causado una pandemia de trastornos mentales en personas de todas las edades. La tecnología, las redes sociales, el híper capitalismo y el ego global son algunos de los muchos problemas que han contribuido al alza de problemas de salud mental. El futuro es incierto, pero con esperanza sabemos que las siguientes generaciones sabrán más que la anterior acerca del cuidado de nuestra salud, desde afuera hacia adentro.

Si tú o alguien que conoces está sufriendo en su salud mental (desde algo tan simple como el estrés hasta pensamientos suicidas), consulta a un profesional de la salud mental.

Opinión

Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

Continuar Leyendo
Publicidad
Publicidad
Publicidad

Más visto