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Opinión

Camarlengo. Por Raúl Saucedo

VACÍOS DE PODER

Dentro del sistema administrativo del Vaticano, una figura emerge con un poder transitorio pero significativo durante un período crucial: el Camarlengo. Este cardenal, cuya principal función es administrar los asuntos temporales de la Santa Sede durante la Sede Vacante – el interregno entre el fallecimiento de un Papa y la elección de su sucesor – se convierte en un eje central en un momento de incertidumbre y potencial fragilidad institucional. Su capacidad para interpretar normas, tomar decisiones administrativas y, en esencia, mantener la barca a flote, revela una dinámica fascinante sobre cómo el poder se ejerce y se moldea en ausencia de una autoridad central.

En este escenario ecliesastico, con sus protocolos centenarios y su lógica interna, ofrece un paralelismo sorprendente con otros sistemas políticos. En el dinamismo de un país, los vacíos de poder son fenómenos inherentes a la vida política. Pueden surgir por diversas razones: la renuncia o destitución de un líder, una crisis de gobierno, un período de transición tras una elección disputada o incluso la erosión gradual de la legitimidad de una figura central. En estos intersticios, donde la autoridad formal se debilita o desaparece temporalmente, emergen actores políticos que, al igual que el Camarlengo, influyen en el curso de los acontecimientos.

Estos «camarlengos laicos» pueden ser figuras con sólidas bases de apoyo dentro de un partido, líderes de facciones influyentes, tecnócratas con conocimiento especializado o incluso actores externos con la capacidad de ejercer presión. Su poder no emana necesariamente de un cargo formal, sino de su habilidad para leer la coyuntura, construir alianzas, proponer soluciones y, en definitiva, llenar el vacío de liderazgo con su propia agenda e influencia.

Al igual que el Camarlengo debe navegar por las complejidades del Colegio Cardenalicio y las expectativas de la Iglesia universal, estos actores políticos deben maniobrar en un entorno donde las reglas del juego pueden estar temporalmente suspendidas o reinterpretándose. La ambición personal, las lealtades partidistas y la visión de futuro del sistema político se entrelazan en una danza donde la astucia y la capacidad de anticipación son cruciales.

Sin embargo, la analogía también revela una diferencia fundamental. Mientras que el Camarlengo opera dentro de un marco institucional y con el objetivo último de facilitar la elección de un nuevo Papa, los actores políticos en un vacío de poder pueden tener objetivos más diversos y, en ocasiones, contrapuestos. Algunos buscarán restaurar el orden y la estabilidad, actuando como verdaderos estadistas. Otros, en cambio, podrían intentar aprovechar la situación para consolidar su propia posición, impulsar agendas particulares o incluso desestabilizar aún más el sistema en su beneficio.

En última instancia, el poder transitorio del Camarlengo nos recuerda que incluso en la ausencia de una autoridad central definida, el poder nunca desaparece por completo. Simplemente se redistribuye y se ejerce de formas a menudo más sutiles y dinámicas. Observar la actuación de estos «camarlengos» en los vacíos de poder de un sistema político es crucial para comprender las fuerzas que moldean el futuro de una nación y para discernir entre aquellos que buscan construir y aquellos que pretenden aprovechar la incertidumbre para sus propios fines. La historia política está repleta de ejemplos de cómo estos períodos de interregno han marcado puntos de inflexión, para bien o para mal, en el destino de los pueblos.

Mientras los Millenials vemos en las pantallas de nuestros dispositivos los videos de un tercer acontecimiento histórico canónico, no dejo de preguntarme a quién le dejamos la figura del camarlengo en nuestras vidas, esa que se atormenta y se distrae de lo trascendental…

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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