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Cárteles mexicanos usan las redes sociales para vender fentanilo en EU, asegura la DEA

Los cárteles de narcotráfico en México han recurrido al uso de redes sociales para distribuir fentanilo y medicamentos apócrifos hacia Estados Unidos, advirtió la Administración de Control de Drogas estadounidense (DEA, por sus siglas en inglés).

“Los grupos criminales mexicanos están utilizando la herramienta perfecta para traficar narcóticos: las aplicaciones de redes sociales que están disponibles en cualquier teléfono inteligente”, dijo la administradora de la DEA Anne Milgram. “Están utilizando estas plataformas para llenar nuestro país de fentanilo. La facilidad con la cual los traficantes operan en redes sociales y otras aplicaciones móviles populares están alimentando la epidemia inédita de sobredosis en el país”, aseguró.

Por medio de un comunicado de prensa, la DEA indicó que desplegó un operativo para identificar las redes de narcotráfico que hacen uso de las redes sociales para resguardarse en el anonimato. Las principales aplicaciones que utilizan las cédulas delictivas, expuso, son Snapchat, Facebook, Messenger, Instagram, TikTok y YouTube.

En el periodo de septiembre a diciembre del año en curso, se registraron 46 casos de sobredosis y 39 muertes a causa de la ingesta excesiva de narcóticos. De este universo, 76 casos estuvieron ligados directamente con las redes sociales, y 32 tienen nexos directos con organizaciones criminales mexicanas que producen y distribuyen grandes cantidades de fentanilo.

Los grupos delictivos han recurrido a redes sociales para distribuir fentanilo en Estados Unidos. Foto: Daniel Augusto, Cuartoscuro
“Las redes criminales de México están produciendo fentanilo y derivados en masa, así como fármacos falsos que utilizan químicos que provienen principalmente de China. Estos medicamentos apócrifos frecuentemente contienen dosis mortales de fentanilo. La DEA ha determinado que cuatro de cada 10 píldoras falsas analizadas por este organismo contienen al menos dos miligramos de fentanilo, una cantidad considerada mortal”, detalló.

Según la autoridad estadounidense, las píldoras falsas, que se han encontrado en todos los estados de EU, son copias casi idénticas de medicamentos legales como Oxitocina, Percocet, Vicodin, Adderal, Xanax y otros.

El reportaje ‘Sangre en el Muro’ lleva la voz de los migrantes centroamericanos en su viaje al norte

En septiembre de este año, la DEA emitió la primera Alerta de Seguridad Pública en los últimos seis años para advertir a la ciudadanía de la disponibilidad alarmante de estos fármacos y su mortalidad.

La DEA identificó algunos de los “emojis” más utilizados por usuarios en redes sociales para comprar y distribuir drogas. Foto: DEA
“Estados Unidos tiene niveles sin precedente de fentanilo en las comunidades del país. (…) En el 2021, la DEA incautó 20.4 millones de píldoras falsas”, puntualizó en el comunicado. Asimismo, remarcó que entre septiembre y diciembre del presente año se decomisaron mil 500 libras (680 kilogramos) de fentanilo y más de ocho millones de píldoras.

Durante este mismo periodo de tiempo, autoridades de la DEA incautaron 183 libras (83 kilos) de fentanilo, alrededor de 68 mil píldoras, 16 pistolas y realizó la detención de 40 personas en los estados de Illinois, Indiana y Wisconsin.

Opinión

Los muros que lloran: las redadas y el alma chicana. Por Caleb Ordoñez Talavera

En el norte de nuestro continente, justo donde termina México y comienza Estados Unidos, hay una línea invisible que desde hace décadas divide más que territorios. Divide familias, sueños, culturas, idiomas, economías… y últimamente, divide también lo humano de lo inhumano.

Esta semana, Donald Trump —en una etapa crítica de su carrera política, con una caída notoria en las encuestas, escándalos judiciales y un sector republicano que empieza a verlo más como un riesgo que como un líder— ha regresado a una vieja y efectiva estrategia: la del miedo. El expresidente ha lanzado una ofensiva pública para prometer redadas masivas contra migrantes, deportaciones “como nunca antes vistas” y políticas de “cero tolerancia”.

La razón no es nueva ni sutil: apelar al votante blanco conservador que ve en el migrante un enemigo económico y cultural. Ese votante que, ante la inflación, la violencia armada o el desempleo, prefiere culpar al que habla español que exigirle cuentas al sistema. En medio del descontento generalizado, Trump no busca soluciones reales, busca culpables útiles. Y como en otras épocas oscuras de la historia, los migrantes —sobre todo los latinos, sobre todo los mexicanos— vuelven a ser carne de cañón.

Pero hay una realidad más profunda y más dolorosa. Quien ha vivido el cruce, legal o no, sabe que la frontera no es sólo un punto geográfico. Es una cicatriz. Las políticas migratorias —de Trump o de cualquier otro mandatario— convierten esa cicatriz en una herida abierta. Cada redada, cada niño separado de sus padres, cada deportación arbitraria, no es solo una estadística más. Es una tragedia personal. Y más allá de lo político, esto es profundamente humano.

En este escenario, cobra especial relevancia la figura del “chicano”. Este término, que nació como una forma despectiva de llamar a los estadounidenses de origen mexicano, fue resignificado con orgullo en los años 60 durante los movimientos por los derechos civiles. El chicano es el hijo de la diáspora, el nieto del bracero, el hermano del que se quedó en México. Es el mexicano que nació en Estados Unidos y que, aunque tiene papeles, no olvida de dónde vienen sus raíces ni a quién debe su historia.

Los chicanos son fundamentales para entender la cultura estadounidense moderna. Están en las universidades, en el arte, en la política, en la música, en los sindicatos. Y sin embargo, cada redada, cada discurso de odio, también los golpea. Porque no importa si tienen ciudadanía: su apellido, su acento o el color de su piel los expone. Ellos también son víctimas del racismo sistémico.

Hoy, más que nunca, México debe voltear a ver a su gente más allá del río Bravo. No como simples paisanos lejanos, sino como parte de nuestra nación extendida. Porque si algo une a los mexicanos, estén donde estén, es su espíritu de resistencia. Los migrantes no huyen por gusto, sino por necesidad. Y a cambio, han sostenido economías, levantado ciudades y mantenido viva la cultura mexicana en el extranjero.

Las remesas no son solo dinero: son prueba de amor, sacrificio y esperanza. Y ese compromiso merece algo más que silencio institucional. Merece defensa diplomática, apoyo consular real, y sobre todo, empatía nacional. Cada vez que un mexicano insulta o desprecia a un migrante —por su acento pocho, por su ropa, por sus papeles— se convierte en cómplice de la misma discriminación que dice condenar.

Las fronteras, como están planteadas hoy, no son lugares de paso. Son cárceles abiertas. Zonas donde reina la vigilancia, el miedo y la burocracia cruel. Para miles de niños, esas jaulas del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) son su primer recuerdo de Estados Unidos. ¿Ese es el país que dice defender los valores cristianos y la libertad?

Además, no podemos hablar de migración sin hablar del racismo. Porque este no es solo un tema migratorio, sino profundamente racial. Las políticas antiinmigrantes suelen tener rostro y acento. No se aplican con la misma fuerza para migrantes europeos o canadienses. El blanco pobre puede aspirar a mejorar; el latino pobre, a ser deportado.

Trump lo sabe, y por eso lo explota. En un año electoral donde su imagen se desmorona entre procesos judiciales, alianzas rotas y amenazas internas, necesita un enemigo claro. Y el migrante latino cumple con todos los requisitos: está lejos del poder, es fácil de estigmatizar y difícil de defender políticamente.

Pero aún hay esperanza. En cada marcha, en cada organización de ayuda, en cada abogado que ofrece servicios pro bono, en cada chicano que no olvida su origen, se enciende una luz. Y también en México. Porque un país que protege a sus hijos, donde sea que estén, es un país más digno.

No dejemos que los muros nos separen del corazón. Hoy más que nunca, México debe recordar que su gente no termina en sus fronteras. Y que el verdadero poder no está en las redadas ni en las amenazas, sino en la solidaridad. Esa que nos ha hecho sobrevivir guerras, pandemias, traiciones… y que ahora debe ayudarnos a defender lo más humano que tenemos: nuestra gente.

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