En medio de una crisis humanitaria que ha dejado más de 130 mil personas desaparecidas en México, la ciencia y la tecnología se abren paso como nuevas aliadas en la localización de víctimas de desaparición forzada. Un equipo interdisciplinario de investigadores mexicanos, en colaboración con instituciones como la UNAM, la Universidad de Guadalajara, Oxford y el CentroGeo, desarrolla un innovador proyecto experimental que imita los métodos de ocultamiento utilizados por el crimen organizado, utilizando cerdos como modelo biológico por su similitud con el cuerpo humano.
En terrenos controlados, los animales son enterrados en condiciones similares a las utilizadas por los cárteles —encintados, calcinados o cubiertos con cal— y posteriormente se estudian los cambios físicos, químicos y biológicos en el entorno. Para ello se emplean drones, cámaras hiperespectrales, georradares, sensores térmicos y escáneres láser que permiten detectar anomalías en el terreno. También se analizan plantas, insectos y microbios que interactúan con los restos orgánicos.
José Luis Silván, investigador del CentroGeo y coordinador del proyecto, asegura que el objetivo es “poner la ciencia al servicio de la sociedad”. Esta iniciativa, que cuenta con apoyo parcial del gobierno británico, también incluye la participación de la Comisión de Búsqueda de Jalisco, que aporta casos reales y conocimiento del contexto delictivo.
Aunque los resultados aún son preliminares, los investigadores confían en que este enfoque permita reducir el área de búsqueda, optimizar recursos y aumentar la eficacia en el hallazgo de fosas clandestinas. Entre los hallazgos más relevantes se encuentra la correlación entre ciertas flores amarillas y la presencia de restos, observación hecha por madres buscadoras y confirmada por los estudios de campo.
El proyecto no busca reemplazar los métodos tradicionales, como los testimonios, que siguen resolviendo la mayoría de los casos, sino complementarlos. “Esto no es ciencia pura, es ciencia y acción”, señala Silván, quien insiste en la urgencia de aplicar el conocimiento en tiempo real.
La participación de los colectivos de familias es clave. Su experiencia en campo ha permitido identificar patrones de enterramiento, como la preferencia por terrenos sombreados por ciertos árboles. “El conocimiento fluye en ambos sentidos”, apunta Silván.
Para Tunuari Chávez, director de análisis de contexto de la Comisión de Jalisco, este enfoque ha demostrado su utilidad: en 2023 ayudó a identificar correctamente a una adolescente que había sido mal clasificada como un hombre adulto.
Pese al avance tecnológico, expertos como el antropólogo canadiense Derek Congram advierten que no existe una solución mágica. “El 90% de las búsquedas aún se resuelven con un buen testimonio y excavando”, dice. No obstante, subraya la importancia de seguir innovando y perfeccionando las herramientas, porque cada fosa localizada puede significar el fin de una larga espera para una familia.
En un país donde la desaparición forzada ha sido señalada por la ONU como una práctica sistemática, la integración de ciencia, tecnología y la experiencia de las familias representa una esperanza concreta para quienes siguen buscando a sus seres queridos.