Rumbo a la debelación de los candidatos a las gubernaturas, ha surgido un silencio incómodo en los adentros del morenismo.
Caleb Ordóñez T.
La gesta electoral convulsionada, que vivió Morena para elegir a su candidata a la presidencia de México ha dejado varías enseñanzas en el partido del presidente. Mientras que a la “cargada” se le logró persuadir a favor de Claudia Sheinbaum, fue notable la extrañeza que mostraron los grupos más democráticos al interior del partidazo guinda.
Al rescate de las clases medias y medias altas, Mario Delgado ha diseñado una estrategia para promover candidaturas ciudadanas, independientes y hasta conservadoras.
El caso de García Harfuch muestra esa nueva apertura, para ofertar espacios a quienes no comulgan desaforadamente por la 4T. El precandidato podría llenar el vacío que dejará Marcelo Ebrard si decide bajarse del barco morenista tajantemente.
Lo que ha llamado fuertemente la atención, a nivel nacional, es la adición de Pedro Kumamoto a las filas del oficialismo.
Kumamoto desde sus pininos políticos, emergió como un fenómeno que inspiró a toda una generación, en su momento.
Al ser electo como diputado independiente, el primero en la historia, los bonos del joven jalisciense estaban por las nubes. Luego, cuando su movimiento perdió elecciones, se fraccionó y tomó la decisión de crear un partido político, donde empezaría a resentir la crítica feroz y el descrédito, de aquellos que creían en su radical propuesta de acabar con la “partidocracia” (como el le llamaba al sistema electoral mexicano). Entonces todo se empezó a derrumbar.
HAMBRE DE PODER
Kumamoto ya no es un jovencito; sino un adulto de 33 años. Muy atrás quedó esa aventura utópica, que le fue imposible defender más. La frescura e irreverencia que mostraba, se ha ido desapareciendo por completo.
No solo se ha aliado al partido oficialista que tanto criticó, sino a una alianza con PT y el partido Verde, a quienes no dejaba de ofender y denostar.