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Opinión

El Comentario Obligado: Peña y Trump, por Caleb Ordóñez T.

¿Te enoja la reunión entre Trump y Peña? ¿Te hace sentir mal? Millones de mexicanos sienten lo mismo.

Caleb Ordóñez T.

Caleb Ordóñez T.

Por Caleb Ordóñez Talavera

Ver a Donald Trump al lado del presidente mexicano es lo más irreal que ha pasado en año en México. Trump hizo una jugada maestra, utilizó para sus propósitos electorales a nuestro país. Le demostró al mundo que él puede ir más allá de todo límite, peor aún es que no teme a nada, eso nos hace menos, nos demerita como nación.Nos humilla.

De peña Nieto y el magnate ya se dijo mucho, lo tanto que repudiamos sus conferencia de prensa, sus discursos cuadrados y a todas luces falsos.

El nuevo fracaso del presidente peor evaluado de la historia moderna de éste, el país de ellos, el país utilizado como bandera política una y otra vez, la nación dolida y llena de reclamos ahogados, gritos desesperados y silencio. Jamás, nadie podría explicarnos que hizo el hombre que nos odia pisando nuestro territorio y siendo tratado como huésped distinguido.

Nunca podrá nadie, mostrar algo distinto a la derrota en todos los sentidos.

Siento pena por los miles de trabajadores del gobierno federal, porque estoy seguro que la gran mayoría de ellos trabaja con aplomo y fuerza para ayudar a su país… Pero ¿qué pasa en la presidencia de la República? ¿A quien defiende? ¿A quién se debe?

Aunque deberíamos de pensar positivamente, luego de las imágenes más desastrosas del gobierno peñista y sobretodo al ver como nuestro gobernante se humilla al defender al odiado personaje, luego de eso… debemos estar preocupados y mejor aún, ocupados, pues hoy en día no podemos estar seguros de que es el presidente la figura política que nos represente a la mayoría, ni siquiera a un puñado de mexicanos que buscamos lo mejor para este país. Hemos entendido que el mayor enemigo de México no es un norteamericano lleno de egocentrismo desmedido, sino quizá el ocupante de los Pinos.

A quien debemos, lamentablemente, tener.

Ya nadie está a salvo.

Opinión

Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

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