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Opinión

COMENTARIOS DE PRENSA… POR LUIS OCHOA MINJARES

El viernes 11 de junio de 1982, en histórica asamblea extraordinaria efectuada en su edificio social, hoy rentado al IMSS,  la Asociación de Periodistas de ciudad Juárez proclamaba por primera vez su Código de Ética Profesional, el primero en todo el territorio nacional.

Dos semanas después, el viernes 25 de junio de ese mismo año, el entonces candidato a la presidencia de la República Miguel de la Madrid Hurtado, al exponer su política de renovación moral en relación con el periodismo dijo:

“Lo ideal es que el propio gremio de periodistas pueda tomar las acciones que considere necesarias para hacer su propia tarea de renovación moral, siendo deseable un código de ética profesional, con organismos de vigilancia y sanción que señalen el camino más aconsejable para hacer lo correcto”.

Los periodistas juarenses se habían adelantado a tan ingentes propósitos. Esta circunstancia, y la inquietud despertada por Roció Gallegos directora de El Diario de Juárez al comentar el tema, justifica  que desempolvemos dicho Código y recordemos a los entonces dirigentes de la APCJ:  Guillermo Terrazas Villanueva Presidente, Armando Escobar Ortega Vicepresidente  y Héctor Saenz, Secretario.

“PREAMBULO:

“La Libertad de Prensa y el derecho a la información constituyen la base de todas las libertades contenidas en la Carta de las Naciones Unidas, proclamadas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y contenidas en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

“Estas libertades y derechos estarán mejor aseguradas si los periodistas profesionales que ejercen las diversas ramas de la comunicación social, se esfuerzan en forma permanente y voluntaria por la más alta responsabilidad profesional y si contraen un solemne compromiso moral de mantener vigente el principio de que, donde quiera que se halle un periodista digno, jamás se consolidará ni una injusticia, ni un acto de corrupción, ni una tiranía.

“El periodista profesional patentiza su devoción a Ciudad Juárez, al Estado de Chihuahua, a la nación mexicana y a las legítimas aspiraciones de libertad y de justicia de América y del Mundo.

“El periodista está obligado a ser honesto y para ello no podrá llevar una vida que desmerezca en el concepto de la opinión pública, no podrá ampararse en su condición profesional para especulaciones de carácter económico personalista ni podrá intimidar a particulares, instituciones públicas o privadas.

“El periodista profesional está comprometido al más profundo respeto y a la más enérgica defensa de su idioma, de la libre emisión del pensamiento, de la vida privada de los ciudadanos, del libre acceso a las fuentes de noticias, del uso de un lenguaje sencillo, culto y decente y finalmente, de las normas de moral vigentes en el medio social en el que actúa.

“Por lo tanto, a manera de decálogo de ética profesional del periodista y como guía para los trabajadores de la información que reúnen, transmite, difunden y comentan noticias e informaciones que relatan los acontecimientos diarios por medio de la imagen, la palabra escrita, oral o por cualquier otro medio de comunicación social, se proclama el siguiente:

CÓDIGO:

I.- El periodista profesional busca que lo respeten y siempre lo logra. El seudo periodista quiere que le teman, pero sólo consigue que lo repudien.

II.- El periodista profesional respeta y prestigia su profesión y la enaltece. El seudo periodista la degrada, no la entiende y se sirve de ella para fines personales.

III.- El periodista profesional es atento, comprensivo y solidario con los débiles y los humildes. El otro es déspota y altanero.

IV.- El periodista profesional es inflexible e insobornable con los poderosos y prevaricadores. El seudo periodista servil, medroso y lisonjero.

V.- El periodista profesional utiliza las fuentes de información para comprobar sus informaciones. El segundo para medrar y obtener logros inconfesables.

VI.- El periodista profesional lleva con prudencia y ejerce con equidad el poder que le confiere la Prensa. El seudo periodista se embriaga con ese poder y lo utiliza para cometer injusticias y arbitrariedades.

VII.- El periodista profesional informa, orienta, educa, despierta la capacidad de análisis y fomenta la crítica de sus lectores. El otro repite lo que le pagan y ordenan decir.

VIII.- El periodista profesional estudia en forma permanente, lee, investiga y se informa para informar. El otro abomina de la escuela, el estudio y la cultura.

IX.- El periodista profesional impulsa la capacitación profesional de sus colegas y apoya las escuelas de periodismos y ciencias de la comunicación. El segundo desprecia tales objetivos.

X.- El periodista profesional ocupa primera fila en la defensa de su idioma y la preservación de su nacionalidad. El seudo periodista es indiferente a estas preocupaciones”.

Hoy, después de tres décadas de proclamado este código de moral profesional del periodista, cabe preguntarnos: ¿tiene vigencia y validez, o requiere ser revisado y actualizado?  La respuesta queda en manos de las nuevas generaciones de periodistas universitarios.

Mientras tanto, flotan en el ambiente las palabras del ex presidente de La Madrid: “Sabemos  que en el periodismo también se registran fenómenos de inmoralidad y corrupción, muchas veces inducida o promovida por funcionarios del gobierno, así como la corrupción en el gobierno es, a veces, inducida por gente de la sociedad civil”.

Rocío Gallegos “le puso el cascabel al gato” con sus oportunos, atinados y saludables comentarios acerca de la corrupción imperante en algunos sectores del periodismo.  A nosotros corresponde, si no cortarle, por lo menos limarle las uñas al corrupto felino.

 

 

Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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