Yo soy de Chihuahua. Soy Olga Reyes Salazar.
En un pueblo llamado Guadalupe Distrito Bravo, Chihuahua, mi mamá crió a 10 de familia.
Esta es la historia de Olga, una mujer que ha sufrido el asesinato de 6 familiares, la persecución, las amenazas, el exilio, la separación de su familia.
A últimas fechas, Olga Reyes, que vive alejada de sus hijos estuvo hospitalizada, en un coma inducido y con riesgo de muerte.
Ella admite que la vio cerca, que pensó que iba a morir y que ahora más que nunca valora el amor de su familia, una de sus hijas regresó a México para cuidarla, para acompañarla en los meses del hospital hasta que la dieron de alta.
Pero está viva y ha decidió refugiarse lejos de su familia, porque quiere seguir luchando, porque no se rinde, porque busca la justicia, aunque admite, en voz muy baja, que prefiere estar sola «no soportaría el dolor de otro familiar muerto».
Por eso los prefiere lejos, como una forma de protegerlos.
Es ella, la propia Olga, que rehace las escenas, los ataques, los dolores:
Mi familia se dedicó desde hace mucho tiempo a la defensa de los derechos humanos. Mis hermanos estuvieron dedicados a luchar por la gente. Y ahí fue cuando comienza una persecución contra mi familia.
Mi pueblo era muy pequeño, pero muy tranquilo. Mis hermanos estuvieron organizados en varias cosas, como activistas.
Se organizaron para luchar contra Estados Unidos para evitar la construcción de un basurero nuclear, ellos y otras comunidades y organizaciones, empezaron a trabajar, caminaron y evitaron ese proyecto.
Pero eso, era sólo el inicio, dice.
Se unieron en otras causas: por los niños, por los migrantes a quienes les daban dinero para que llamaran a sus casas, pelearon contra las altas tarifas de energía eléctrica y por la recuperación de algunos terrenos.
Al registrarse los primeros feminicidios, eran dos vecinas, jovencitas, mi hermana fue la primera en alzar la voz.
Cuando llegaron los militares en 2007 y 2008, mis hermanos empezaron a presentar denuncias contra ellos, porque estas personas llegaban haciendo destrozos. Se metían en las casas de los vecinos, en los pueblos, se llevaban la televisión, la comida del refrigerador.
INICIÓ LA PERSECUCIÓN
En noviembre del 2008, le asesinan su hijo a mi hermana. Le dieron 4 balazos en la espalda. Estaba en un salón de baile y hasta ahí llegaron los hombres armados, encapuchados, con armas largas, de uso exclusivo del Ejército, a media cuadra estaba una troca de militares, estos hombres llegan y lo matan y los militares no se dieron cuenta de nada.
Mi hermana y sus demás hijos se mueven a Ciudad Juárez para protegerlos. Y de todos modos ella sigue denunciando.
En enero, ella va a visitar a mi mamá, al pueblo y de regreso se da cuenta que la vienen siguiendo. Pasa un retén militar y la intercepta un grupo de hombres armados, se la quieren llevar, ella forcejea con ellos… y la asesinan.
Le dieron varios disparos en la cabeza.
A pesar de todo, mi hermano Rubén sigue presentando denuncias contra los militares, desde el pueblo.
En 2010, en agosto del 2010, a él también lo asesinan. Justo frente a un retén militar improvisado, deja a su hija y unos minutos después a él lo dejaron tirado.
Saliendo de una tienda le disparan en la cabeza. Mi hermano siempre pidió justicia, siempre pidió protección y el gobierno siempre se la negó.
Y cuando parecía que ya no se podía sufrir más…
Mi hermano Elías y su esposa todavía siguen viviendo en el pueblo, también mi hermana Ruth, la mayor. Un día mi hermano con su esposa vienen a Juárez por mercancía para la panadería que por muchos años nos dio de comer y cuando llega invita a mi mamá y a una sobrina a irse a quedar al pueblo, ellas con mi hermana aceptan, de camino pasan un retén militar.
En un pueblo llamado Reforma, los intercepta una camioneta, bajan a mi mamá y mi sobrina y las dejan tiradas en la carretera, a mi cuñada se la llevan en otro carro y a mis dos hermanos se los llevan en la troca de ellos.
Más adelante está otro retén militar. El pueblo está protegido por dos retenes, a la entrada y la salida. Nadie se dio cuenta de nada. Nosotros no nos explicamos cómo pudieron desaparecer tres personas y un carro grande y los militares no se enteran. Los hombres andan vestidos de negro, encapuchados, no andan haciendo el bien en la calle y parece que los militares no los miran.
EXIGIENDO JUSTICIA
Por 15 días hicimos un plantón frente a la Procuraduría Estatal para exigir que los regresen, que los devuelvan. No importaban los 27 grados bajo cero, el frío tremendo. Mantuvimos el campamento, aunque no nos atendían.
Mi hermana Marisela, mi mamá y yo, nos movemos para el Distrito Federal, a seguir presionando al gobierno desde allá.
El gobernador de Chihuahua, César Duarte nunca nos quiso dar la cara. Hasta que llegamos al DF, donde unas legisladoras nos apoyaron y cuando lo vimos, mi mamá le dice «entrégame a mis hijos, tú sabes dónde están».
Parecía que él sabía dónde estaban ellos porque a los 2 días aparecieron tirados a la orilla de una carretera. A ellos los torturaron, los enterraron.
Cuando los encontraron, nos dijeron que los habían desenterrado para irlos a aventar. Nos los entregaron así.
Mientras estuvimos en el plantón en Ciudad Juárez, le quemaron la casa a mi madre, le quemaron también su casa a un sobrino que, milagrosamente, pudo salir.
Le echaron bombas molotov a pesar de que él, su esposa y su niño de 3 años estaban adentro, tuvieron apenas tiempo de salir corriendo por detrás.
Velamos a mis hermanos afuera de la subprocuraduría porque no teníamos a donde llevarlos.
El gobierno nos da protección para ir a enterrarlos al pueblo.
Sólo podíamos regresar al pueblo a sepultar a uno más, a otro más, y a otro más.
Era cuando nos daban la protección, nada más. Sólo para ir al panteón a enterrar a nuestros muertos.
SUMA DE TRAGEDIAS…
Toda la familia tuvo que salir de ahí, dejamos nuestro pueblo, porque siguieron las amenazas, todos tuvieron que dejar el pueblo.
Las autoridades nunca nos quisieron dar la cara.
Nos quemaron a mí y a mi hermana Josefina nuestras casas, mientras nos fuimos al Distrito Federal.
Un día antes de la Caravana al Norte, habían ido a bandalizar las tumbas de mis hermanos, quebraron las cruces, pasaron cuatrimotos encima de ellos. Las cruces de mi hermana Josefina y de mi sobrino Julio, las pusieron enfrente del cuartel militar en una jardinera que está ahí, como una burla.
Es por eso que ahora toda mi familia está desplazada, ya no tenemos nada, ya no hay para qué regresar allá.
Nos hubiera gustado poder ir al pueblo donde nacimos y crecimos todos, pero no están las condiciones.
Mi familia, después de que salieron del protocolo de seguridad en el Distrito Federal, vinieron a Estados Unidos, al Paso, Texas y están pidiendo asilo político todos ellos, los únicos hermanos y sobrinos que me quedan.
Son más de 30 familiares, que viven en el exilio.
Estos asesinatos son la consecuencia de la guerra estúpida contra las drogas, dice con ese grito que parece ahogarse en su garganta.
Y entonces con todo su dolor contenido, Olga Reyes, activista, sobreviviente de la violencia en Chihuahua, voltea la mirada hacia el dolor de los otros.
Están pagando justos por pecadores, ahorita pagan los niños, los defensores de derechos humanos, los periodistas, cualquiera, todos.
Más de 150 mil familias desplazadas como mi familia, miles de niños huérfanos con un futuro incierto, miles de muertos y desaparecidos, eso es lo que vivimos en este México.
Y todo por la ambición del dinero de las drogas.
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