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Opinión

De la raíz al remedio. Por Itali Heide

Dentro de la diversidad de las comunidades mundiales, se despliega una dinámica única. Mientras que algunas comunidades indígenas protegen con vehemencia sus prácticas tradicionales, otras integran los avances médicos modernos en su tejido cultural.

Itali Heide

Itali Heide

No todas las comunidades están abiertas a recibir ayuda médica, y en sí mismo eso es válido. Las comunidades indígenas de todo el mundo tratan de proteger su integridad, sus tradiciones, valores y costumbres, y a veces la medicina moderna no encaja en esa cosmovisión.

Sin embargo, muchas otras comunidades dan la bienvenida a la modernidad, aferrándose a la tradición al tiempo que buscan lo nuevo. Las plantas medicinales son bienvenidas, pero la medicación también hace de las suyas. Si bien los ritos y las oraciones pueden aportar paz a los que sufren, también pueden hacerlo las respuestas que proporciona la ciencia.

La coexistencia de prácticas curativas tradicionales con la medicina convencional es un testimonio de la adaptabilidad de los servicios de salud. Para eso se creó el sistema: para acoplarse a las necesidades de aquellos a quienes sirve. En el caso de las comunidades indígenas, los servicios de salud deben fomentar un entorno en el que la sabiduría ancestral y el conocimiento contemporáneo trabajen para crecer con las comunidades, no contra ellas.

Las montañas de la Mixteca Alta de Oaxaca albergan comunidades a caballo entre las cosmovisiones ancestrales y la modernidad globalizada.  En muchas comunidades hay curanderos especializados en plantas medicinales (yucu-tana), partería (naa tatan), salud ósea (ñaatueyedi), quiropráctica (jiaxin), adivinos (teno conaduuco du bi), espiritistas (contiubí), chupadores (deneyu) y rezanderos (ra’anda kuatu).

Aun así, muchos recurren a las posibilidades de la medicina moderna. Lo que antes era imposible de alcanzar, ahora es posible gracias a jornadas médicas como las de Medical IMPACT, que llegan a los lugares más inaccesibles con un hospital móvil a cuestas. Aunque muchos reciben a las brigadas con los brazos abiertos, es importante respetar la resistencia.

La resistencia a la intervención moderna en algunas comunidades hunde sus raíces en un profundo deseo de salvaguardar su identidad. La intrusión de la medicina convencional puede suponer una amenaza para el delicado equilibrio entre las prácticas ancestrales y el mundo exterior, y no reconocer o respetar esta perspectiva nos empujaría a un territorio colonizador. La elección de abrazar o rechazar la modernidad es una expresión válida de autonomía cultural.

Por otra parte, muchas comunidades están abiertas tanto a las modalidades curativas tradicionales como a las modernas, reconociendo el papel único que ambas desempeñan. La medicina tradicional cura el alma donde la medicación no puede, mientras que la medicación cura las heridas que la tradición no ha podido curar.

¿Cómo se ve cuando coexisten? El rigor científico y los avances de la medicina moderna ofrecen diagnósticos precisos, tratamientos basados en pruebas e intervención farmacéutica. La medicina tradicional se basa en siglos de sabiduría acumulada, plantas medicinales, rituales culturales y prácticas holísticas. Una estrategia sanitaria integradora puede consistir en utilizar la medicina moderna para identificar con precisión las dolencias y, al mismo tiempo, recurrir a los remedios y la medicina tradicionales para curarlas.

Al ser testigos de la resistencia y adaptabilidad de estas comunidades, queda claro que la coexistencia de las prácticas curativas tradicionales y la medicina moderna puede ser armoniosa. El espíritu perdurable de muchas culturas sigue vivo con los ecos de los antepasados y las posibilidades de progreso, y el camino a seguir nos insta a reconocer la diversidad de los enfoques curativos y a cultivar un sistema sanitario integrador que aprenda del pasado, abrace el presente y mire hacia un futuro en el que la salud y la integridad cultural caminen de la mano.

Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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