Fue uno de los atractivos más importantes de la Ciudad de Buenos Aires, y el parque de diversiones más grande de América Latina. Atravesó licitaciones fallidas, clausuras y hasta cambios de nombre, pero lo que más impactó al lugar fue el inexorable paso del tiempo. Hoy, entre juegos oxidados, boleterías abandonadas y estructuras obsoletas que permanecieron inamovibles, el sitio está abierto para visitas, mientras el Gobierno porteño le dice a la población que se trata de un «espacio verde recuperado».
El Parque de la Ciudad está ubicado en Villa Soldati, uno de los barrios humildes del sur capitalino, donde abundan las casas precarias y escasean los espacios de ocio. Se trata de un predio de al menos 50 hectáreas –originalmente poseía más de 120-, que se redujo por la instalación de escuelas, un hospital, una comisaría, viviendas destinadas a los participantes de los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018 y otros proyectos.
Su punto más icónico es la llamada Torre Espacial, una antigua columna de 208 metros de alto que puede observarse desde varios sectores del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA).
Cuando funcionaba, ofrecía imponentes vistas panorámicas tras subir por dos elevadores, que transportaban hasta 28 personas cada uno. Esta obra parecida a una espada, fabricada en Austria e inaugurada en 1985, todavía es reconocida como el mirador artificial de 360 grados más alto de Sudamérica, y en su momento llegó a ser el más elevado del mundo dentro de un parque de diversiones. En los días despejados, incluso se podía ver la costa uruguaya.
Donde el tiempo se detuvo
El lugar es una combinación entre mucho pasto, árboles y un pequeño lago acondicionado, ideal para descansar y disfrutar en familia, contrastado por juegos deteriorados y sin mantenimiento. Así, lo que antes era furor para chicos y adultos, hoy se parece más a una locación para hacer películas de terror: una noria que no gira, un trencito que no se mueve, aerosillas que no circulan y aguas danzantes que ya no bailan, podrían ser el escenario perfecto para una tenebrosa escena de suspenso, en los márgenes internos de la ciudad.
Igualmente, la vieja montaña rusa, que supo causar adrenalina y gritos ensordecedores en sus días de esplendor, es la peor muestra de la dejación. Ahora, se nota cómo los anticuados carritos pierden sus colores vivos y el enorme conjunto de fierros, poco fiables, se descomponen en el ambiente. Para los nostálgicos, es la parada más dura del recorrido.
‘Quiero que todo vuelva a ser como cuando era chico’
«Me genera un mix de bronca, impotencia y muchos recuerdos, de sonidos, luces, aromas… Me resulta imposible dejar de pensar en lo que aun hoy podríamos tener y disfrutar«, lamenta Hernán Rodríguez, uno de los vecinos que intenta mantener vivo al parque de diversiones, aunque solo sobrevivió en su memoria. Este amante de la electromecánica se pasaba todas las vacaciones de invierno allí, en su época de escuela secundaria: «Ir al parque y ver todo funcionando, más allá del vértigo, de saber si estás boca arriba o boca abajo, era hipnotizante», comenta.
Al hablar, Rodríguez se retrotrae a escenas imborrables de su adolescencia: «Tengo muy presente el vientito frío en las orejas, los ruidos, los gritos, la música que salía de unos ‘honguitos’ con parlantes al ras del piso, y las comidas». La típica frase, ‘quiero que todo vuelva a ser como cuando era chico’, lo define bastante bien. «Y disfrutar sin preocupaciones ni incertidumbre», añade. De hecho, el asunto lo atravesó tanto que lanzó una cuenta de Instagram para rememorar datos y fotos históricas del predio, y hasta llegó a conformar la Organización por la Conservación del Parque de la Ciudad.
La historia de un sueño trunco
Los inicios de esta historia nos retrotraen a 1982, cuando el parque abrió sus puertas bajo el nombre de Interama. Este ambicioso proyecto duró poco, ya que al año y medio el Gobierno de la Ciudad rescindió el contrato con la empresa privada y el lugar quedó administrado por el Estado. Así, pasó a llamarse Parque de la Ciudad, como se lo conoce hasta hoy. En 2003, la Justicia ordenó clausurar 12 juegos por falta de seguridad, tras una recomendación de la Defensoría del Pueblo, que dio lugar a una denuncia presentada por la ONG del entrevistado. Casi al mismo tiempo, las autoridades locales resolvieron el cierre total, en medio de la polémica por la muerte de un operario del juego Huracán. El Ejecutivo de Aníbal Ibarra había prometido relanzarlo en un mes, con las fallas reparadas.
Después de cuatro años sin actividad, en 2007 reabrió sus instalaciones y un año más tarde se volvieron a montar algunos juegos para niños y adultos, incluyendo atracciones de vértigo. Ya bajo la gestión de Mauricio Macri en la ciudad, volvieron a clausurarse las estructuras y el sitio fue renombrado como Ciudad Rock. Y, aunque no sea muy roquero, en 2014 llegó a cantar el mismísimo Ricky Martin. Para la disposición del lugar, se habían pavimentado unas 18 hectáreas verdes. De todos modos, la Defensoría insistía por la reapertura del parque de diversiones, pero en buenas condiciones.
Después de muchas idas y vueltas, el Parque de la Ciudad reabrió y ahora tiene una capacidad limitada para 300 personas diarias, por la pandemia. Se puede visitar los sábados, domingos y feriados entre las 10 y las 18 (hora local), y la entrada se cobra 45 pesos (casi medio dólar). El lugar cuenta con 90 empleados públicos –divididos en cuadrillas de 15 personas- que se encargan de la limpieza pero, sobre todo, evitan que algún curioso se cuele en los juegos que ya no funcionan. Igualmente, tampoco hay mucho más para hacer.
Este espacio perdido en el tiempo depende del Ministerio de Desarrollo Económico de la capital, y sus funcionarios le dicen a RT que, de las 60 atracciones que había al comienzo, la gran mayoría se vendió en subastas. Una de las preferidas por Hernán era el Aconcagua, una famosa montaña rusa de agua: «Fue fabricada en Alemania y era única en el mundo», afirma. Más en detalle, precisa que hoy solo quedan ocho estructuras en el terreno.
Entre tanto, no se conocen nuevos planes para el parque y la administración macrista de Horacio Rodríguez Larreta tampoco definió qué hacer con los antiguos juegos del lugar. Así las cosas, resta por ver si los altos niveles de indigencia, la crisis habitacional o la falta de espacios verdes incentiva al Gobierno porteño para darle fines sociales al lugar. O, por qué no, hacer revivir el viejo parque de diversiones, hoy devenido en un extraño museo abierto.
Cofece multa a Walmart por prácticas monopólicas: la batalla legal apenas comienza
La Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) asestó un golpe histórico al multar a Walmart de México con 93.4 millones de pesos tras concluir una investigación que se extendió por más de cuatro años. La razón: prácticas monopólicas relativas, particularmente en el trato con sus distribuidores.
Según el dictamen de la Cofece, Walmart aprovechó su posición dominante en el mercado para imponer condiciones desfavorables a los proveedores, afectando la competencia en el sector. Aunque no se han revelado todos los detalles de las “contribuciones” impuestas a los distribuidores, el veredicto destaca cómo estas prácticas distorsionan el acceso al mercado y perjudican a competidores más pequeños.
En respuesta, Walmart no tardó en reaccionar. La empresa anunció que impugnará la decisión y enfatizó su compromiso con el cumplimiento de las leyes mexicanas. En su comunicación oficial, destacó que la sanción carece de fundamento y que está basada en interpretaciones erróneas. Este movimiento era predecible: para una empresa de este tamaño, 93 millones de pesos no solo representan una cifra considerable, sino también una amenaza a su reputación.
Por otro lado, la Cofece también se juega mucho. Este caso es una muestra clara de su intención de reforzar la vigilancia sobre los gigantes corporativos. Sin embargo, una batalla legal prolongada podría poner a prueba su capacidad de defender sus resoluciones en tribunales.
Más allá de la multa, el caso de Walmart pone el reflector sobre una problemática común en el comercio minorista: el desbalance de poder entre grandes cadenas y pequeños distribuidores. Si bien el desenlace de este litigio aún está por definirse, el mensaje es claro: los días de actuar sin consecuencias podrían estar contados. La industria y los consumidores estarán atentos a cada movimiento en esta batalla judicial.