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Denuncian que la CFE aplica cobros excesivos en negocios que llevan dos meses cerrados

La Comisión Federal de Electricidad (CFE) parece haber perdido control sobre su personal, que realiza asaltos a despoblado, pues no es posible ver que a negocios que llevan cerrados más de 50 días les lleguen recibos con adeudos de hasta el doble de lo que pagaban cuando trabajaban, manifestó ayer Michel Salum Francis, presidente del Consejo Coordinador Empresarial.

“Hay que llegar hasta los altos jefes para que lo resuelvan, pero cada vez son más los abusos y no se puede estar llamándoles por cada anomalía que se presente”.

“El gobierno federal nos ordena cerrar nuestros negocios, le ordena a todos encerrarse en sus casas, nos deja a todos sin tener ingresos… luego no solo es la única autoridad que no ayuda a empresarios o a los ciudadanos, sino que además altera los recibos de luz, aumenta los cobros, y si no pagas, te cortan el servicio sin consideración alguna, por eso empezamos a verlos como ladrones y oportunistas que se aprovechan de la situación”, enfatizó.

Salum Francis declaró que los líderes empresariales de la entidad consideran convocar a las autoridades de la CFE a una reunión virtual para plantear esta situación y exigir una solución, sobre todo para que se dejen de aplicar cobros basados en estimaciones de su personal “en negocios cerrados desde hace casi dos meses”.

Sobre el tema, el presidente de la Canirac Yucatán, Roberto G. Cantón Barros, dijo que algunos de sus agremiados han detectado irregularidades en la facturación del consumo, pero la agrupación ha atendido estos casos y la CFE ha corregido dichas fallas.

Aunque no dio detalles, ni cifras de los montos reclamados ni número de casos de socios que reportaron cobro excesivo en la facturación, la Canirac reconoció que sí recibe las quejas de sus socios por el aumento del pago de este servicio sin justificación.

Opinión

Emilia Pérez: Una Mirada Cuestionada sobre México Por: Sigrid Moctezuma

En un mundo donde el cine es tanto un arte como una poderosa herramienta de representación cultural, las películas que abordan la identidad de un país llevan consigo una gran responsabilidad. Tal es el caso de Emilia Pérez, una cinta que, aunque prometía ser un relato innovador, ha generado un torrente de críticas por su visión estereotipada y su superficialidad al retratar la cultura nacional.

Descrita por sus creadores como un “narco-musical”, Emilia Pérez sorprendió al ganar cuatro Globos de Oro, lo que dejó en evidencia una desconexión entre las audiencias internacionales y la percepción mexicana. Mientras en el extranjero se celebra como un experimento cinematográfico audaz, aquí ha sido criticada por perpetuar clichés culturales que parecen sacados de una postal turística, ignorando las complejidades del México actual. Aunque su mezcla de comedia, drama y música despertó curiosidad inicial, para muchos terminó siendo un recordatorio de cómo los estereotipos siguen dominando la narrativa global.

Uno de los puntos de mayor desagrado ha sido la manera en que la película aborda temas sensibles como la identidad de género y la narcocultura. Si bien es positivo que estas cuestiones tengan espacio en la narrativa cinematográfica, en Emilia Pérez se sienten tratadas con una ligereza que no honra su trascendencia. Los personajes, en lugar de reflejar matices reales, se convierten en caricaturas que difícilmente conectan con el público.

Las críticas no solo vienen de los espectadores, sino también de sectores especializados en cine y cultura. Se ha señalado que la película parece diseñada para un público extranjero que consume el «México pintoresco», mientras ignora las voces y experiencias auténticas que definen al país. Lo que representa una oportunidad desperdiciada para proyectar un discurso que sea fiel a nuestra riqueza cultural y social.

Este fenómeno no es nuevo en el cine. Muchas producciones internacionales han intentado capturar supuestamente nuestra esencia, pero terminan cayendo en la trampa: el mariachi omnipresente, las cantinas llenas de tequila y la violencia gratuita. Emilia Pérez, desafortunadamente, parece sumar su nombre a esta lista.

No obstante, este tipo de reacciones también abre un espacio importante para la reflexión. La discusión que surge de estas películas pone sobre la mesa la necesidad de que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, desde múltiples perspectivas. Es imperativo que el relato cinematográfico internacional comience a escuchar más atentamente las voces locales y trabajen en colaboración para evitar simplificaciones que diluyan nuestra esencia.

En un mundo donde las plataformas digitales hacen que el cine viaje más rápido que nunca, la responsabilidad de representar adecuadamente a un país se vuelve aún más crucial. La recepción de Emilia Pérez debería servir como un recordatorio de que no somos un concepto único y fácil de definir, sino una amalgama compleja de historias, tradiciones y modernidades.

Quizá, en el futuro, podamos ver más producciones que tomen este desafío en serio, dejando de lado las visiones simplistas. Porque México, con todas sus luces y sombras, merece ser contado con verdad y profundidad.

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