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Opinión

Día de Muertos, un abrazo eterno al recuerdo. Por: Sigrid Moctezuma

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El Día de Muertos es más que una tradición en México; es una celebración profundamente arraigada en la identidad cultural del país. En esta fecha, el 1 y 2 de noviembre, las familias se reúnen para honrar y recordar a sus seres queridos que han partido. A través de altares decorados, ofrendas con alimentos y bebidas, y la presencia de flores de cempasúchil, la sociedad mexicana ha idealizado esta celebración como una forma de mantener viva la memoria de aquellos que ya no están, convirtiendo el luto en una manifestación de amor y respeto.

En un mundo que a menudo se siente apresurado y desconectado, el Día de Muertos actúa como un ancla emocional, recordándonos la fragilidad de la vida y la importancia de las relaciones humanas. Los mexicanos hemos transformado el duelo en un acto de celebración. Pasamos de temer a la muerte, a recibirla con los brazos abiertos, como a un amigo que regresa por un breve instante; haciéndonos reflexionar y valorar lo efímera que es la vida.

Las celebraciones cobran vida con especial intensidad en lugares emblemáticos como la Ciudad de México, Oaxaca, Pátzcuaro, San Andrés Mixquic y Guadalajara. En la capital, el Zócalo se convierte en un punto focal de festividades con su famoso Desfile de Día de Muertos, mientras que en Oaxaca las tradiciones se manifiestan a través de mercados llenos de productos típicos y altares en los panteones. Pátzcuaro destaca por sus rituales ancestrales en el Lago, y San Andrés Mixquic es conocido por su auténtica celebración llena de velas y misticismo.

El 82% de los mexicanos considera que esta festividad es una tradición que debe preservarse, y más de 5 millones de turistas visitan diferentes destinos en México para participar en las celebraciones cada año. Lo anterior refleja la conexión emocional que se tiene con la fecha y el creciente interés internacional.

La idealización de esta fecha también refleja un profundo sentido de comunidad. Las calles se llenan de vida, música y color, mientras las familias se reúnen en los panteones y en sus hogares. La elaboración de altares se convierte en un acto de amor colectivo, donde cada elemento tiene un significado especial. Las fotografías de los difuntos, las comidas favoritas y los objetos personales cuentan historias y reviven memorias, reforzando la idea de que quienes han partido siguen siendo parte integral de nuestras vidas.

Además, la difusión internacional ha permitido que otros países reconozcan y celebren esta tradición, lo que ha fortalecido el sentido de orgullo nacional. La UNESCO declaró esta festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2008, un reconocimiento que nos recuerda la riqueza de nuestras tradiciones y la importancia de preservarlas.

Sin embargo, también es fundamental reflexionar sobre cómo puede ser una oportunidad para abordar temas más profundos como el duelo y la pérdida. En un contexto global en el que la muerte a menudo se evita, el Día de Muertos se erige como un espacio para dialogar sobre el sufrimiento, la memoria y la esperanza. Nos invita a ser más empáticos y comprensivos con el dolor ajeno, al reconocer que todos llevamos consigo la carga de la pérdida.

En conclusión, el Día de Muertos en México es una celebración que trasciende el tiempo y el espacio, creando un puente entre lo terrenal y lo espiritual; y nos enseña que la muerte no es un final, sino una continuidad del amor y el legado que dejamos en aquellos que nos rodean. Cada altar, cada ofrenda y cada recuerdo compartido se convierten en un abrazo eterno que trasciende las barreras de la vida y la muerte. Es un momento sagrado donde, por un instante, las almas regresan a casa, y nos recordamos mutuamente que el amor es el hilo que nunca se rompe, y que en cada celebración, los muertos nunca están realmente ausentes; siempre vivirán en nuestras memorias y en la esencia misma de nuestra cultura.

Opinión

Duarte: de los bares de Chihuahua al Altiplano. Por Karen Torres

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En México y en la política, lo que parece pasado, siempre regresa para explicar el presente. Hay nombres que regresan una y otra vez como si fueran espectros empeñados en recordarnos las fracturas del sistema. Uno de ellos es César Horacio Duarte Jáquez, exgobernador de Chihuahua (2010-2016), figura central de uno de los expedientes de corrupción más voluminosos en la historia reciente del país.

Karen Torres A.

Y ahora, tras años de idas y venidas judiciales, vuelve a los titulares: la Fiscalía General de la República ordenó su recaptura y lo trasladó al penal de máxima seguridad del Altiplano.

Este episodio no ocurre en el vacío. Es parte de una historia que lleva casi una década escribiéndose entre detenciones, extradiciones, procesos fragmentados y una libertad condicional que muchos chihuahuenses vieron como una burla abierta.

Pero también es un movimiento político que envía un mensaje contundente: la nueva administración federal quiere que se entienda que, al menos en la Fiscalía, el viejo pacto de impunidad ya no opera “para algunos”. Y Duarte es la vívida señal, ojalá esto no se trate únicamente de justicia selectiva.

Duarte huyó de México en 2017, cuando la entonces Fiscalía de Chihuahua, bajo el gobierno de Javier Corral, integró al menos 21 órdenes de aprehensión en su contra. Los cargos eran amplios y concretos:

  • Peculado agravado por más de 1,200 millones de pesos,
  • Desvío de recursos públicos hacia campañas priistas,
  • Enriquecimiento ilícito,
  • Uso indebido de atribuciones y facultades
  • Y una red de empresas fantasma operadas desde su círculo íntimo.

Fue detenido en Miami el 8 de julio de 2020 en Estados Unidos. Ahí pasó 2 años mientras se resolvía un proceso de extradición. Finalmente, en junio de 2022, el gobierno estadounidense lo entregó a México bajo cargos de peculado agravado y asociación delictuosa.

Su llegada al país fue presentada por la Fiscalía como un triunfo institucional. Pero para Chihuahua comenzaba un capítulo distinto: la prisión preventiva en el Cereso de Aquiles Serdán, donde Duarte permaneció alrededor de 2 años más, entre audiencias diferidas, cambios de jueces y tácticas legales el caso se fue transformando en un rompecabezas jurídico que pocos lograron seguir con claridad.

Llegó la cuestionada libertad condicional de 2024: 

En agosto de 2024, en una audiencia sorpresiva, Duarte obtuvo libertad condicional bajo el argumento de que llevaba tiempo suficiente privado de la libertad y que su conducta había sido “adecuada”, sin haber recibido sentencia alguna.

La imagen era insólita: un político acusado de desviar más de mil millones de pesos, señalado de haber quebrado fondos públicos y endeudado al estado por generaciones…

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