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Diferentes caminos al mismo lugar. Por Itali Heide

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Itali Heide

Si hay algo que la humanidad siempre ha perseguido y anhelado desde el principio de los tiempos, es la respuesta a la pregunta «¿por qué estamos aquí?». Incluso antes de que los países y las culturas conocieran la existencia de los demás, todos encontraron un punto en común en la búsqueda del sentido de la vida por medio de la espiritualidad.

Al principio, las estrellas se convierten en un objeto de asombro y espiritualidad. ¿Es posible que quien permitió que existieran los vigilara desde el más allá? Quizás el sol era un dios y la luna otro. Tal vez las tormentas eléctricas eran un castigo por el mal comportamiento, mientras que la tan necesaria lluvia para las cosechas hablaba de su gentilidad. Quizás había profetas entre ellos que eran capaces de comunicarse con quienquiera que gobernara su presencia en la tierra.

No importa en qué lugar del mundo, ya sea en las sabanas secas de África, en los iglús de la gélida Siberia, en las calles empedradas de la Edad Media en Europa, en las imponentes pirámides de Sudamérica o en los desiertos arenosos de Oriente Medio, la religión siempre ha sido y sigue siendo una forma de unir a la humanidad y de responder a las preguntas existenciales que arden en cada mente.

Todo el mundo jura que su religión es la correcta, y esto ha provocado tensiones entre grupos de personas. ¿Cuántas guerras se han librado en nombre de la religión? ¿Cuántas ejecuciones se han llevado a cabo por desafiar la norma? ¿Cuántas personas han muerto por mantenerse fieles a sus creencias? Mirando hacia atrás, parece que lo que debía unir a la humanidad en una búsqueda constante de algún sentido, ha traído dolor y sufrimiento durante miles de años.

Tal vez, y sólo tal vez, nadie tiene razón y nadie está equivocado. Los aztecas que adoraban a Tonatiuh, Quetzacóatl y Tlaloc quizá sólo interpretaban la Santísima Trinidad desde su propia perspectiva. ¿Será que los musulmanes que adoran a Alá y los seguidores del hinduismo buscan la misma verdad? Los católicos que rezan a la Virgen María piden lo mismo a sus santos que los Semang a la naturaleza, que piensan que toda esencia contiene un alma.

Puede ser polémico decirlo, pero si hay un Dios verdadero, considero que aprecia que se le perciba de muchas maneras. Quizá todas las religiones sean simplemente caminos diferentes hacia el mismo dios.

A fin de cuentas, todas las religiones son creadas por el hombre. Los libros fueron escritos por hombres, las reglas inventadas y aplicadas por los seguidores, y las diferentes ideas de la vida después de la muerte idealizadas por aquellos que desean algo más grande que la vida y la muerte.

La religión es un aspecto importante de la vida humana. Nos da esperanza, nos obliga a respetar nuestros morales y nos permite tener cerca a nuestros seres queridos incluso después de que su vida en el mundo haya terminado.

En las palabras de un documento emitido por el Papa Pablo Vl en 1965, encontramos sentido dentro de la confusión que nos traen tantas creencias diferentes: «…con sincera reverencia aquellos modos de conducta y de vida, aquellos preceptos y enseñanzas que, aunque difieren en muchos aspectos de los que la Iglesia católica sostiene y expone, reflejan sin embargo frecuentemente un rayo de esa Verdad que ilumina a todos».

Opinión

La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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