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Diputadas van contra concursos de belleza por considerarlos una forma de violencia simbólica

Diputadas de la Comisión de Igualdad de Género avalaron un dictamen que plantea eliminar la asignación de recursos públicos destinados a patrocinar concursos de belleza, debido a que estos certámenes son una forma de violencia simbólica contra las mujeres.

De prosperar, la propuesta obligaría a todos los niveles de gobierno a abstenerse de apoyar estos certámenes.

En una reunión virtual, las legisladoras federales aprobaron el decreto para reformar y adicionar diversas disposiciones incluidas en la Ley general de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (LAMVLV).

Las modificaciones son referentes a declarar como violencia simbólica la realización de concursos, certámenes o cualquier otra competencia en que sea evaluada la belleza o apariencia de mujeres, niñas y adolescentes.

“Consideramos que los certámenes o concursos de belleza son eventos, en este sentido, que exhiben a las mujeres mediante patrones socioculturales y bajo estereotipos de género como un instrumento para enaltecer la concepción del cuerpo de la mujer como objeto. Limitan el desarrollo personal de las participantes”, expresaron las diputadas de la comisión.

Según el documento aprobado, la violencia simbólica se define como: “la expresión, emisión o difusión por cualquier medio, ya sea en el ámbito público o privado, de mensajes, patrones, estereotipo, signos, valores icónicos e ideas que transmiten, reproducen, justifican o naturalizan la subordinación, desigualdad, discriminación y violencia contra las mujeres en la sociedad”.

De esa manera, “las instituciones públicas no podrán asignar recursos públicos, publicidad oficial, subsidios y cualquier tipo de apoyo económico o institucional a la realización de estos espectáculos”.

En la reunión de la comisión también se planteó solicitar a las instituciones educativas que prohiban los concursos de belleza, “como los reyes de la primavera”.

La comisión también refirió que “la violencia simbólica se ha naturalizado, a partir de las representaciones culturales, lenguaje, arte, teatro, cine, televisión, chistes y bromas”.

También criticaron que los eventos donde se califica la belleza sean usados bajo el argumento de la promoción turística.

Además de esta disposición, las diputadas plantearon consolidar el concepto de revictimización, reformando la fracción 10 del artículo 52 de la LAMVLV, pues esta pretende que, durante la solicitud de medidas cautelares y órdenes de protección, el Ministerio Público manifieste las razones de género, por las que la vida o integridad corporal de las víctimas pudiera encontrarse en riesgo.

A su vez, las diputadas avalaron un dictamen para reformar disposiciones de 39 ordenamientos, en materia de paridad de género, para incorporar, “en los tres órdenes de gobierno y en los órganos constitucionales autónomos, el principio de paridad de género para la designación de autoridades en las máximas estancias de decisión y prever mecanismos que lo permitan en los órganos colegiados”.

Esta iniciativa contemplaría reformar 63 leyes, 24 de las cuales ya “han sido observadas con anterioridad y se dictaminan los 39 ordenamientos restantes”.

De acuerdo con una investigación del medio Perimetral de marzo pasado, cinco municipios de Jalisco destinaron 8,483,677.30 de pesos en 2019 para realizar concursos de belleza.

Con información obtenida vía transparencia a 91 demarcaciones, al menos 51 localidades contestaron al medio cuánto dinero público habían destinado a patrocinar certámenes de este tipo. Entre las justificaciones de gasto, las alcaldías listaron dispendios en maquillaje, tacones, vestidos, coronas, publicidad, papelería, bandas, fotografía, sonido y ambientación, entrenadores personales, comida, así como honorarios.

Según la sistematización, los recursos para concursos de belleza de Atotonilco ($3,207,134.00), Cañadas de Obregón ($1,461,064.94), Lagos de Moreno ($1,306,634.83), Xalostotitlán ($1,268,138.26) y Tepatitlán ($1, 240,705.27); juntos, representan 98.8% más que lo empleado en las políticas para erradicar la violencia de género en 11 entidades con más feminicidios de la entidad.

En total, los 51 municipios que respondieron a Perimetral, gastaron $14,575,404 para realizar competencias que evalúan la belleza de las mujeres. Esto fue $2,300,000 más que lo dispensado en 2018 para la misma causa en estas demarcaciones.

Fuente: Infobae

Opinión

Los muros que lloran: las redadas y el alma chicana. Por Caleb Ordoñez Talavera

En el norte de nuestro continente, justo donde termina México y comienza Estados Unidos, hay una línea invisible que desde hace décadas divide más que territorios. Divide familias, sueños, culturas, idiomas, economías… y últimamente, divide también lo humano de lo inhumano.

Esta semana, Donald Trump —en una etapa crítica de su carrera política, con una caída notoria en las encuestas, escándalos judiciales y un sector republicano que empieza a verlo más como un riesgo que como un líder— ha regresado a una vieja y efectiva estrategia: la del miedo. El expresidente ha lanzado una ofensiva pública para prometer redadas masivas contra migrantes, deportaciones “como nunca antes vistas” y políticas de “cero tolerancia”.

La razón no es nueva ni sutil: apelar al votante blanco conservador que ve en el migrante un enemigo económico y cultural. Ese votante que, ante la inflación, la violencia armada o el desempleo, prefiere culpar al que habla español que exigirle cuentas al sistema. En medio del descontento generalizado, Trump no busca soluciones reales, busca culpables útiles. Y como en otras épocas oscuras de la historia, los migrantes —sobre todo los latinos, sobre todo los mexicanos— vuelven a ser carne de cañón.

Pero hay una realidad más profunda y más dolorosa. Quien ha vivido el cruce, legal o no, sabe que la frontera no es sólo un punto geográfico. Es una cicatriz. Las políticas migratorias —de Trump o de cualquier otro mandatario— convierten esa cicatriz en una herida abierta. Cada redada, cada niño separado de sus padres, cada deportación arbitraria, no es solo una estadística más. Es una tragedia personal. Y más allá de lo político, esto es profundamente humano.

En este escenario, cobra especial relevancia la figura del “chicano”. Este término, que nació como una forma despectiva de llamar a los estadounidenses de origen mexicano, fue resignificado con orgullo en los años 60 durante los movimientos por los derechos civiles. El chicano es el hijo de la diáspora, el nieto del bracero, el hermano del que se quedó en México. Es el mexicano que nació en Estados Unidos y que, aunque tiene papeles, no olvida de dónde vienen sus raíces ni a quién debe su historia.

Los chicanos son fundamentales para entender la cultura estadounidense moderna. Están en las universidades, en el arte, en la política, en la música, en los sindicatos. Y sin embargo, cada redada, cada discurso de odio, también los golpea. Porque no importa si tienen ciudadanía: su apellido, su acento o el color de su piel los expone. Ellos también son víctimas del racismo sistémico.

Hoy, más que nunca, México debe voltear a ver a su gente más allá del río Bravo. No como simples paisanos lejanos, sino como parte de nuestra nación extendida. Porque si algo une a los mexicanos, estén donde estén, es su espíritu de resistencia. Los migrantes no huyen por gusto, sino por necesidad. Y a cambio, han sostenido economías, levantado ciudades y mantenido viva la cultura mexicana en el extranjero.

Las remesas no son solo dinero: son prueba de amor, sacrificio y esperanza. Y ese compromiso merece algo más que silencio institucional. Merece defensa diplomática, apoyo consular real, y sobre todo, empatía nacional. Cada vez que un mexicano insulta o desprecia a un migrante —por su acento pocho, por su ropa, por sus papeles— se convierte en cómplice de la misma discriminación que dice condenar.

Las fronteras, como están planteadas hoy, no son lugares de paso. Son cárceles abiertas. Zonas donde reina la vigilancia, el miedo y la burocracia cruel. Para miles de niños, esas jaulas del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) son su primer recuerdo de Estados Unidos. ¿Ese es el país que dice defender los valores cristianos y la libertad?

Además, no podemos hablar de migración sin hablar del racismo. Porque este no es solo un tema migratorio, sino profundamente racial. Las políticas antiinmigrantes suelen tener rostro y acento. No se aplican con la misma fuerza para migrantes europeos o canadienses. El blanco pobre puede aspirar a mejorar; el latino pobre, a ser deportado.

Trump lo sabe, y por eso lo explota. En un año electoral donde su imagen se desmorona entre procesos judiciales, alianzas rotas y amenazas internas, necesita un enemigo claro. Y el migrante latino cumple con todos los requisitos: está lejos del poder, es fácil de estigmatizar y difícil de defender políticamente.

Pero aún hay esperanza. En cada marcha, en cada organización de ayuda, en cada abogado que ofrece servicios pro bono, en cada chicano que no olvida su origen, se enciende una luz. Y también en México. Porque un país que protege a sus hijos, donde sea que estén, es un país más digno.

No dejemos que los muros nos separen del corazón. Hoy más que nunca, México debe recordar que su gente no termina en sus fronteras. Y que el verdadero poder no está en las redadas ni en las amenazas, sino en la solidaridad. Esa que nos ha hecho sobrevivir guerras, pandemias, traiciones… y que ahora debe ayudarnos a defender lo más humano que tenemos: nuestra gente.

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