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Opinión

El disparate de la codicia. Por Itali Heide

Itali Heide

No siempre conseguimos lo que queremos. Ya sea un trabajo, una persona, una experiencia, un estilo de vida o un objeto, hay veces en las que simplemente es inalcanzable.

A veces no es por falta de intento, y es cuando más duele. Al final, tenemos dos opciones: aceptar la vida tal y como es, o sufrir.

Es la naturaleza humana querer lo que no podemos tener. Hay una razón por la que decimos que «el pasto siempre es más verde del otro lado».

Lo que vemos como diferente, novedoso, lujoso e inalcanzable suele alimentar nuestro deseo de tener o hacer cosas. Aunque este deseo puede ayudar a cumplir nuestros sueños, también puede crear la emoción que nos hace querer siempre más, incluso cuando tenemos más que suficiente: la codicia.

La codicia controla el mundo. Ya sea en el gobierno, la religión, las corporaciones, las comunidades, las familias o los individuos, sacará lo peor de la gente. La avaricia del gobierno se encarga de que la gente se quede con sueldos inferiores a los de la vida, sin sistemas de salud, sin libertad y sin paz. La avaricia de la religión se apodera de la salud espiritual de las personas. La avaricia de las empresas alimenta el hipercapitalismo y la destrucción del planeta. La codicia de la comunidad controla a las masas. La codicia en las familias puede llevarlas a la ruina.

Lo contrario de la codicia es la plenitud, por la que todos deberíamos luchar. ¿Por qué? Porque la felicidad permanente es imposible. Siempre nos faltará algo, y aceptamos este hecho como parte de la vida.

Aceptarlo no significa que caigamos en un bajón, sino que nos centremos en lo que tenemos y lo disfrutemos al máximo. ¿Tienes un techo, gente que te quiere y te ama, una tarde libre para salir a pasear y la libertad de vivir? Eso debería ser suficiente para luchar por la plenitud.

Cuando vivimos sin codicia ni celos, nuestras vidas son infinitamente más saludables para nuestras mentes, cuerpos y almas. Querer menos pero esforzarse por conseguir más es un juego limpio en un mundo en el que tenemos todo a nuestra disposición, siempre que el deseo de más siga siendo sensato.

Mientras navegamos por un mundo que nos insta a querer más, y más, y siempre más, debemos sumarnos para mostrar al mundo que no necesitamos mucho. Necesitamos paz, amor, unidad y suficiente dinero en el banco para alimentar, vestir y proteger a nuestros seres queridos.

Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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