Francisco mantuvo un encuentro este sábado por la tarde en el Circo Máximo de Roma con cerca de 70.000 chicos y chicas italianos, a modo de preparación del sínodo que tendrá lugar del 3 al 28 de octubre.
La fórmula del acto consistió en tres exposiciones a modo de preguntas formuladas por cuatro jóvenes: Letizia, de 23 años; Lucamatteo, de 21; Martina, de 24; y Dario, de 27. El Papa las fue respondiendo, en algunos casos de forma espontánea, en otros con algunos párrafos leídos. Se centraron en torno a la identidad personal y los sueños de los jóvenes, la asunción de compromisos y responsabilidades y, por último, la fe y la búsqueda de sentido del dolor, y la exigencia de testimonio por parte de los cristianos.
Francisco animó a los jóvenes a convertir «los sueños de hoy en la realidad del futuro», pero ¿qué sueños? No «los sueños de la tranquilidad, los sueños que adormecen a los jóvenes y convierten a un joven valiente en un joven de sofá. ¡Es triste ver a los jóvenes en el sofá, mirando cómo pasa la vida por delante de ellos!». Les invitó, por el contrario, a los «sueños grandes», que son «aquellos capaces de ser fecundos: son aquellos que dan fecundidad, capaces de sembrar paz, de sembrar fraternidad, de sembrar alegría».
«Los sueños grandes, para seguir siéndolo», añadió, «necesitan una fuente inagotable de esperanza, un Infinito que sople dentro de ellos y los ensanche. Los sueños grandes tienen necesidad de Dios para no convertirse en espejismos o delirios de omnipotencia. Puedes soñar cosas grandes, pero hacerlo solo es peligroso, porque puedes caer en el delirio de la omnipotencia. Pero con Dios no tengas miedo: ve adelante. Sueña a lo grande».
«Buscad maestros buenos capaces de ayudaros… y sed a la vez maestros buenos, maestros de esperanza y de confianza para las nuevas generaciones que vienen detrás», concluyó Francisco en la primera pregunta.
La segunda sirvió al Papa para uno de sus discursos más completos en favor del compromiso del amor y del matrimonio, recomendando además no posponerlo en demasía. Reivindicó la idea del vínculo de permanencia: «La idea de elección que respiramos hoy es una idea de libertad sin vínculos, sin compromisos, y siempre con alguna vía de escape… Siempre hay un ‘pero’ que al final resulta más grande que la elección misma y la sofoca».
Hablaba de algo muy concreto: «La mayor libertad es la libertad del amor. Pero ¿por qué tengo que esperar a terminar la carrera universitaria antes de pensar en el amor? El amor, el verdadero amor, viene cuando quiere… Un amor verdadero que los jóvenes saben bien distinguir de un simple entusiasmo disfrazado de amor».
Pues bien, cuando se presenta ese amor, ¿por qué esperar? «El amor no es una profesión. El amor es la vida, y si el amor viene hoy, ¿por qué tengo que esperar tres, cuatro, cinco años para que crezca y se haga estable? En esto pido a los padres que ayuden a los jóvenes a madurar cuando hay amor, que el amor madure, y no dejarlo para más adelante… Hay que poner siempre en primer lugar el amor, pero el amor verdadero, y debéis aprender a discernir cuándo hay amor verdadero y cuándo hay solo entusiasmo».
¿Qué ocurre cuando se dilata esa estabilización del amor? «Hay todo un mundo de condicionamientos», y se empieza a vivir «una doble vida»: «El mayor enemigo del amor es la doble vida. ¿Habéis entendido? ¿O debo ser más claro? El mayor enemigo del amor no es solo no dejarlo crecer ahora, esperar a terminar la carrera, sino vivir una doble vida, porque si empiezas a amar la doble vida, el amor se pierde, el amor se va».
Recordando que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, y que «el matrimonio es la imagen y semejanza de Dios», Francisco firmó que la misión del hombre en el matrimonio es «hacer más mujer a su esposa», y la misión de la mujer es «hacer más hombre a su marido»: «El hombre no puede crecer solo en el matrimonio si su mujer no le hace crecer, y la mujer no puede crecer sola en el matrimonio si su marido no la hace crecer».
Y terminó esta respuesta con una exhortación: «¿Vosotros creéis que un ideal así, cuando se siente de verdad, cuando está maduro, se debe retrasar por otros intereses? No, no se debe. Hay que arriesgar en el amor, en el amor verdadero, no el entusiasmo amoroso que se disfraza de amor… ¡Arriesgad en el amor!»
Por último, en la tercera parte de su diálogo con los jóvenes, Francisco recalcó la importancia del testimonio para dar credibilidad al mensaje cristiano: «Si los cristianos no aprendemos a escuchar los sufrimientos, a escuchar los problemas, a estar en silencio y dejar hablar y escuchar, nunca seremos capaces de dar una respuesta positiva. Y muchas veces las respuestas positivas no se pueden dar con las palabras: se deben dar arriesgándose uno mismo en el testimonio. Donde no hay testimonio no está el Espíritu Santo. Esto es algo serio».
o relacionó con el clericalismo que tantas veces censura: «Sin testimonio tenemos a Jesús prisionero de nuestras formalidades, de nuestras cerrazones, de nuestros egoísmos, de nuestro modo de vivir clerical. Y el clericalismo no es solo de los clérigos, es una conducta que nos afecta a todos: el clericalismo es una perversión de la Iglesia. Jesús nos enseña este camino para salir de nosotros mismos: el camino del testimonio. Y es un escándalo no salir de nosotros mismos para dar testimonio».
«El mensaje de Jesús, la Iglesia, sin testimonio, son solamente humo», concluyó.
Tras estas respuestas, el Papa dirigió a los presentes una salutación final en la que evocó la alegría de los apóstoles y discípulos de Jesús el día de la Resurrección, y su prisa por darla a conocer a los demás: «Desde aquella mañana, queridos jóvenes, la historia ya no es la misma. Aquella mañana cambió la historia».
Por eso, «no os contentéis con el paso prudente de quien se acomoda en el fondo de la fila. Hay que tener el coraje de arriesgar en un salto adelante, un brinco audaz y temerario para soñar y realizar como Jesús el Reino de Dios, y comprometeros por una humanidad más fraterna. Necesitamos fraternidad. ¡Arriesgad, avanzad!».
Fuente: Agencias