El papa Francisco iniciará el próximo lunes, 22 de julio, sus viajes al exterior en Brasil, el país con mayor número de católicos del mundo, pero en el que su Iglesia pierde terreno frente a los evangélicos, que además de fieles han conquistado un importante peso político.
Según el último censo, realizado en 2010, Brasil es un “mercado” religioso con unos 190,7 millones de almas en el que desde 2000 avanzan sin pausa los cultos evangélicos, que en la primera década del Siglo XXI aumentaron su número de fieles en más de un 61%.
De acuerdo con los datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), en 2010 había 123,3 millones de brasileños que se declaraban católicos, lo que supone un 1,3% menos que en el 2000, aunque todavía representan el 64,6% de la población.
Por el contrario, el número de fieles de las iglesias evangélicas pasó de 26,2 millones en 2000 a 42,3 millones en 2010, con un fuerte crecimiento que ha llevado a ese colectivo a representar actualmente el 22,2% de la población.
“Tal vez nos conformamos y nos dormimos un poco, pero puede ser que este avance ‘neopentecostal’ sirva para reaccionar y despertar a nuestra verdadera misión”, declaró en una reciente entrevista el arzobispo de Aparecida, Raymundo Damasceno Assis.
El fenómeno evangélico que se encontrará el papa argentino en su primer viaje fuera de Italia no sólo se expresa en los templos, sino también en el ámbito del poder político brasileño, en el que hay una creciente influencia de las iglesias pentecostales.
En la Cámara de Diputados existe desde hace diez años el llamado Frente Parlamentario Evangélico, un grupo suprapartidario creado por fieles de esa religión, que hoy cuenta con 77 de los 513 miembros de la asamblea y no tiene parangón entre los católicos.
En las últimas elecciones presidenciales, la fuerza política de las iglesias evangélicas también se ha expresado en votos.
En 2002, el pastor Anthony Garotinho ocupó el tercer lugar, con algo más de 15 millones de votos, que representaron casi el 18% del electorado.
En las elecciones de 2006 no hubo un candidato claramente evangélico, pero sí en los comicios del 2010, en los que esa fe se identificó con la ecologista Marina Silva, quien quedó también en el tercer lugar, al superar los 19 millones de votos (más del 19%).
Según una reciente encuesta, Silva tiene hoy unas intenciones de voto del 23% y supone el mayor peligro para la reelección de la presidenta Dilma Rousseff, cuya popularidad cayó del 51 al 30% como consecuencia de las masivas protestas del pasado junio.
Sin embargo, la principal figura evangélica de la política es hoy el diputado y pastor Marcos Feliciano, quien en marzo pasado fue elegido presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara baja en medio de durísimas polémicas que aún resuenan.
El legislador, de 40 años y calificado de “fundamentalista” hasta por muchos evangélicos, ha desatado la ira de movimientos sociales por opiniones consideradas homófobas y racistas.
Según Feliciano, quien dice que escuda sus ideas en la “interpretación” de la Biblia, “el amor entre personas del mismo sexo conduce al odio y al crimen”, y los africanos y sus descendientes son víctimas de una “maldición” que viene de los tiempos de Noé.
Feliciano es presidente y pastor de la Asamblea de Dios Catedral del Avivamiento, iglesia vinculada a la Asamblea de Dios, que tiene en Brasil casi 20 millones de fieles.
Sus controvertidas posiciones contra el casamiento entre personas del mismo sexo y el aborto han reforzado su popularidad entre los evangélicos, pero también han subrayado las coincidencias que ese culto tiene con la religión católica.
El propio papa Francisco, pese a ser considerado un “renovador” dentro de la Iglesia vaticana, tampoco acepta el casamiento entre homosexuales o la interrupción de un embarazo, sobre la que ha dicho que atenta contra el “carácter sagrado de la vida”.
La convergencia entre católicos y evangélicos quedó muy clara a principios de junio pasado, cuando un acto ecuménico reunió en Brasilia a unas 50.000 personas en favor de la “familia tradicional”, que proponen y defienden tanto el papa Francisco como el diputado Feliciano.
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